Ugo Pipitone
Entre Suecia y Alemania

Hace dos días los socialdemócratas suecos volvieron a obtener los votos necesarios para seguir en el gobierno cuatro años más. A sostener una socialdemocracia en crisis de identidad llegaron en esta ocasión los ex comunistas cuyo éxito electoral permitirá evitar la vuelta al poder de los conservadores. Y en cinco días más, el 27 de septiembre, tocará el turno a Alemania. Inútil recalcar la diferente importancia de estas dos elecciones. De una parte un país con ocho y de la otra uno con más de 80 millones de habitantes. Alemania es la tercera economía del mundo y su producto interno bruto representa cerca de diez por ciento del PIB mundial. Pero en los dos casos, Suecia y Alemania, se trata de países en los cuales la socialdemocracia ha jugado un papel histórico.

El Partido Socialdemócrata sueco llegó al gobierno por primera vez en 1932 y desde entonces ha gobernado el país casi ininterrumpidamente. Y la socialdemocracia alemana mantuvo el control del gobierno desde 1969, con Willy Brandt antes y Helmut Schmidt después, hasta 1983, cuando Helmut Kohl interrumpió el ciclo socialdemócrata inaugurando el suyo propio. En síntesis 16 años de poder ininterrumpido de Kohl, el cancillerato personal más prolongado de la historia alemana excluyendo el largo dominio de casi tres décadas de Bismarck.

A favor de Kohl habrá que decir por lo menos dos cosas. A diferencia de Reagan y Thatcher, el canciller alemán no se convirtió en guía exaltado de una reacción conservadora. El conservadurismo de Kohl nunca tuvo los tonos de cruzada ultraliberal de sus colegas de Estados Unidos y Gran Bretaña. Una parte sustantiva del sistema de seguridad social alemán, que está entre los más avanzados de Europa, persiste después de década y media de gobierno conservador. El segundo elemento característico del prolongado gobierno del canciller fue su clara opción europeísta en una fase histórica decisiva de Europa: desde la ampliación a España, Grecia y Portugal hasta Maastricht y la Moneda Unica. Y sin embargo Kohl probablemente no pasará a la historia por haber sido un conservador civilizado y un europeísta convencido sino por la decisión de promover la reunificación alemana después del derrumbe del muro de Berlín. Otro punto de contacto, señalemos al margen, con Bismarck, artífice de la primera unidad alemana.

Hoy, por primera vez desde comienzos de los ochenta, la socialdemocracia tendrá una oportunidad real de volver al gobierno. Las razones del descontento del electorado son varias, pero la principal es obviamente el problema del empleo. Con casi 11 por ciento de desempleados Alemania tiene cuatro millones de individuos que tienen buenas razones para desear un cambio de gobierno. La unificación alemana implicó la destrucción de millones de puestos de trabajo al Este que se sostenían gracias a una mezcla de proteccionismo y subsidios. La creación de nuevos puestos de trabajo ha avanzado mucho más lentamente que la destrucción previa. Resultado: si en Alemania occidental la tasa de desempleo oscila alrededor de 8-9 por ciento, en el este del país está arriba de 17 por ciento.

Las elecciones del próximo domingo no tienen un candidato claramente favorecido por las, infaltables, encuestas de opinión. El candidato socialdemócrata, Gerhard Schršder, que hace pocas semanas disponía de una ventaja que hacía pensar en una victoria segura, ha visto su ventaja carcomerse progresivamente. Y en la actualidad la diferencia a su favor se limita a dos puntos porcentuales.

Una observación final: si la socialdemocracia alemana volviera al gobierno se crearía en Europa una situación inédita. Las cuatro principales economías del continente, Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña, serían gobernadas por sectores políticos de centro-izquierda. Y tal vez habría llegado la hora para que la izquierda europea definiera con más audacia política su imagen futura de una Europa unificada y sus visiones y propuestas para la necesaria reforma del sistema económico internacional. La izquierda europea se lo debe a sí misma, a sus electores y al resto del mundo. Sobre todo en estos tiempos en que Estados Unidos se revela como una sociedad y un sistema político profundamente enfermo en ese resurgimiento abominable de puritanismo y de cinismo político conservador.