Si pensar el pasado nos hace comprender mejor el presente, este mes se muestra pleno de un presente funesto -porque nadie que es puede dejar de estar dolido por las tragedias como la de Chiapas- y un pasado rico en sucesos. Por supuesto, están las fiestas de nuestra Independencia (y al respecto me gustaría consignar las terribles palabras de un taxista: ``No hay mucho qué celebrar en estos días de la patria''. Titubeo: ``¿Está bien hablar de patria?'', con lo que resumía esa sensación de despojo que nos invade a los mexicanos). Aniversario del sismo, aniversario del Movimiento Estudiantil y Popular del 68, del que me gustaría hablar en otro artículo, en su referencia al teatro. Aniversario de este diario, La Jornada, que nos enorgullece a todos los que en él colaboramos.
Este mes es también el de un aniversario luctuoso de Julio Castillo, que nos permitió conocer una copia de trabajo de su único filme, Apolinar, del que ya dio buena cuenta en estas páginas Raquel Peguero. Julio fue uno de esos innovadores de nuestra escena sin cuya presencia no se entenderían muchas cosas de nuestro presente. Se le ha querido llevar a la categoría de mito intocable, caso que nos molesta profundamente a quienes seguimos la trayectoria de este singular creador, vivo, desigual, enormemente talentoso. Por ello, el rescate que se piensa de esta película de la que apenas vimos una copia de trabajo, en blanco y negro, sin sonido y falta de un rollo, resulta indispensable para poder entenderlo en toda su desmesura.
No sólo el mes, sino el año, estuvo lleno de efemérides y aniversarios. Uno, el de Federico García Lorca que nos trajo, entre otros troníos y escándalos de los que más vale no acordarse, la presencia de Frederic Amat, un polémico español que vino a presentarnos su película basada en un argumento del autor granadino, Viaje a la luna. Amat explicó en conferencia de prensa, que en 1977 se sorprendió de que existiera una obra inédita de García Lorca, El público. Tal ``inédito'' se había publicado más de una veintena de años antes, primero en la edición argentina de Losada y ya en 1954 por Aguilar, que sí circuló en España. Lo que demuestra que la habas se cuecen donde quiera.
Otro aniversario importante es el de Bertolt Brecht. Más allá de la reciente disputa acerca de que sus obras las escribieron sus mujeres (lo que recuerda en mucho la aburrida controversia de los eruditos acerca de quién fue el autor de las obras de Shakespeare) y de lo que debiera ser agotado tema de sus posturas políticas, la importancia del teórico, dramaturgo y poeta alemán está fuera de toda discusión. Entre los pocos espectáculos teatrales que se nos brindaron en esa efemérides, está el delicioso Tres centavos y nada de ópera que nos trajo la compañía de títeres para adultos Lund und Trug (Fraude y Mentira, en jocosa alusión al Sturm und Drang: Tempestad e impulso del romanticismo alemán), basada en la conocida Opera de tres centavos del propio Brecht. Es bien sabido que se trata de una de las obras en las que empezó a tomar cuerpo la teoría del distanciamiento a base de letreros y canciones y que Brecht, por una parte, se propuso desnudar la condición de la justicia corrupta y, por la otra, burlarse del gusto burgués por la ópera tradicional. También se sabe que su intención se frustró del todo, porque la burguesía acogió con franco regocijo la ópera, en gran medida por las canciones de Kurt Weill.
El grupo alemán, compuesto por tres actrices y un actor bajo la dirección de Frank Soehnle, y que al tiempo son excelentes titiriteros, subvierte lúdicamente la propuesta brechtiana, pero al mismo tiempo acentúan el distanciamiento en las múltiples maneras de jugar con los muñecos conformados por cabezotas, vestuario y porciones de los cuerpos de los propios actores, que nunca se ocultan, antes bien actúan con sus rostros las partes -intercambiables- que en ese momento les tocan. Echamos de menos la música de Weill, apenas apuntada, aunque el despliegue de gracia e imaginación escénica compensó esa ausencia. Es una lástima que estudiantes y profesores de la Escuela Nacional de Artes Teatrales despreciaran la oferta de rebajas en taquilla, porque de algún modo es un espectáculo para quienes conozcan la obra brechtiana. Así lo dieron a entender los airados espectadores que interrumpieron la función a la que fui, sumamente molestos porque los actores alemanes hablaran en alemán y que nos da una idea de las dificultades para programar teatro de calidad ante los espectadores deformados por el teatro comercial.