Al principio nadie lo creyó, hasta el gobernador Albores declaró el 4 de septiembre que no había sido necesario abrir albergues. Al día siguiente, por Tonalá empezaron a detectarse los primeros desastres, Luego, el pueblo más afectado fue Pijijiapan, en donde los tzeltales de Tenejapa y del célebre pueblo paramilitar de Los Chorros, apenas instalados junto al río por ampliación de su lejano ejido, fueron los primeros damnificados. La lluvia, pertinaz desde hace una semana, acompañada de vientos violentos, siguió cayendo ocho días más. Mapastepec tenía serios problemas, y hasta la capital, ``la perla del Soconusco'', al extremo opuesto de Tonalá, con sus 200 o 300 mil habitantes, sufría como pueblito vil.
Vino el Presidente, pero los incrédulos pensaron que era una operación mediática para distraer la opinión de la caída del peso, de la insatisfacción por el cuarto Informe de Gobierno y el Fobaproa, o una operación electorera en plena campaña. Sin embargo, allí el equipo presidencial reveló que no había ni cómo llevar la ayuda: la furia de los vientos y de las nubes imposibilitaban operativos aéreos de rescate, las rutas todas, incluida la flamante autopista y el viejo ferrocarril, se habían esfumado con todo y sus puentes en los 17 ríos de la costa. Después, el país supo que los 240 kilómetros de longitud del Sonocusco estaban sin energía eléctrica, y que fallaba también la fibra óptica de Telmex. La furia de los elementos y la falta total de comunicación ameritó una declaración presidencial calificando la tragedia como nacional, la más grave después del terremoto de 1985 en México.
Los oficiales hablaron de 500 mil habitantes afectados, luego de 700 mil. Pero se descubrió que los Valles Centrales padecían la misma alarma sin ninguna atención. Después, la prensa reveló la tragedia de Motozintla, cuyo suelo arenoso fue lavado por las aguas con todo y casas.
El balance final es aterrador: cuatro de las nueve regiones del estado --Soconusco, Istmo-costa, sierra y La Frailesca) están sumergidas en la misma tragedia: 40 por ciento del territorio de Chiapas (toda su vertiente pacífica), y la tercera parte de sus habitantes (entre 1.2 y 1.5 millones) llora a desaparecidos o muertos, su pueblo, su vivienda, o está esperando socorros que no llegan, perdió bienes y cultivos, carece de medicinas. En 15 días, los elementos produjeron más víctimas y peores desastres que los bombardeos de una guerra.
Si los datos de nuestra contribución anterior están confirmados por la observación meteorológica, toca preguntarnos por qué una moderada anomalía climática causó tantos estragos. La respuesta no es difícil: las negligencias (ecológicas, en ingeniería e infraestructura, o en políticas públicas) no fueron perdonadas por la naturaleza, de tal forma que la coincidencia de los embates del clima con la saturación de errores humanos en una región vulnerable, produjo el colapso en una superficie igual a la de la república centroamericana de El Salvador.
¿Por qué, a unos tantos pasos de Tapachula del lado guatemalteco, no pasó lo mismo? El Suchiate no es una frontera natural, tan sólo es un río más del Soconusco (que, hasta el inicio del siglo XX, se prolongaba en Guatemala hasta Ayutla, hoy Tecún Umán). Sobre unos 50 kilómetros, es la misma geografía, la misma banda costera, con las mismas montañas y pie de monte, los mismos ríos furibundos en tiempo de aguas, el mismo clima. Las lluvias allí cayeron igual, con la incidencia de las desgracias que golpean en prioridad a los pobres; pero por aquel lado llegan para salvar al Soconusco las pipas de gasolina y agua o los camiones de víveres y socorros, con combustible gracias a bombas con energía para surtirlos, y porque todos los caminos siguen siendo transitables y los puentes parados. Allí no se cometieron los errores humanos de la ingeniería que, al simular el desarrollo de infraestructuras, dejó al Soconusco desprovisto ante la emergencia.
Por las mismas razones, no hace mucho, las barriadas de Tijuana fueron destruidas mientras San Diego, su vecina y con la misma ecología, no sufrió daños.
En Chiapas no sólo cayó la lluvia, sino también el teatro del desarrollo a la chiapaneca. Si la riqueza legendaria del Soconusco, derrumbada en unos tantos días, es el horizonte que se prometía al estado con las millonadas anunciadas para resolver el conflicto sin diálogo con las partes, ¿qué esperar de las regiones menos ricas o sumergidas en la pobreza del resto de Chiapas? En el cataclismo humano y natural del Soconusco, como en el de México en 1985 (cuyo aniversario coincidente ahora se rememora), quienes pagaron el pato no son los responsables. Pero en ambos casos, a la desgracia natural se sumó una catástrofe social por el colapso de un modelo (¿o una simulación?) de desarrollo.