La narcosiembra llena la troje de maíz y frijol, dicen tepehuanes
Blanche Petrich, enviada /II, Guadalupe y Calvo, Chih. Ť Sembrar o trabajar en un plantío de mariguana o amapola produce suficiente dinero para que los tepehuanes de la Tarahumara sur llenen su troje con maíz y frijol para darle de comer a la familia medio año. ``Más o menos'', acotan las mujeres, porque junto con las trocas de los ``intermediarios'' que compran y pagan, llegan a los remotos pueblos del municipio de Guadalupe y Calvo, a veces a puro lomo de mula, las cajas de cerveza que abastecen bien los tendajones de los caciquillos. Ahí suele recalar casi toda la ganancia de los riesgosos narcocultivos.
Ya montados en las avionetas que aterrizan y despegan en las mínimas pistas clandestinas de las barrancas, los costales de mota y las bolsas de goma de opio adquieren un valor monetario multiplicado. Pero en tierra la derrama de dinero apenas se traduce en pickups seminuevas, botas relucientes, cinturones bordados de seda, quinientos pesos el más barato, y cuernos de chivo para algunos de los mestizos.
Gente de piedra maciza
Vecinos de los tarahumaras, los tepehuanes alguna vez fueron el más numeroso de los pueblos del norte de México y su dominio se extendía hasta Nayarit, Jalisco y Zacatecas. Ahora quedan 10 mil y su territorio se sigue reduciendo ante el avance de los poderosos chutameros.
En los pueblos y caseríos de la orgullosa raza ódame --que se traduciría al castellano como ``gente de piedra maciza''-- los cuadros de desnutrición crónica de los niños y el analfabetismo de los adultos no han variado un ápice desde que los estadunidenses introdujeron, en plena Segunda Guerra Mundial, la semilla de la amapola para producir la morfina que requería su industria bélico-farmacéutica.
Procampo apoya al agricultor de la región con 600 pesos por hectárea, y un máximo de cinco hectáreas. Bien vendidos en el centro de Baborigame --Baborigoma le dicen los maliciosos-- 300 gramos de goma le dejan al agricultor ilegal cinco mil pesos. Diez kilos de mariguana rinden entre mil 500 y 3 mil pesos.
A los pueblos del municipio llegan los productos desde Parral, que queda a 14 horas por carretera de Baborigame. Los diez kilos de Maseca alcanzan los 50 pesos, el kilo de frijol los diez y el litro de gasolina los seis pesos.
El único recurso es el bosque y la explotación forestal en la zona sur es apenas artesanal. Pero, señala Francisco Báez, ``da miedo nomás pensar que puedan hacerle como en el norte de la sierra. Si aquí empieza la explotación de la madera, en diez años nos la acabamos''.
``A sembrar la chutama''
Dando tumbos en el camino, trepadas en la palangana de una pickup, durante un raite de algún pueblo hacia algún otro, las tepehuanas se detienen las faldas para que no se las levante el viento. Van platicando con candor las venturas y desventuras de los ciclos agrícolas de la región.
--La mariguana se siembra en julio y agosto. Se recoge desde los últimos de octubre, todo noviembre y diciembre. Le decimos la yesca. O la mota, ¿qué no? La amapola, la chutama, se siembra en noviembre. Por abril y mayo la flor empieza a abrirse bien linda. Entonces ya está buena para rayar. Sembrar o trabajar en un plantío da para medio año de maíz y frijol. Más o menos, porque luego se va todo o casi todo en la cerveza.
--Tres rayitas así -mire. Luego le sale un caldito pero no se chorrea, se cuaja luego luego. Se va juntando la bolita pegajosa. De dos o tres parcelitas salen cien, doscientos gramos, hasta el kilo y medio.
--En junio, julio, agosto, estos tres meses, llegan a los pueblos los chutameros. Llegan preguntando que quién tiene. Este año se vendió muy barato. Los primeros llegaron ofreciendo seis pesos el gramo. Luego subió, de siete a nueve pesos ofrecieron. Diez a lo más. El año pasado pagaron 20 pesos. Ahora quién sabe por qué tan poquito.
--Es decir que el campesino que siembra amapola y logra sobrevivir la aventura de cosechar y vender su producto gana, lo máximo, mil pesos. ¿Para qué alcanza?
--Para comprar medio año de maíz y frijol.
--A lo mejor sí, pero más o menos. Porque se ponen a tomar también. Las tiendas donde dan la cerveza a veces se quedan con la mitad, a veces con todo. Ojalá fuera puro tesguino, ese es barato.
Mejor negocio que la amapola es la mariguana. Pero ``uuuuy, es más peligrosa, es más mimosa, si no se le cuida mucho, se echa a perder''.
--A la chutama nomás se la deshierba, se le da su fertilizante para que crezca. Pero la mota necesita que se le cuide más, que se le riegue. Luego siempre hay una mata que florece y esa se tiene que quitar. Se le llama desmachar. Si no se quita la flor a la mata macho, se echa a perder todo lo demás, y ya no lo compran igual.
--Y luego que hay que caminar unas dos, tres horas hasta donde se encuentran. Cuando ya se va a cosechar, los soldados aparecen en una parte, en otra parte.
--Se paga medio costal 150. Bueno, según el costal, porque hay grandes y chicos. Esos vienen pagando 400, 500, hasta 800 el kilo. Eso creo que todos los años es igual.
--Ya que se cosecha se la levantan en avión.
--¿En troca no?
--Mayormente en avión.
--Sólo hay otra forma de ganar dinero, en los aserraderos. Esos pagan 50 pesos el día pero casi ni trabajan. Ahora menos porque hubo muchos incendios, no hay mucha madera.
Ni suspiran las tepehuanas de pómulos altos, ni se quejan. El grito de la moda entre las mujeres son las pañoletas con la guadalupana. Habla una y luego sigue otra. No hay diferencia entre la milpa y el narcocultivo. Ni noción de delito o culpa. Del secreto sí. ``Todos siembran o trabajan en algún plantío. Pero todos lo mantenemos en secreto''.
Cuenta el padre Raúl Valles, párroco de Baborigame: ``Seguido llegan los tepehuanes a la iglesia con vasijas de agua o santitos para bendecir y llevar a las siembras. ¿Y para cuándo el frijol, los elotes?, les pregunto. `Pues de eso no sembré', me responden. Después de un rato de silencio indagan, `¿Será bueno o malo?' Ni modo de echarles un sermón. Para ellos no es un delito, y la alternativa que tienen es morirse de hambre. `Animo', les digo. Para uno, como sacerdote, es un conflicto ético muy complicado''.
La huella del dinero que supuestamente se queda en la sierra por la producción de mariguana y goma de amapola no se ve en la exigua economía de la región. ``Ni siquiera es una forma de ganar dinero fácil --continúa el padre Raúl--; visten igual que todos, trabajan igual que todos. Si acaso alguno aparece un día con una troca vieja, ganancia de sus plantíos. A veces ni siquiera les pagan, o les pagan con un balazo si se atreven a insistir con el intermediario que les paguen. Intermediarios son muchos, gente de fuera que viene seguido, forrada de dinero. Se les conoce pero nadie los detiene. Ni la judicial ni el Ejército. Llegan y se van como si fueran invisibles''.
¿Adicciones? ``Es muy preocupante pero empieza a haber --señala Felícitas, religiosa de las Carmelitas Descalzas, casi 20 años de misionera entre los ódames-- Los traficantes están pagando en especie y dejan cocaína en el pueblo. Los indígenas no la consumen pero muchachos del centro sí. En un pueblo como este todo se sabe. Se nota cuando alguno empieza a andar en malos pasos. Nomás se les ve dando vueltas en sus trocas como loquitos''.
Fela, Luz y Maribel
Frente al comal, supervisando la descarga de los camiones que llenan su bodega, ante el papeleo en el que tiene que rendir cuentas a sus superioras o acarreando enfermos en su camioneta a través de barrancos y bosques, la hermana Felícitas es ídem. ``No quisiera estar en ningún otro lugar del mundo ni haciendo cualquier otra cosa. Acompañar en su pobreza a esta gente, ¿qué más le puedo pedir a Dios?''.
Luz es enfermera titulada y dirige el dispensario, que es una opción ante la negligencia de la clínica del Seguro Social y el alto costo que impone el médico ejidal que también ejerce como particular. Es alburera y presta para hacer los honores a las tesguinadas. Ha preparado un equipo de 33 promotores de salud indígenas combinando sus conocimientos alópatas con el aprendizaje constante de la medicina tradicional indígena y el método de microdosis. ``Trato de integrar todo. No intento suplantar a sus curanderos. Ellos son enviados de Dios y es un territorio sagrado en el que no debo entrar. Pero sí rezo tres veces antes de atender a un paciente, les curo el susto, les soplo la mollera, los sobo para el empacho. Sólo así puede haber confianza''.
Luz hace sus trueques con las madres que llegan por despensas para los niños con desnutrición en tercer grado. ``Ellas me dan una calabaza o un elote, y yo les doy la avena, el frijol, las lentejas y las vitaminas''. Todo eso lo platica mientras le cambia el suero a Raúl, un chamaquito de 15 años confinado a una silla por un mal muy frecuente entre los niños de esas latitudes: artritis. ``Se enferman en invierno cuando las temperaturas bajan de 14 grados menos cero por pasar del fogón a la nieve. Pero por la desnutrición se complica con infección de las coyunturas y el hueso. Es muy doloroso y deja secuelas permanentes''.
Maribel es la novicia que apoya las ta-reas de las dos misioneras mayores que se levantan antes que el sol y se acuestan después de la medianoche. Las tres son jalisquillas.