Octavio Rodríguez Araujo
Transición a la democracia

Si quisiéramos reflexionar sobre los principales obstáculos a la transición democrática, que es uno de los temas de la agenda del México de hoy y hacia el 2000, comenzaría por ubicar una hipótesis que me parece sugerente: Cuando hay prosperidad económica y una relativa distribución de la riqueza, la democracia como demanda pasa a segundo término. Lo contrario es igualmente válido: cuando no hay prosperidad económica ni ninguna distribución de la riqueza (es decir depauperación creciente de la mayoría de la población), la democracia deviene una demanda importante. Pero detrás de la demanda de democracia está siempre la necesidad de una mejor calidad de vida, incluso para quienes no piensan en términos egoístas.

¿Qué obstaculiza una mejor calidad de vida? En primer lugar la concentración de la riqueza. ¿Qué condiciones permiten la concentración de capital o, en otros términos, qué instancia está en posibilidades de evitarla, es decir de distribuirla por la vía de impuestos, de control de precios, de mejoras salariales, de políticas de empleo, etcétera? El gobierno. Si un gobierno se subordina a la fuerza de los capitales en lugar de subordinarse al mandato y a las necesidades populares, este gobierno estará actuando contra su población mayoritaria, pues el objetivo de todo capitalista o conjunto de capitalistas es la ganancia y la concentración de riquezas, y en las manos del gobierno está la posibilidad de actuar a favor de dicha concentración o a favor de su distribución. La democracia se convierte en una necesidad cuando un gobierno (la representación del pueblo en cualquiera de sus manifestaciones) no vela por el bienestar de los gobernados, de todos y no sólo de unos cuantos.

Es por lo anterior que la democracia que realmente interesa a la población es la democracia en el ejercicio del poder, cuya condición podría ser la democracia para acceder al poder, pero no es una condición suficiente ni necesaria por sí misma. Gobiernos electos democráticamente no necesariamente ejercen las funciones de gobierno democráticamente. La democracia en el ejercicio del poder quiere decir oír, atender y resolver las demandas más importantes de la población por su bienestar. Autoritarismo, en cambio, es ``interpretar lo que es bueno'' para la sociedad sin oírla, sin atenderla y sin resolver sus problemas, aun en el caso en que las interpretaciones desde el poder coincidan transitoriamente con demandas de la población, como ha ocurrido ocasionalmente incluso en regímenes dictatoriales.

La transición a la democracia no es, como quieren hacer creer los publicistas gubernamentales, la posibilidad de que las elecciones sean limpias, transparentes e indudables. Esta es una condición necesaria, como dije antes, pero no suficiente. Lo que interesa de la democracia es la posibilidad de que la riqueza se distribuya en función de las necesidades del pueblo mayoritario, es decir la posibilidad de que se limite en los hechos, mediante las políticas públicas, la concentración excesiva de capital y, por lo mismo, que mejore la calidad de vida de la población en su conjunto. La democracia es un medio, no un fin en sí mismo.

En México se ha dado un primer paso en la transición a la democracia: las elecciones son más creíbles y menos conflictivas que en el pasado. Pero el camino por andar es todavía muy largo. Las desigualdades sociales son más pronunciadas hoy que hace 20 o 30 años, los pobres son más y más pobres que antes, los desempleados (expulsados de los centros de trabajo o jóvenes sin perspectiva) son también un problema estructural. Esta realidad, que nadie puede refutar, nos aleja de la transición a la democracia, razón por la cual se espera que para el 2000 exista un partido capaz de ofrecer una alternativa viable que, en el ejercicio del poder, atienda el aspecto fundamental de la democracia concebida como medio: la mejor calidad de vida de los mexicanos. Sin ésta no habrá democracia por mucho que las elecciones sean creíbles y fuera de duda.