Horacio Labastida
El informe de Cárdenas

Hace muchísimo tiempo, más que lustros décadas y quizá sobrepasando el cincuenteno, los informes de los ejecutivos gubernamentales padecen de la contradicción que los exhibe año tras año como penosos expositores de realidades que no existen. Ya Sócrates en la clásica Atenas lo explicó claramente a los sofistas: si la palabra no coincide con las cosas se incurre en engaño que ofende al pueblo, y si el acto no se corresponde con la idea, resulta manchada la virtud ciudadana; y ésta es la enseñanza que a las veces intencionalmente olvidan nuestros gobernantes, aunque nadie se ha dejado burlar así como así; en nuestra intimidad sabemos bien que se nos han vendido frases que sólo buscan disfrazar de verdadero lo que no es cierto, y sin embargo, nuestro pecado es disimular la mentira oficial porque tal disimulo la da por aceptada y buena, mas tan imperdonable conducta parece purgarse día a día con las rebeldías de las gentes y la innovadora actitud de un Congreso que ha decidido al fin ejercer a plenitud las facultades que le otorgó el constituyente.

El punto de partida de ese apasionante fortalecimiento de la voluntad del pueblo en la sociedad política, lo subrayó Cárdenas en el informe del pasado 17 de septiembre. Otra vez las palabras dicen lo que son las cosas y las ideas se expresan en los actos; fue posible escuchar avances al mismo tiempo que insatisfacciones y deficiencias en la marcha de nuestra ciudad, sin esconderlas, pues desde el inicio de su discurso Cuauhtémoc Cárdenas tuvo muy presente que fue elegido democráticamente por quienes habitamos en el Distrito Federal, y que su decisión es nuestra decisión de curarnos de las hartas enfermedades, corrupciones y perversiones que en el último medio siglo postraron y casi asfixian a la secular ciudad de los palacios. La ciudad, lo sabe bien Cárdenas, debe ser un hogar común, y por tanto lugar que nos llene de felicidad y no de dolor. Por medio siglo se hizo de la ciudad nuestro peor enemigo, y para despejar la viciosa maraña, Cárdenas ha acogido como propios los tres supremos mandamientos que dan perfil al gobierno democrático: honradez, Estado de derecho y equidad en el significado de justicia común. Los propósitos y programas del gobierno cardenista muestran una convicción central: nunca separar el poder público del poder de la moral.

Nuestras altas lecciones están a la vista, Morelos exigió sancionar un Estado donde los ricos fueran menos ricos y los pobres menos pobres; Ramos Arizpe buscó conformarlo como una federación de entidades políticas independientes enhebradas dentro de la unidad nacional; Juárez invocó el respeto del derecho ajeno como base de la legalidad interior y de las soberanías de los pueblos; Madero izó la bandera de la democracia electoral: sufragio efectivo y no reelección; Zapata señaló la necesidad de cimentar la democracia política en la democracia económica; y Lázaro Cárdenas resumió la visión del mexicano en su convocatoria al establecimiento de una civilización justa. Por estos cauces nobles y limpios trata Cuauhtémoc Cárdenas de llevar adelante a la ciudad. No sólo tendrá que vencer las tremendas y negativas inercias del pasado, sino también las fuerzas que por todos los medios tratan de hacerlo fracasar. En el fondo la batalla es entre los intereses populares y los intereses faccionales de élites adueñadas del poder político de México.