Numerosos testimonios de la prensa financiera internacional sugieren que ha comenzado una etapa de recesión mundial, la cual podrá ser prolongada y especialmente costosa para gran número de países en vías de desarrollo. Tanto The Economist, como The Financial Times como TheWall Street Journal incluyen cada día más artículos señalando los peligros y llamando a una profunda reforma de la arquitectura financiera internacional. Existen fuertes expectativas de que a fines de este mes y principios de octubre, a raíz de reuniones simultáneas de los dirigentes del G-7 (club de los siete países más industrializados) y del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), se produzca un programa para intentar estabilizar a los mercados de capitales.
Sin embargo, las perspectivas de una mejoría no son positivas, ya que las condiciones fundamentales de las finanzas mundiales han ido empeorando desde hace bastante tiempo. Aparte de sucesivas crisis bancarias y financieras en Asia y Rusia y del descenso de los precios de las materias primas a su nivel más bajo en 20 años, la tendencia más preocupante es la caída de las tasas de interés que pagan los bonos de los gobiernos de los países económicamente más fuertes. El desplome es el más pronunciado desde la gran depresión de los años de 1930. Los intereses de los bonos del Tesoro de Estados Unidos a largo plazo han caído desde un nivel de ocho por ciento anual a cinco por ciento en los últimos tres años; las tasas de interés sobre bonos de Alemania han caído a menos de cuatro por ciento, la cifra más baja desde 1907 (¡); y las tasas de interés de los bonos del gobierno japonés han caído al nivel inédito de menos de uno por ciento anual.
Estas bajas increíbles en el rendimiento de los bonos de gobierno --que son los valores más seguros en todos los mercados-- indican que los inversores temen dos cosas. Un primer peligro que anticipan es que siga la incertidumbre en las bolsas internacionales y en los precios de las acciones, razón por la cual prefieren dejar las inversiones inseguras para pasar a las seguras. De allí que sea tan difícil para países como México o Brasil obtener capitales. El segundo peligro (igualmente grave) es que se acentúe la caída de los precios mundiales de la mayoría de los bienes y mercancías, con lo que se podría estar a punto de entrar en una época de deflación, similar a la experimentada durante la Gran Depresión que siguió al crack de 1929.
Para aminorar esta tendencia deflacionaria se requiere por el momento no solamente un cambio en la arquitectura financiera, sino acciones concretas.
Específicamente lo fundamental sería que el Federal Reserve Bank de Estados Unidos inyectara liquidez a la economía norteamericana tras su reunión cumbre del 29 de septiembre. Ello mandaría la señal a escala planetaria de que no hay que temer un pequeño grado de inflación para relanzar las economías del mundo. Ningún otro actor financiero puede tener un impacto similar. Los bancos centrales europeos se niegan a reconocer el problema por su preocupación con el lanzamiento de la nueva moneda europea, el euro, a fin de año. Y la banca japonesa está todavía en situación crítica. El gran colapso financiero de 1929 provino de la falta de flexibilidad del banco central de Estados Unidos, como lo indican las mejores interpretaciones de historiadores y economistas. Hoy día ese banco tiene que actuar como banco central, mundial ya que no hay tiempo para esperar los efectos de reformas estructurales más profundas.