El gran drama del México actual está en la falta de respuestas a preguntas que intuimos esenciales para el futuro del país, y para nuestro propio futuro: ¿podemos superar finalmente las crisis recurrentes que venimos padeciendo desde 1980? Y si tal es el caso, ¿cuánto tiempo tardaremos en lograrlo? ¿Cuál es el mejor camino para salir del atolladero en que estamos? ¿Cuáles son los objetivos que deberíamos proponernos? No tener respuestas, ni siquiera medianamente aceptables para ellas, ha conducido a una actitud de desaliento y, en no pocos casos, a conductas antisociales en las que cada quién empieza a ver sus intereses personales por sobre los de la sociedad.
Hoy todas estas dudas están ligadas a otra que se delinea cada día con más fuerza: ¿qué sucederá en el año 2000? ¿Quién tomará las riendas de la nación? ¿Tendrá, acaso, este nuevo líder la capacidad y la visión para sacar al país adelante? En otros tiempos existieron dudas sobre los liderazgos por venir, pero no eran como hoy asunto vital Para un sector importante de la población tal líder no puede ni debe salir del PRI, dado que de allí han surgido los gobernantes y las ideas que tienen al país de cabeza, pero de nuevo surge la duda sobre el verdadero tamaño de este sector. ¿Cuántos son los mexicanos dispuestos a votar por el cambio de mando en el país, como ya sucedió en el Congreso? ¿Acaso la mayoría de mexicanos y mexicanas que han dado su voto al PRI, a cambio de una despensa o de unas cuantas decenas de pesos, rechazarán ahora esas ofertas en todo el país, como ya lo hicieron en el Distrito Federal en 1997?
Las interrogantes son muchas; las respuestas hasta ahora pocas y fragmentadas. De hecho, podemos decir que para las preguntas más esenciales cada mexicano y cada mexicana tienen un pedacito de la respuesta, aunque ésta puede cambiar en el tiempo como efecto de los hechos que suceden a su alrededor, en su comunidad, en el país entero. En estas condiciones cobra sentido y adquiere dimensión el proyecto de la Fundación Arturo Rosenblueth, con el que hoy buscamos integrar esas respuestas, a partir de lo que la gente de todo el país nos pueda decir en torno a las preguntas más básicas.
El proyecto es ambicioso, implica la conformación de una red nacional de corresponsales de la sociedad civil, dispuestos a acudir a comunidades alejadas, a recorrer las ciudades y sus barrios, los pueblos y sus mercados, las plazas públicas en todo el país, para aplicar cuestionarios diseñados con cuidado y registrar las respuestas de las personas entrevistadas, seleccionadas con criterios estadísticos relativamente simples pero efectivos. Los primeros resultados nos han mostrado la importancia del esfuerzo: una encuesta de opinión levantada en 24 entidades nos permitió saber con bastante certeza el sentir de la sociedad mexicana respecto al conflicto de Chiapas y al comportamiento de sus principales actores. Financiada con aportaciones de una amplia gama de organizaciones civiles, la encuesta fue difundida en los principales medios de comunicación y, de manera detallada, por el diario La Jornada durante la segunda semana de agosto.
Una segunda encuesta sobre la imagen de los tres principales partidos políticos, aplicada en el mes de agosto, que ha principiado a ser difundida y analizada, nos abre una luz en el camino; a través de ella sabemos hoy que para un amplio y mayoritario sector de la población, el viejo partido en el poder ha dejado de ser una opción atractiva o necesaria; al mismo tiempo, el rechazo a quienes pretenden lograr la candidatura por ese partido define claramente las demandas de cambio de mandos y de políticas.
Lejos de producir un falso júbilo de triunfo anticipado para las fuerzas democráticas, la encuesta genera nuevas dudas, tan esenciales como las que teníamos antes de hacerla: ¿por qué, si la imagen actual del PRI es tan mala, los candidatos de este partido siguen cosechando gubernaturas y triunfos electorales? ¿Cuál es la raíz de esta aparente contradicción? ¿Acaso nuestros análisis están equivocados? ¿Se trata de un condicionamiento de la sociedad para aceptar al PRI como un mal necesario, ante los riesgos que el cambio puede representar? ¿O se trata, más bien, de la capacidad que mantiene ese partido para comprar y controlar el voto, aun contra la voluntad de la gente? Las preguntas están allí, en el aire, tenemos que encontrar respuestas para ellas.