CONJUROS Y EBRIEDADES
Raquel Peguero Ť ``Hemos hecho este libro como hacemos a nuestros hijos: con la fuerza de nuestra carne'', aseguran en voz de Ambar Past, las cantoras, videntes, brujas, macheteras, conjureras, planchadoras, pintoras, tejedoras, comadronas, escultoras, abuelas, rezanderas, locas, alfareras, molenderas, argüenderas, suegras, sirvientas, sepultureras entre un largo etcétera de mujeres tzotziles, que a lo largo de 23 años unieron su esfuerzo para dar a luz, Conjuros y ebriedades, cantos de mujeres mayas, un bellísimo libro-objeto publicado por la editorial Taller de Leñateros de San Cristóbal de las Casas.
Entre la música de flauta y tambores de un trío venido de Huixtán, Chiapas, con el olor a juncia y copal envolviendo los cuerpos apenas vislumbrados por la luz de veladoras, que volvieron incandescentes los ojos de las máscaras -con aroma de café- de una veintena de libros que enfrentaban maliciosos al espectador, comenzó el ritual de presentación de estos conjuros. La ebriedad vino con la palabra de estas mujeres ataviadas con su ropa típica, con su rostro sereno y su voz ancestral. El Museo Tamayo cumplió como marco perfecto, sumándose a la magia que le dio vida al volumen y que, como bien dice el poeta Juan Bañuelos, ``son la otra floración inédita'' de Chiapas, porque son una ``práctica cultural que nace con sus faenas diarias''.
Con prólogo de Juan Bañuelos y epílogo de Ambar Past -la traductora y coordinadora del proyecto-, éste es, a saber, ``el primer libro escrito, ilustrado e impreso por la comunidad maya desde que, hace más de 500 años, los primeros Padresmadres crearon sus códices sagrados''. Fueron dos décadas de minuciosa recopilación de los cientos de cantos de mujeres mayas en tzotzil, transcritos y traducidos al español por Past, con la colaboración de Xun Okotz -un hombre que prefirió firmar con seudónimo, para evitar que los hombres chamulas lo calificaran de ``brujo''- y Petra Ernández, una bella y joven indígena de ojos pizpiretos y voz de ángel, conjurera por tradición. El sabor y la frescura del habla de Xun y Petra se aprecian en el lenguaje que ``empleamos en las traducciones -explicó Past-. Para este fin elegimos la castía, una lengua viva que manejan los indios de Chiapas como su segundo idioma y que conserva palabras y modismos de la Colonia''.
De todo ese material, se seleccionaron 43 textos, los que consideró ``más importantes'', para las 193 páginas de esta edición, que se acompaña generosamente con 40 serigrafías realizadas por estas artistas indígenas. Past resalta que 80 mujeres, quienes según ellas no sabían pintar, lo hicieron durante dos años, ``ocupando lagunas de tinta china y cerros de papel para producir la gráfica. Hicieron mucho más tinta que la que podía caber en estas páginas. Lo que aquí se ve es apenas una pequeña muestra de la riqueza de la mujer maya contemporánea''.
El arte más apreciado entre los tzotziles ``es el de la palabra -vibró la voz de la actriz Angélica Aragón, quien hizo, además, una hermosa lectura de conjuros en idioma español-. Las mujeres llaman escritura a las figuras que tejen en sus huipiles. Se usa el mismo verbo para decir escribir, que dibujar. Antonia Moshán Culej, de Huixtán, pregunta: ¿Cómo es que María Tzu puede dibujar si no sabe escribir? Se sabe que los primeros Padresmadres escribían, y se rumoraba que algunos de sus libros -que ya nadie puede leer- yacen en cofres viejos de Chamula y que cada año los abuelos los sacan con gran reverencia para echarles humos de copal y envolverlos de nuevo en trapos bordados''.
Estas conjureras no saben leer ni escribir. Aprehendieron sus cantos cuando les fueron entregados en sueños por sus antepasados. Explica Ambar Past que son secretos y no se pueden divulgar ``así nada más''; y es ahí donde funciona la brujería. ``Cuando entrevisté a Paskawala Kómes, una vidente ágrafa de Santiago El Pinar, me relató que entre sus sueños apareció una Anjel, que es hija del dueño de la tierra, con un gran libro rojo en el que estaban los conjuros. La cinta no grabó nada, así que le pedí que me lo contara una vez más, y fue mejor, porque me dio muchos detalles. Tampoco se grabó ni la tercera vez que lo intentamos. No sabía qué pensar, porque al salir de su casa, la grabadora funcionaba bien. Después, cuando quise pasar la información a la computadora, ésta se alocó. Cambió las cosas, se tragó las letras y transformó todos los nombres masculinos en femeninos. Fueron los técnicos y no pudieron descubrir nada, así que debí llamar a Loxa Jiménes Lopes -Madrepadre ahí presente- quien llegó con veladoras y cantos, e hizo una limpia al monitor con una gallina, para que se compusiera, y lo logró''.
Relató que desde que comenzó a recopilar estos cantos, la ``impresionó la extrema pobreza en que vivían estas mujeres, pero más que, a pesar de ello, vivieran en la poesía''. Se asombró de que ``tienen una gran reverencia por los libros y no hay uno solo en su casa, porque no saben leer, pero es como si su memoria ancestral se colara''. Todas ``hablaron de la Anjel, y de ahí nació la idea de hacer esta obra, para tratar de reconstruir el libro que ellas sueñan. Algunas de las autoras eran muy ancianas cuando hablaron conmigo y ya han muerto, pero no su palabra''.
La hechura del libro es otra historia mágica. Participaron 150 personas, mujeres tzotziles, ya enumeradas, y ``hasta hombres infieles'', bromeó Past. Para las gráficas que aparecen a lo largo del libro, se hizo una selección de las tintas que mejor complementaban los textos, y éstos fueron impresos a mano, en serigrafía, por un equipo de cuatro serígrafos mayas, quienes trabajaron durante 15 meses para producir 100 mil páginas de gráfica.
Durante ese tiempo, seis mujeres mayas crearon las máscaras que adornan la portada, que se ofrece como bajorrelieve en papel hecho a mano, diseñadas por la escultora noruega Gitte Daehlin. Estas artistas, remojaban cajas de cartón, cepa de plátano y pelos de elote, para después amasarlo todo y molerlo con flores y café. Con ello, una por una, fueron formando las carátulas en molde y dejadas a secar al sol. El papel para las guardas del libro fue realizado en una región de Tierra Caliente por un grupo de mujeres mame. Ese papel fue llevado, hoja por hoja, a San Cristóbal, donde se tiñó de negro y se prensó en un tórculo. Otro equipo formateó los textos, hizo los negativos, cortó el papel para los interiores y aprendió el manejo de una máquina offset, para su impresión. Después, encuadernadores mayas cosieron y pegaron a mano cada tomo, y abrieron los ojos de la máscara, que aparece como portada del libro, con un fierro que inventaron.
``Los temas líricos de la poesía indígena de los Altos de Chiapas son los peligros del alma. Sus imágenes nacen para medir lo visible y lo invisible: el tiempo solar y el tiempo sagrado'', dijo Bañuelos, retomando su prólogo del libro. Agregó: ``no se necesita ser etnólogo, antropólogo, sociólogo, aculturado, historiador ni nada parecido para acercarse a esta obra''. Atento a lo que no se ha dicho, ``consagro mi gozo de poeta a la sabiduría indígena, ahora traducida a la castía que, sin dejar de ser lengua española, es una victoria artística obtenida por los indios al someterla a una realidad americana que le era extraña''. Estos poemas, aseguró, ``son más tejido que injerto y más injerto que solaz desahogo. Son un modo de vivir y, por tanto, los poemas más ávidos de ser''.
El Taller de Leñateros, integrado por mayas y mestizos, trabaja desde hace 20 años en la producción de papel a mano, impresión de libros, serigrafías y grabados en madera. Para crear sus productos, utilizan flores, bejucos, liquen, cepa de plátano, rastrojos de milpa y huipiles, entre otros materiales reciclados. Edita un códice rupestre, revista-objeto llamada La jícara.
Conjuros y ebriedades... recibió apoyo de varias instituciones: Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos, The Steiner Foundation, The Witter Bynner-Foundation for Poetry, The Hoffman Foundation y el Grupo Editorial Casa de las Imágenes. Está a la venta en Casa Lamm, en la colonia Roma, y en la librería El Sótano, de Coyoacán.