Internet puede ser el paraíso... o el infierno.
Si Dante hubiera conocido esa curiosa herramienta cibernética tan de moda en estos turbulentos tiempos, seguramente habría pronunciado una frase similar a la que encabeza este texto.
Porque en internet, como en las democracias, cabe de todo: desde pornografía infantil hasta museos, desde bibliotecas públicas a bibliotecas púbicas, desde conversaciones apasionantes a reverendas pendejadas, corazones solitarios o políticos en busca de votos. Internet es, sin duda, el más curioso fresco de la posmodernidad aterida y desfalleciente que busca un rinconcito en la historia.
Temo enormemente por la suerte de esos entrañables personajes de nuestra infancia llamados ``carteros'', que ante la violencia de los e-mails se convierten poco a poco en reliquias de un pasado heroico, dignos de adornar alguna vitrina de nuestros próximos museos de historia natural.
Ahora me topo, gracias a mi amigo Emanuel, con una de las últimas gracias de internet: la ``vida virtual'' y no me queda más que tomar fuertemente la mano de Beatriz y hacer un fatídico viaje a los infiernos.
Jenni es una rubicunda y saludable gringuita que vive en alguna de esas pinches ciudades del Medio Oeste norteamericano, donde seguramente, por no pasar, no pasan ni las horas. Supóngome que la mencionada Jenni, aburrida de las Burger King dobles, las cocacolas rellenadas hasta el hartazgo y la insulsa conversación de sus amigos, todavía más saludables y rubicundos que la propia dama en cuestión, decidió poner, literalmente, su vida en internet.
Y no pienses que al estilo de Anna Frank o de las confesiones de Neruda. La niña puso una cámara en su hogar y transmite cada 20 minutos una foto de lo que ella hace, día y noche. El sitio se llama originalmente ``Jennicam'' y no es más que eso: una cámara que registra cada uno de sus movimientos. El caso es que siempre logra aparecer en la foto: vestida, desvestida, recién bañada, escribiendo en su computer, comiendo pizza con sus cuates, echando una cana al aire con su galán, y un largo e insulso etcétera de la vida de una chava insulsa.
Que el fenómeno lo estudien los sociólogos. Yo nada más lo bautizo: ``vouyerismo virtual para dos computadoras (ida y vuelta), coro y orquesta''.
Y ahí va el verdadero drama, que no es que la chava muestre su vida virtual en internet, desperdiciando tiempo valiosísimo, sino que, como dice Emanuel, el sitio en cuestión es uno de los diez más visitados de toda la red (léase millones de ociosos) que esperan con ansia la próxima foto de Jenni. Una Jenni que se está convirtiendo, poco a poco, en un nuevo icono de la soledad y de la desesperanza, porque como bien diría mi tío abuelo: ``¿Qué?, ¡no tienen una vida, coño!''
Este es el título de una maravillosa novela del recientemente desaparecido escritor argentino Osvaldo Soriano, que -más que una novela- es una loa a la justa memoria; un intenso y, las más de las veces, amargo recordatorio de nuestra proclividad a dejar en el baúl de los recuerdos todo lo doloroso, lo injusto, lo moralmente condenable.
Esto viene a cuento por la conmemoración de los 30 años del movimiento del 68, entremezclada con una curiosa y rápida declaración ``de banqueta'' de nuestro secretario de Gobernación.
Labastida dijo, palabras más, palabras menos: ``Díaz Ordaz ya murió, no tiene sentido abrir de nuevo el caso del 68'' o, lo que es lo mismo, ``ya lo pasado, pasado...''.
Yo, por lo pronto, me rehuso, en el mejor estilo de Soriano, a olvidar.
Así, no olvido: los fusilamientos de Franco, los exilios sangrientos y obligados de decenas de amigos argentinos, chilenos, uruguayos; ni olvido las purgas estalinistas, ni la muerte de Jaramillo o Zapata, ni Acteal, ni el encarcelamiento de Vallejo, ni las torturas a Salvador Nava o Julius Fucik, ni los campos de concentración alemanes, ni las manos de Víctor Jara, ni la Escuela de Mecánica de la Armada en Argentina, ni Aguas Blancas, ni a la DINA chilena, ni a los boinas verdes en Granada, ni a los rusos en Praga, ni a la Falange española. Por supuesto, no olvido el 2 de octubre. Y tengo tantísimas cosas que me he propuesto no olvidar que prefiero olvidar las declaraciones de nuestros ministros.
Bien decían por ahí que si olvidamos estaremos condenados a repetir. ¡No! rotundo al alzhaimer colectivo, a la pinche memoria que pretende seleccionar, al ablandarse, para dar paso al futuro reconciliador y mentiroso. No olvido ni las quemas de libros ni las de supuestas brujas, así como no olvido la violencia; todas las mañanas me levanto recordando, con pasión, pero sin ira, para ver si algún día tenemos un mejor destino hecho en gran parte de recuerdos.
No me importa que se me llene el disco duro de tanta memoria que no es mía, pero sin duda me pertenece.
Y en la misma tónica y con la misma lógica me digo a mí: ``mi mismo, si nos da por el olvido, en una de esas acabaremos de ministros ¡Vade retro!
Otro título de un libro que es casi una premonición con provocación incluida.
En los sesentas, John Kennedy Toole escribió esta maravilla editada por Anagrama sobre las desdichas de un memorable personaje apellidado Reilly, quien veía una conjura de necios que se cernía sobre su vida constantemente para que todo le saliera mal.
Hoy, en la ciudad de México yo veo una conjura igual o peor, encabezada por dos ex funcionarios apodados Tuco y Tico, que ponen todo su esfuerzo en demostrar que la administración del DF tiene más fallas que la de San Andrés y se olvidan que ellos cavaron hondo y profundo para resquebrajar esta ciudad que, a pesar de todo, se niega a seguir siendo considerada un botín.
Afortunadamente ya crecimos y dejamos de creer en ciertas palabras proferidas con ánimo de quitarnos la sonrisa de triunfo que, desde el 6 de julio, vaya usted a saber por qué, no se nos quiere quitar de la boca a muchos ciudadanos a pesar de todos los problemas.