Esperamos que hoy el comité del PAN en Hidalgo vote a favor de la candidatura a gobernador de coalición con el PRD por Don Miguel Angel Granados Chapa. Me daría gusto no sólo por los méritos del personaje y el amor a su ``matria'', sino porque esta decisión rompería un precedente negativo: la incapacidad de la oposición democrática de aliarse para impulsar causas comunes viables.
Todos hubiéramos deseado, y muchos apostamos, a que la transición sería encabezada por el Presidente de la República y que el PRI, junto con los demás partidos y con formaciones políticas probarían, unidos a empresarios, iglesias, organizaciones obreras, intelectuales y universidades, un gran proyecto de renovación política. Pero el doctor Zedillo tenía planes distintos. Prefirió otro ensayo de gradualismo a pesar de los experimentos desastrosos de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas. Me temo que se equivocó. Ojalá que el final de su sexenio no sea un hundimiento progresivo, una agonía colectiva, si el Presidente no ha querido completar la transición y el PRI, que le es fiel hasta la muerte, no ha sido capaz de asumir la iniciativa. Las únicas fuerzas que tienen la estatura suficiente para dar el impulso final al proceso de cambio político son los dos grandes partidos de oposición.
Infortunadamente, la alianza de estos partidos es difícil. No es que la separen grandes divergencias programáticas, sino lo que el joven presidente del PAN, Felipe Calderón, define como ``un pensamiento radicalmente distinto''. Es decir, una mentalidad distinta (mezcla de convicciones y emociones). El PAN nació en 1939 para oponerse a la política del presidente Lázaro Cárdenas. El PRD no sólo es heredero de la tradición cardenista, sino que se han sumado a él corrientes de izquierda que vieron con simpatía los ``fraudes patrióticos'' que padeció el panismo, fraudes antes que la ``democracia sin adjetivos'' fuera paradigma nacional.
El PRD recuerda cómo Acción Nacional cayó en la maniobra maquiavélica de Salinas, al sumarse a algunas de sus iniciativas. Alianza por la que el blanquiazul todavía está pagando costos. Además, en cada partido hay un grupo hegemónico y fuertemente excluyente y partidocrático.
No es fácil la alianza opositora. Sin embargo, de empeorar las circunstancias políticas y económicas, los mismos acontecimientos podrían abrir la mente y hacer cambiar la estrategia de estos partidos acercándolos progresivamente.
La cuestión es el mantener la gobernabilidad. Ya hubo un intento frustrado de un pacto entre ambos partidos e invitar al Presidente a suscribirlo. Existe una experiencia exitosa: la unión de la oposición en la Cámara de Diputados impidió un ``golpe interno'' priísta y ha establecido un duro freno al presidencialismo con beneficios que se harán sentir inevitablemente en la vida pública. Hasta hoy, la alianza en la Cámara de Diputados no ha conducido a resultados positivos. En realidad hay una parálisis legislativa. Pero de subsistir esta forma elemental de unión, la oposición puede acabar doblegando al gobierno y al PRI. Por ejemplo, puede negociar mucho mejor para el país que la que hubiera impuesto el Presidente en su proyecto inicial de rescate económico. Los dos partidos de oposición tendrán que estar firmemente unidos en todo esto. El PAN ya no puede pagar los altos costos de votar sin el PRD. Y el PRD necesita al PAN para legitimarse y disminuir su imagen de radical y extremista, que perjudican su capital político.
Además, existe otro hecho rotundo: ninguno de los dos partidos puede aspirar, al menos en este momento, a llevarse la mayoría en el Congreso federal. En el mejor de los casos, si Fox o Cárdenas salen triunfantes, lograrán un 35 o 40 por ciento de los votos totales. Su desunión podría permitirle al PRI volver a ganar. Presumiblemente ningún partido tendrá el control sobre las cámaras y necesitará de una coalición para gobernar. Ese hecho es muy desagradable para los que tienen las fantasías de la victoria total de una opción unipartidista.
¿Nos meteríamos en la literatura de ficción política si inventamos una alianza entre PRD y PAN para el año 2000? Los partidos impulsarían a un solo candidato que fuera de la confianza de los dos. El mandato se restringiría a un periodo de tres años, plazo suficiente para realizar la reforma política, el establecimiento de una política económica de Estado, el castigo a los responsables más conspicuos del desastre económico y una reconciliación nacional. Son éstas las asignaturas pendientes de Zedillo. La alianza sería invencible y atraería por lo menos el 68 por ciento de los votos.
Cumplido el plazo de tres años habría nuevamente elecciones constitucionales. Entonces, PRD y PAN, en un escenario político radicalmente distinto, podrían luchar gallardamente por dos opciones distintas: una de centro izquierda y otra de centro derecha. El pueblo, que estaría despertando a la plenitud democrática, decidiría el proyecto que le conviene en ese momento histórico.