Victoriano Garza Almanza
El Chernobyl móvil
Durante el fragor de la Segunda Guerra Mundial, en los años 43 y 44, un grupo de científicos estadunidenses experimentaban con los murciélagos de las cavernas de Carlsbad. Los untaban con sustancias inflamables y los liberaban. Después de volar y batir las alas por algunos momentos se incendiaban en el aire y se desplomaban creando una lluvia de fuego en el horizonte. Los investigadores trabajaban en un proyecto secreto para usarlos como dispositivo incendiario. Transportarían en vuelos nocturnos y liberarían a miles de ellos sobre las principales ciudades de Japón; entonces, los animales buscarían reposo en las cómodas estructuras de las casas de papel. Al lamerse o frotarse entre sí, arderían como bonzos y destruirían las viviendas, entre ellas importantes oficinas de gobierno.
A pocos kilómetros de allí, en Los Alamos, Nuevo México, tenía lugar un proyecto más ambicioso y científicamente más complicado: el proyecto Manhattan para la construcción de la bomba atómica. El éxito de éste condujo a la finalización de la guerra del Pacífico en 1945 y, paradójicamente, salvó a los murciélagos. También dio principio a la producción de materiales nucleares y la generación de residuos radiactivos que requerían ser confinados en lugares de alta seguridad.
Carlsbad, Nuevo México, es un pequeño pueblo minero ubicado en medio del desierto, 250 kilómetros al norte de Ciudad Juárez. A simple vista, parece uno de esos lugares del viejo oeste que sobrevivieron al tiempo y se sobrepusieron al progreso de Estados Unidos. Nada más lejos de la verdad. Si bien debajo de ese lugar se extiende uno de los complejos cavernosos naturales más grandes del mundo e importante fuente de ingresos por el atractivo que ejerce sobre exploradores, científicos, cineastas y turistas, a pocos kilómetros de allí se construyó el cementerio de residuos radiactivos más grande de la historia para los desechos de la industria bélica estadunidense.
Después de casi medio siglo de generar residuos radiactivos, el programa de defensa nacional de Estados Unidos, a través del Departamento de Energía (DOE), podrá por fin disponer de un confinamiento final para las miles de toneladas de desecho que se han almacenado provisionalmente en una decena de sitios a lo largo y ancho del país. A esa instalación se le denomina Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos (WIPP) y fue construida en los yacimientos de sal existentes en el subsuelo de Carlsbad. Aunque en 1955 la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (NAS) recomendó Carlsbad a la Comisión de Energía Atómica (USAEC) como el mejor sitio para ese propósito, no fue sino hasta 1979 cuando el Congreso aprobó su construcción.
La planta ha costado 2 mil millones de dólares y fue diseñada para almacenar casi 2 millones de metros cúbicos de residuos transuránicos y transuránicos mixtos, es decir, residuos químicos peligrosos. En el sitio no se aceptarán residuos radiactivos provenientes de la NASA o de laboratorios experimentales.
La planta es una mina excavada a una profundidad de 650 metros que contendrá 56 cámaras de 100/10/4 metros. El estándar de seguridad de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) exige que la estructura proteja al hombre y al medio de esos residuos en un lapso de al menos 10 mil años.
La planta debió haber recibido el primer embarque en junio pasado, pero la contaminación del embarque con residuos de plomo, ya que éste no era catalogado como embarque mixto, impidió su envío. Hasta el 2033 estarán llegando al lugar un promedio de tres embarques diarios procedentes de 10 estados. Después se clausurará para siempre. El DOE estará a cargo del transporte y coordinará la respuesta a cualquier emergencia carretera. La EPA permanecerá vigilante de la planta y otorgará una recertificación cada cinco años.
El gobernador de Nuevo México, así como el alcalde de Carlsbad, están contentos con la instalación porque significa más recursos y trabajo para sus gobernados. Las tribus indígenas que habitan en los alrededores, por cuyas reservas cruza la ruta de transportación, han llegado a beneficiosos entendidos con el DOE.
Pero no todos están de acuerdo. Hay algunos grupos antinucleares que, como la activista Deborah Reade, autora del libro Todo lo que usted siempre quiso saber acerca del WIPP, aseguran que la solución de la planta sólo significa esconder los residuos debajo de la alfombra y lejos de la vista del público. ``Los residuos radiactivos se han convertido en el juego de la ostra donde los desechos se mueven de un lugar a otro y siempre fuera de la vista''. Algunos expertos afirman que, dado que algunas cámaras trasminan salmuera -hecho aceptado por el DOE-, no existe seguridad de que no haya un flujo en sentido contrario y contamine el agua subterránea. Otros insisten en que es mejor dejar los residuos donde están y no realizar los 37 mil 723 embarques (53 metros cúbicos por embarque) que pasarán por 22 estados y numerosos pueblos, lo que los expone a accidentes y, lo más peligroso, a ataques terroristas. Además, decenas de miles de kilómetros de carreteras dejarán de ser seguras para el conductor durante 35 años.
Ni el jugador más arriesgado apostaría contra la posibilidad de que no sucediera nada en 37 mil 723 embarques que recorrerán, en un solo sentido, unos 37 millones de kilómetros.
El conteo regresivo ya está en marcha, y antes de que termine 1998 el primer embarque llegara al WIPP. Las cavernas esperan y los murciélagos de Carlsbad vuelan a su rencuentro con la historia. El Chernobyl móvil pronto estará circulando por las autopistas estadunidenses para depositar su siniestra carga en la vecindad de la frontera México-Estados Unidos.
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