Fabrizio León Ť Alejandro Fernández aguantó dos horas cantando por primera vez en México, luego de la liberación por secuestro de su hermano mayor, Vicente, y, como lo fue presagiando, a las 2 de la mañana mientras cantaba México lindo, de Chucho Monge, lloró.

Las lágrimas cubrieron su rostro y sólo en un momento se le quebró la voz, pero siguió hasta el final, haciendo un alarde.

El público también lloró y, más que festejarle el detalle, solidariamente sabía de lo que se trataba. Era su presentación en la capital, luego de la desgracia, que él mismo, una hora antes, había anunciado.

--¿Puedo brindar? --preguntó--. ¡Brindo por ese México que otros envidian y que se nos fue... ojalá vuelva a ser el mismo!

Alejandro Fernández ahora reside en Miami, Florida, Estados Unidos, junto con su padre y hermanos. Pero vino a cantar en beneficio del Hospital Infantil de México Federico Gómez, cuyo patronato está constituido por los empresarios más importantes de México y que fue calificado por el secretario de Salud, Juan Ramón de la Fuente, como el patronato más efectivo de todos. Como el más importante.

Esto en cena de gala para mil 340 invitados en el Club Premier, convocados por Rómulo O'Farril, Roberto González Barrera, Gilberto Borja, Roberto Hernández, Angel Lozada, Aarón Sáenz, Carlos Slim e Iván Zurita, quienes a excepción de Slim presidieron en las mesas principales dicho concierto, cuyas entradas fluctuaron de mil a 5 mil pesos por persona. Y que se agotaron.

Concierto-cena de gala por un hospital infantil que ha dado consulta externa a más de 250 mil niños este año y quienes pagan de 3 a10 pesos por consulta, que becó a médicos en distintas especialidades por 2 mil 500 dólares mensuales y que ha ofrecido salud a quienes no tienen los recursos. Esos niños estuvieron en la cena representados por cinco pequeños que ofrecieron dulces como agradecimiento por los 7 millones de pesos que se recaudaron y que en promesa del gobierno duplicará, por el entusiasmo de dicha acción.

Cena de gala que abrió con los discursos de O'Farril y Roberto González Barrera. Luego el grupo Voces, que al principio se pensó cantaban con play back, pero después descubrimos que no, que así es su voz, suave y melosa, y que amenizó la cena; crema cressonniere con salmón, medallones de filete en salsa roquefort y confetti de verduras, y como postre mousse de arándano. Las bebidas de cortesía fueron donadas por la casa Domecq, aunque las mesas principales prefirieron champaña y whisky.

La conductora del evento fue Laura Flores, quien asoma su embarazo y bromea cuando rifa diferentes joyas y viajes al extranjero, todo donado por las más de 30 compañías patrocinadoras.

La presentación de Alejandro Fernández con un conjunto de mariachis y la electrónica de los pianos y un excelente clarinete, fue el preámbulo para que las edecanes y meseros se sentaran a oírlo y poco a poco las mujeres fueran acercándose al escenario y confundirse con las esposas, hijas y sobrinas de los empresarios, quienes entonaban el repertorio tradicional y de baladas-boleros, tan de moda hoy en este nuevo ídolo.

El siete mares, de José Alfredo Jiménez, y No, de Armando Manzanero, hacen de este intérprete una buena luz para la noche. Lo corean y él coquetea, besa y abraza a quienes suben al escenario para estrujarlo.

Más de 50 mujeres en toda la noche. Alejandro se acerca al filo de las mesas y recibe flores y miradas finas que reflejan lo guapo que es este hombre, que bebe más de seis litros de agua durante su actuación y acepta un tequila, después de llorar, pero no lo toma.

Alejandro Fernández brindó por ese México que se nos fue, dice. Cantó Como quien pierde una estrella, su éxito, no aceptó entrevistas y salió escoltado por tres camionetas, 16 guardias y su novia, que desde Miami llegó en el avión que le prestó su ahora amigo Roberto González Barrera.