Elba Esther Gordillo
Otras voces para un nuevo consenso

El célebre consenso de Washington comienza a resquebrajarse. No por un ejercicio autocrítico de sus impulsores e ideólogos, sino por las exigencias ineludibles que plantea el mundo real al universo virtual del ``pensamiento unido''. Aunque, para ser más precisos, habría que decir que la fuerza de la realidad ha terminado por imponer una suerte de rectificación (¿mea culpa?) a los teóricos y operadores del llamado neoliberalismo.

Hace un par de semanas, Robert J. Samuelson --uno de los más inteligentes e inflexibles defensores del capitalismo globalizado y el libre mercado como utopía milenarista-- tuvo que aceptar la enorme fragilidad del proyecto y su fracaso como fuente de ``prosperidad mundial''.

Entre las grandes esperanzas y los raquíticos resultados, el balance no podía ser más negativo: ``Las compañías multinacionales y los inversionistas prodigarían con tecnología y capital a las regiones más pobres, con lo que se crearía un masivo mercado transnacional de consumidores de clase media que conducirían Toyotas, verían CNN y comerían Big Macs, y exigirían, incidentalmente, más libertad. En realidad, el comercio internacional y las inversiones crecieron, pero no trajeron las consecuencias esperadas'' (El Universal, 12/09/98).

Pero no sólo eso. Ante el cataclismo financiero en curso, Samuelson diagnostica el fin de una ilusión cuyo triunfo llegó a parecer inevitable: ``Aunque no pase lo peor, el mundo nunca volverá a ser el mismo. El capitalismo global no recuperará pronto su aura de infalibilidad. No había nada malo en la teoría. El libre comercio y movimiento de capital enriquecería a todas las naciones en un mundo donde todos venerasen la eficiencia y las ganancias. El problema es que no vivimos en un mundo así''.

Igual melancolía, igual sentimiento de fracaso, se adivina en los nuevos enfoques que empiezan a permear el discurso y las ``recomendaciones'' de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

No cabe duda que no vivimos en un mundo así; en lugar de prosperidad y riqueza, el horizonte humano se debate entre la pobreza de millones y el consumismo de élites cosmopolitas, el vacío existencial y el desempleo como condena inapelable, la depredación ambiental y la fragmentación comunitaria, la imposición universal de una cultura desechable y la sobrevivencia marginal de culturas negadas...

Fracasó el ``consenso'' virtual.

Naturalmente, el tránsito hacia un nuevo paradigma será lento y difícil, no exento de turbulencias e incertidumbre, porque las posibles respuestas no están en el pasado sino en la construcción de un futuro ajeno a las glorias del estatismo, la autarquía y la soberanía como aislamiento o nicho virginal. Ahí reside la enorme complejidad del reto: no en el rechazo ingenuo, conservador e inútil, de la globalidad, sino en las modalidades que puede y debe adquirir la interdependencia y la corresponsabilidad en el nuevo orden mundial.

En un artículo reciente, el primer ministro Tony Blair perfiló las características de una ``ruta hacia la renovación y el éxito de una democracia social moderna''. Blair propone una ``tercera vía'' que recupere valores como solidaridad, justicia social, responsabilidad y progreso, pero libre de ideologías anticuadas: ``Más allá de la vieja izquierda preocupada por el control estatal, los altos impuestos y los intereses del productor, y una nueva derecha, liberal en sus políticas económicas, apoyando un rígido individualismo y la creencia de que los mercados libres son la respuesta a todo problema''.

Entre nosotros, y de manera ejemplar, la voz de Octavio Paz es más vigente que nunca: ``El pensamiento de la era que comienza tendrá que encontrar el punto de convergencia entre libertad y fraternidad. Debemos repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo. Me atrevo a decir, parafraseando a Ortega y Gasset, que éste es ``el tema de nuestro tiempo''.

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