La Jornada martes 29 de septiembre de 1998

Alberto Aziz Nassif
Después del 68

Treinta años después del movimiento estudiantil de 1968, los mexicanos todavía no podemos saber con claridad qué pasó; los documentos oficiales siguen guardados en archivos confidenciales y los responsables no han sido castigados. Sin embargo, los rituales del aniversario vuelven a generar una polémica en la opinión pública en donde participan algunos de los principales actores más notables de la vida pública del país. La última versión de este debate es la disputa entre cargar la responsabilidad a personas concretas y/o a instituciones, como en el caso del Ejército. En este espacio no abundaremos sobre este ángulo del problema, sino sobre una revisión de la vieja y no tan evidente tesis de que el 68 es el punto de inicio de la larga transición mexicana a la democracia.

El movimiento del 68 fue libertario y pugnó por un cambio de los mecanismos autoritarios, pero como lo señaló hace algunos años Luis González de Alba, más que buscar en las tesis de una coherencia ideológica y de un claro proyecto, hay que verlo como una fiesta de rebeldía, que desafortunadamente terminó en una masacre. La tragedia del 2 de octubre de 1968 no es sólo un momento particular o excepcional, sino también una consecuencia de una política represiva que poco a poco cerró los espacios de participación autónoma e independiente; antes que los estudiantes, fueron reprimidos los profesionistas médicos, y más atrás los obreros y los campesinos. El 68 fue quizá la expresión más acabada del fin de una larga hegemonía -como dirección intelectual y moral de una sociedad- cuyas características eran el régimen de un partido de Estado, una legitimidad de origen revolucionario que pasaba por las urnas sólo formalmente, la imposibilidad radical de la alternancia, la no competencia electoral, el presidencialismo como articulador principal del sistema político y un tablero restringido con reglas excluyentes para viejos y nuevos actores independientes.

El 68 no tuvo efectos inmediatos visibles, por ejemplo no hubo costos electorales para el PRI y el gobierno en 1970, pero al mismo tiempo muchas cosas empezaron a cambiar en la vida política del país. A pesar de todo, después del 68 no vino una reforma política incluyente, lo que vino fue un discurso de supuesta ``apertura'' y las expresiones de la violencia guerrillera; pero fue hasta casi diez años después, en 1977, cuando hubo una importante reforma política, la cual a pesar de todas sus limitaciones, estableció ciertas bases de ampliación del espectro partidario y le dio vida al moribundo esquema de partidos que en 1976 produjo la solitaria campaña de López Portillo.

De forma independiente al 68 hay una larga lucha de la oposición para establecer una conexión entre el desempeño gubernamental y los procesos electorales. Prácticamente tuvieron que pasar 20 años después del 68 para que el sistema se fracturara frente a un movimiento de millones de votos opositores. Los antecedentes de las conflictivas elecciones de 1988 se encuentran regados en varias regiones que empezaron a recorrer la pista electoral como vía de la alternancia en el poder, primero en los municipios, luego en las gubernaturas a partir de 1989, y en el Congreso desde 1997; y ahora posiblemente en la próxima sucesión presidencial. Treinta años después del movimiento del 68 el sistema político ha cambiado de forma notable, las elecciones se han vuelto competitivas, las reglas de la competencia son mucho más equitativas, hay mayores espacios de libertad de expresión, la oposición gobierna importantes territorios del país y la legitimidad gubernamental se origina en las urnas.

De las diversas lecturas del 68 (Monsiváis, Proceso, número 1143) se puede ver que a medida que el largo proceso mexicano a la democracia sigue su curso, ese acontecimiento y las visiones que hay sobre él, se transforman. En la memoria quedará como una parte muy significativa de la historia del siglo XX. No es, tal vez, el momento inicial o la causa fundante de nuestra transición democrática, pero sí forma parte del conjunto de luchas en contra de un sistema autoritario y excluyente. Hoy en 1998, ese movimiento estudiantil permanece como uno de los símbolos más destacados en contra del autoritarismo mexicano. Una sociedad que aspira a ser democrática no puede olvidar esta fecha. Ahora, a pesar de sus múltiples significados, el 68 ``no se olvida''...