Ugo Pipitone
El significado de la victoria de Schroeder

Me disculpo por el preludio personal. Me voy una semana de vacaciones, así que estaré ausente de la frecuentación de estas páginas en una o dos ocasiones. Me voy de vacaciones aunque todavía no entiendo para qué las necesite un investigador académico. Y me voy con una buena nueva: la tercera economía del mundo interrumpe un largo ciclo conservador al cual se había sumado a comienzo de los años ochenta. Dos décadas.

¿Por qué, se preguntarán algunos, era necesario romper este ciclo conservador? Por una razón fundamental que puede decirse así: los conservadores supieron acelerar los tiempos de la globalización de los mercados, pero no sus consecuencias sociales adversas. Una modernización con desigualdad a largo plazo es insostenible. Una lección mundial que la historia mexicana puede legítimamente encarnar. Hoy se trata de acelerar la toma de conciencia de que algo fundamental no está funcionando y el ciclo liberal conservador debe ser cerrado para abrir el paso a las reformas necesarias. Los mercados han cumplido su tarea; ahora llega el momento que el Estado cumpla la suya. El Estado, la inteligencia --aunque suene hegeliano-- de las naciones.

Gerhard Schroeder puede acelerar los tiempos. Si una economía tan tradicionalmente sólida y cautelosa como la alemana opta a favor del cambio, ésta es una lección para el mundo. Y obviamente es una legitimación del camino a las reformas. Que ahora hay que definir. Y no hay quien no vea que los objetivos históricos son dos, fundamentalmente. En el interior, el desempleo. En el exterior, la estabilidad financiera en un ambiente de desarrollo.

Europa occidental --hechas algunas excepciones en el sur de Italia, en España, en Grecia, etcétera-- no necesita crecer tanto como para convertir este objetivo en una obsesión. Junto con Estados Unidos y Japón, Europa occidental pertenece a un grupo de naciones que necesitan proponer otros modelos de vida hoy económicamente viables. El crecimiento económico debe, para beneficio universal, venir del Tercer Mundo. Crecimiento como factor de integración mundial y como base de un pacto de convivencia.

Estos son los retos de aquí en adelante y la socialdemocracia, la izquierda en general, son las mejores apuestas por hacer de la inteligencia y no sólo de la productividad una clave para enfrentar los problemas epocales que nos esperan. La duplicación de la población mundial en las siguientes dos generaciones, para entendernos. Y las amenazas de inestabilidad, miseria global, terrorismo, flujos migratorios fuera de control, fundamentalismos alimentados de desesperación e ignorancia.

Estos los retos de aquí en adelante. Y la izquierda no está en mal momento para rescatarse de sus derrotas de las últimas décadas y proponer ideas responsables que sin hacer retroceder la globalización la hagan posible de una manera más responsable y, si la palabra no parece excesiva, civilizada.

Gerhard Schroeder era probablemente la última pieza esencial para echar a andar la maquinaria reformadora a escala mundial. Ahora se trata de aprovechar el momento positivo. En Europa 13 de los 15 gobiernos de la Unión Europea son socialdemócratas o cristiano progresistas. En Estados Unidos está Clinton, que se quiere debilitar a beneficio de una derecha que usa como arma de batalla los prejuicios colectivos de un pueblo puritanamente intolerante. Un gran frente laico-progresista mundial podría ser suficiente para abrir las posibilidades de un nuevo esquema de responsabilidad global, o sea de reforma de las actuales instituciones internacionales: Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio.

La izquierda es el único instrumento de representación global que pueda buscar puntos de equilibrio entre las necesidades de crecer y necesidades de vivir mejor en el Tercer Mundo. Y en el primero es la única dotada de la sensibilidad hacia el gigantesco problema de repensar la vida en sociedades que se acercan a una situación crónica de emergencia energética, demográfico-migratoria y ecológica. Los países avanzados están hoy obligados a repensar sus objetivos fundamentales y sus vínculos con el resto del mundo. Este es el significado de la victoria de Schroeder: abrir las puertas a una nueva posibilidad de reformas a escala mundial.