Fernando Benítez
La muerte de El Nacional
En 1934, a la edad de 24 años, inicié mi actividad periodística en Revista de Revistas. Ese año fue trascendental en la vida política y cultural de nuestro país: se inauguraba el Palacio de las Bellas Artes y tomaba posesión como Presidente de la República el general Lázaro Cárdenas.
En esa época yo seguía la carrera de abogado. Fue por esa causa que después de salirme de esa publicación, en 1936, entré a trabajar a un juzgado. Me acuerdo que allí un secretario, hermano de Antonio Vargas McDonald, que colaboraba entonces en el diario El Nacional, me dijo: ``Fernando: usted no ha nacido para abogado (cosa que yo sabía muy bien); es mejor que vaya al periódico con mi hermano''.
Así fue como en ese año de 1936 ingresé a El Nacional en calidad de reportero. A lo largo de mi estancia en el diario cultivé una gran amistad con Héctor Pérez Martínez, Luis Cardoza y Aragón, Juan Rejano, Agustín Yáñez, Herrera Petén, Andrés Henestrosa y otros.
Me formé en El Nacional cuando era el periódico oficial del gobierno de Lázaro Cárdenas y eso lo dice todo. En El Nacional defendimos a la clase trabajadora, la reforma agraria y la expropiación petrolera, a la que se oponían los otros periódicos, determinados por la publicidad por los grandes intereses afectados de la política revolucionaria cardenista.
Haciendo un poco de historia, el periódico El Nacional Revolucionario surgió el 27 de mayo de 1929 como órgano oficial del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y, como apunta Luis Javier Garrido, pretendía ser, entre otras cosas, el medio de expresión de las principales corrientes que se reclamaban de ``la revolución''. Por tanto se pensaba que uno de sus objetivos podría ser incorporar al partido el mayor número de grupos en pugna. El primer director de El Nacional Revolucionario fue un callista moderado, Basilio Vadillo, profesor y ex gobernador de Jalisco; y el gerente, un callista reformado, Manlio Fabio Altamirano.
El caso de El Nacional es interesante, pues apareció como una sociedad anónima, pero nunca operó como tal. Jurídicamente no tenía régimen de propiedad definido. Lo único que sabíamos es que dependía económicamente de la Secretaría de Gobernación y que era el Presidente de la República quien nombraba al director de la publicación.
El 1o. de diciembre de 1946, cuando Miguel Alemán tomó posesión de la Presidencia de la República, nombró a Héctor Pérez Martínez (el gran mecenas de los refugiados españoles), secretario de Gobernación. Yo lo había conocido como jefe de Redacción de El Nacional y desde aquel entonces me tenía un gran aprecio. En 1947, Héctor me pidió que cubriera el frente de El Nacional, y así entré a dirigir el periódico.
Cuando asumí la dirección dije que no llegaba solo, sino con la inteligencia de México, y así fue como lo transformamos. Vale la pena agregar que en ese tiempo El Nacional se había convertido en una especie de casa de todos los perseguidos políticos, víctimas ya del nazismo, el fascismo o el franquismo. La acogida que nuestro país brindó a los exiliados españoles se cuenta entre uno de los innumerables aciertos de la política cardenista.
Con El Nacional me liga un recuerdo muy especial. Ahí fundé el primer suplemento cultural (que marcaría una trayectoria en mi vida): La revista mexicana de cultura. A pesar de que yo no dirigí ese suplemento, sino mi amigo Juan Rejano, constituyó el primer antecedente de lo que sería posteriormente la creación y dirección de México en la Cultura, en Novedades.
A mi salida de El Nacional, por un enfrentamiento que tuve con Ernesto P. Uruchurtu, secretario de Gobernación, el gobierno fortaleció el control sobre la publicación. Por lo demás, la política de Alemán consistía en lesionar profundamente la mayoría de las ideas revolucionarias del general Cárdenas, con las que yo simpatizaba. A partir de entonces el periódico no variaría su línea: discursos oficiales, alabanzas al Presidente en turno e insidiosas criticas a la oposición orquestadas desde Gobernación. No obstante, a lo largo de su vida llegó a expresar una importante defensa nacionalista en momentos difíciles para el país: la expropiación petrolera, el embate de las potencias fascistas o las presiones estadunidenses para romper con Cuba.
Luego de mi despido estuve algún tiempo sin empleo, además de demonizado políticamente por el conflicto, hasta que por una casualidad le propuse un suplemento cultural a don Rómulo O'Farril, recién nombrado presidente de Novedades, y puse en marcha el proyecto México en la Cultura.
Me duele mucho el cierre del periódico donde me formé y me duelen sus más de 300 trabajadores sin empleo. Sólo me resta decir en sus exequias: ahora sí... descanse en paz El Nacional.