La Jornada miércoles 30 de septiembre de 1998

Rolando Cordera Campos
El lenguaje y el mando

Según La Jornada (24/09/98), el secretario de Hacienda piensa que en México no hay crisis y que lo que le ocurre es sobre todo un resultado de la volatilidad mundial, transmitida a través de los mercados bursátil y de divisas. En la nota de Roberto González Amador y Laura Gómez Flores, el secretario Gurría afirma: ``México no es un país que está en crisis... Hay que cuidar el lenguaje cuando nos referimos a una crisis, porque crisis es la que vive Rusia'' (ibid., p.20).

Es probable, en efecto, que no haya punto alguno de comparación entre lo que nos pasa y lo que sufre el antiguo imperio de los zares y los soviets; allá, es tal la gravedad económica y social que suele usarse la metáfora del hoyo negro para describir la situación o, como lo ha dicho David Remnick, sólo una auténtica, nada metafórica resurrección puede sacar al sufrido pueblo ruso de los infiernos de Dostoievski. Pero de poco ayuda llevar a esos extremos el método comparativo.

Imaginemos el tipo de polémica que se hubiera dado en los años cuarenta, si al célebre ensayo de Cosío Villegas sobre la crisis de México algún exégeta del régimen le hubiese ripostado: ``para crisis las de Alemania y Japón, donde se pasa hambre''. Las comparaciones, en verdad, pueden ser odiosas y más que ampliar, ofuscar el entendimiento.

En México se ha impuesto un desempeño económico que bien puede calificarse de estancamiento, si se usa para evaluarlo el criterio del producto por persona. En 1981, dicho indicador era de 15 mil 344 pesos constantes de 1993, y en 1997, año de la recuperación impetuosa, apenas llegó a 14 mil 666 pesos constantes. En ningún año intermedio de ese periodo, el producto por persona llegó siquiera al nivel registrado en 1982, cuando empezó la fase de recesión que medida con estos criterios todavía no concluye.

Lo mismo puede decirse de otras dimensiones relacionadas con el nivel de vida de las personas. Hoy, el ingreso está más concentrado que antes y el número de mexicanos que vive en la pobreza y la pobreza extrema ha aumentado. Es probable que estas magnitudes crezcan, si las expectativas de un menor crecimiento económico global, que se han dado a conocer en las últimas semanas, se cumplen a lo largo de lo que queda de este año y en el próximo.

El vocablo crisis puede no ser el más adecuado para calificar lo que sucede en México, pero es preciso reconocer ya que no se trata de un alto en el camino o de un incidente coyuntural, fruto mecánico de lo que ha ocurrido en los mercados financieros de Asia. Lo que el país encara hoy y encarará mañana, más allá del 2000 que a tantos alucina, es una acumulación excesiva de faltantes en lo más elemental y una cada día más angustiosa necesidad de unos empleos cuya oferta no aparece en prácticamente ninguno de los horizontes que se nos han planteado por los expertos en los tiempos recientes.

Este es el más grave problema político que tiene enfrente el México democrático que despunta. No es cosa de economistas y expertos, aunque vaya que nos hace falta que éstos discutan en público y hablen con claridad y sin abuso del eufemismo o del ingenio mal aprendido en el posgrado.

Sin una deliberación pública sobre estos asuntos, y sin compromisos en consecuencia por parte de los actores económicos y sociales más significativos por su riqueza e influencia política, poco se hará o decidirá en éste o el próximo gobierno, sea del color que sea. Por el neoliberalismo o la falta o exceso de generosidad de Tláloc o de compasión de Guadalupe, lo cierto es que México parece presa de una trampa siniestra de composición en la que nadie se siente dispuesto ni obligado a dar el primer paso que pueda incitar a los demás a atreverse a salir del hoyo.

Lo que ha privado y priva es, por un lado, la fuga al exterior de los capitales y, por otro, la fuga hacia adelante de los políticos de todo sabor y color, que miran al futuro como si éste fuera no una caja de Pandora, como en el presente, sino un arcón de juguetes de Navidad. De seguir las cosas como están, más que cuidar el lenguaje habrá que cuidarnos de él, si los que mandan o pretenden que lo hacen se empeñan en usarlo como un instrumento incondicional de sus deseos.