Las intensas lluvias que se han abatido sobre la capital de la República y las zonas conurbadas del estado de México en los últimos días han dejado un preocupante saldo de muertos, heridos y damnificados en diversas colonias populares. En las delegaciones Iztapalapa, Magdalena Contreras, Coyoacán y Alvaro Obregón, principalmente, se han producido deslaves, derrumbes y anegamientos de gravedad, y el caos vial generado en diversas horas del lunes y de ayer ha afectado a una buena parte de los capitalinos.
Las circunstancias, de gravedad suficiente como para haber llevado al gobierno del Distrito Federal a declarar la ciudad en estado de alerta, se originan, en primer lugar, por las intensas precipitaciones pluviales, sin precedente en este siglo, y relacionadas con el fenómeno meteorológico conocido como La Niña y con las severas turbulencias atmosféricas que han tenido lugar en el Océano Atlántico y el Golfo de México.
Por otra parte, no puede dejar de tomarse en cuenta que las copiosas lluvias golpean a una urbe siempre cercana a las situaciones límite, en la cual los peligros naturales se multiplican por efecto de décadas de crecimiento caótico y descontrolado.
En el Valle de México, la falta de planificación, la corrupción, la pobreza, la especulación inmobiliaria y el clientelismo político han hecho posible la conversión de sitios de alto riesgo --terrenos minados, barrancas y quebradas, cauces de antiguos ríos, depresiones topográficas, alrededores de áreas industriales peligrosas-- en zonas habitacionales, con frecuencia de alta densidad poblacional. Las principales tragedias urbanas de los tiempos recientes --desde las explosiones de San Juan Ixhuatepec, en 1984, hasta los aludes, derrumbes e inundaciones de esta semana-- han sido originadas, o magnificadas, por tales factores.
Ciertamente, las actuales autoridades citadinas no tienen en su mano la posibilidad de reducir la pobreza, toda vez que ésta tendría que ser combatida en el contexto de unas políticas económica y social de rango nacional. Pero el gobierno urbano puede y debe, en cambio, redoblar sus esfuerzos en materia de saneamiento de la administración local, con el fin de erradicar los mecanismos de corrupción que, durante las sucesivas regencias, han permitido la comercialización y hasta la regularización de terrenos que son, desde una elemental lógica de protección civil, inhabitables.
En lo inmediato, la tarea más urgente de la sociedad y del gobierno capitalinos consiste en auxiliar a las víctimas de las lluvias y en restablecer lo más pronto posible la normalidad en las zonas afectadas.