Si alguna característica describe el ser nacional de la actualidad es, precisamente, el de sus fenómenos migratorios. Y entre ellos, la emigración hacia el norte es, si no el principal, sí cuando menos el más complejo y doloroso. Las penurias, olvidos, ninguneos, abandonos y tragedias son unos cuantos de sus signos distintivos. Las narraciones de tal saga son desgarradoras y, al mismo tiempo, en su reverso, se pueden llenar páginas completas con hechos sobresalientes. Aparecen entonces los vencimientos de miles de adversidades, la férrea voluntad de sobrevivencia y progreso, la contribución a la productividad de su nuevo entorno, su penosa capacidad de adaptación cultural, las fidelidades al pasado aun a prueba de traiciones o las ataduras familiares que subsisten a pesar de la distancia. Linduras, todas ellas, de ese su ser mexicano expandido que se asienta como parte de una gratuita y generosa retribución por la injusta e inmerecida expulsión sufrida.
México y, sobre todo, esa porción de su población desahuciada del desarrollo, excluida del progreso y el famoso mercado y que ha permanecido en sus lugares de origen, subsiste, en mucho, gracias ese río subterráneo y muchas veces saboteado, de pequeños pero constantes paquetes de dólares. Un influjo masivo que viene atado con sufrimiento y que, aun en estos días aciagos donde escasean las divisas y se facilitan los saqueos, no han recibido el trato, menos el debido reconocimiento, a su inapreciable valor. Y lo que es peor, todavía andan por ahí individuos, muchos de ellos ensartados en el oficialismo, que pretenden regatearles, si no es que de plano negarles su derecho, ahora ya constitucional, a votar sin restricciones domiciliarias.
Durante largos y penosos años el sistema decisorio del país ignoró, con grosero y casuístico menosprecio, la existencia de ese fenómeno humano que ya es un componente vital del ser nacional. El gobierno pasó, como en muchos de los campos de las relaciones sociales y los derechos individuales y colectivos, de largo y hasta con cierto alivio de no ocuparse de tan lastimosa realidad. La importancia que con los años y los números millonarios fue adquiriendo la emigración hizo inescapable el voltear a verla y ponerle atención.
Ya no puede ser un renglón olvidado y constreñido a ser una válvula de escape a la incapacidad de la fábrica nacional de generar oportunidades. El mismo Tratado de Libre Comercio soslayó, por inexplicables pero conocidas razones efectivas y a pesar de los reclamos levantados, el renglón concerniente a las relaciones laborales. Aceptar la conveniencia de las nacionalidades múltiples era sacrilegio en los medios decisorios. Peligrará la soberanía, se afirmaba con impostado aliento que resultó, al paso de los años, una ramplona ignorancia de la hondura y sentido de los tiempos.
Se vieron y oyeron los escándalos, siempre ninguneados pero monstruosos, de robos en ese correo que traía los preciados dólares. Las transferencias electrónicas no han sido menos onerosas para los remitentes y para sus familias. Sólo hasta fechas recientes son atendidas por las autoridades que no atinan a regularlas para deleite de los que se enriquecen con ello. Error tras error, omisión junto a desprecio, ignorancia frente a falsos decoros y humillaciones atadas a la más rampante de las voracidades y soberbias han sido el distintivo de las actitudes oficiales ante la emigración.
Las razones que vienen enlazadas a falsos prestigios (Carpizo) para dilatar o de plano eliminar tal derecho de voto son, para decirlo con calma, tan estúpidas como irresponsables y anticipadas. Bien puede decirse que rascan el cretinismo. Es posible que no se puedan incluir todos los casos de voto a distancia de un plumazo. La logística tiene sus imponderables, pero por regla general son superables los obstáculos. Las que son peligrosas son las preconcepciones, las banderías partidarias atadas a las negaciones, las leguleyas disertaciones de ``los doctores'' que bien harían con lacrar sus torpes propuestas hasta el año 3000, las ignorancias que rayan o se adentran en el racismo y el desprecio por los demás y por sus inalienables derechos.
Fuera de los límites de la organización, no hay razón alguna para condicionar derechos básicos. Reponer el crimen que por décadas han padecido los expulsados es una cuestión de mínima generosidad. Reconstruir contactos, facilitar los recuerdos, alimentar su interés por lo propio y lo que va sucediendo, utilizar su talento y experiencias, aceptar las visiones de una nacionalidad ya expandida por encima de fronteras. El voto a distancia será un experimento que recoja los nuevos tiempos y se olvide de esos pichicatos, cortos de vista y pésimos políticos por su falta de sentido de la justicia e ignorantes de la efectiva modernidad que pretenden manosear.