Letra S, 1 de octubre de 1998


Editorial

La muerte de Jonathan Mann, una de las figuras más relevantes a nivel mundial en el combate al sida, es una gran pérdida difícil de asimilar. Sus aportes en el campo de la salud pública y los derechos humanos han marcado e inspirado a varias generaciones de activistas comunitarios, funcionarios comprometidos y personal de salud con vocación de servicio.

Con rigor, entusiasmo y optimismo, logró, como director del programa de sida de la OMS, unificar los esfuerzos nacionales en un gran movimiento global y solidario contra la pandemia. Prefirió renunciar a su cargo antes que claudicar a las presiones burocráticas que no entendieron su sentido de urgencia.

Enemigo de la complacencia, advirtió contra los riesgos del aislamiento y la fragmentación en lo que él llamaba "las múltiples tribus del sida". El mejor homenaje que podemos rendirle, además de difundir ampliamente su pensamiento, es continuar su labor, asimilar sus enseñanzas y tratar de unificar esfuerzos. Aislados, separados, y, aún más, enfrentados tenemos muy poco que ganar y arriesgamos demasiado.

Renovar con vigor nuestro sentimiento de solidaridad fue una de las exhortaciones de Jonathan Mann. En la práctica, en México, esto se traduciría, entre otras cosas, en juntar fuerzas para enfrentar la injusticia del acceso discriminatorio a los medicamentos contra el sida. Este es el objetivo que debemos poner por encima de cualquier sentimiento negativo o ánimo de exclusión. Si perdiéramos de vista este compromiso solidario, una práctica saludable que nos ayudaría a recobrarlo sería la de volver la vista al pensamiento y acción de este gran humanista.


Jonathan Mann (1947-1998)

En los hombros de un gigante

Jaime Sepúlveda Amor

La súbita desaparición de Jonathan Mann en el trágico accidente aéreo del 2 de septiembre pasado, impactó profundamente a la comunidad científica internacional que labora en salud pública, sida y derechos humanos. De un momento a otro perdimos al primer y más visible líder en la lucha global contra el sida y las violaciones a los derechos humanos de personas que viven con sida.

Se han publicado ya en revistas médicas y en el internet obituarios y reseñas de los logros profesionales del doctor Mann. Estas líneas intentan dar una perspectiva más personal, como compañero de banca y amigo de muchos años. Se buscará además dar cuenta de las visitas de Jonathan a México y de su impacto en la definición de políticas.

Conocí a Jonathan Mann en 1979 en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, estudiando ambos la maestría en Salud Pública. En ese entonces, él ya era un epidemiólogo experimentado graduado del Servicio de Inteligencia Epidemiológica de los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC) de Atlanta y había fungido por varios años como epidemiólogo estatal en Nuevo México. Conocía bien Harvard puesto que había hecho su licenciatura en historia en esa universidad, antes de estudiar medicina, y después como médico interno en el Hospital Beth Israel en Boston. No exagero al decir que fue un estudiante con las mejores calificaciones de esa generación.

En 1986 nos volvimos a encontrar en Ginebra, en la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El doctor Mahler, director de la OMS, lo nombró Director del Programa Especial de Sida. Jonathan venía de pasar dos años en Zaire, donde fundó una ambiciosa empresa que combinaba tanto investigación como intervenciones en sida. Durante los cuatro años que el doctor Mann lidereó el Programa Global de Sida, logró revolucionar el concepto de salud pública. No sólo fue extraordinariamente exitoso en la obtención de financiamiento para el programa y personal talentoso, comprometido y leal, sino que además, su carisma especial y su poder de comunicación le permitieron convencer a políticos, donadores y medios masivos de unir esfuerzos para combatir el sida.

Jonathan Mann consiguió superar la burocracia internacional y logró convencer a importantes tomadores de decisiones que el problema del sida era universal y que se necesitaba una estrategia global para su combate. Logró hacer participar a otras agencias de las Naciones Unidas y del Banco Mundial (BM). Desde el punto de vista de la disciplina de la salud pública, logró innovaciones extraordinarias. Además del clásico enfoque biomédico y epidemiológico de la campaña mundial, introdujo a las ciencias sociales y del comportamiento y a los derechos humanos como componentes esenciales de la estrategia de intervención. Tuvo el buen tino de agregar a su grupo de colaboradores a gente experimentada de la OMS, tanto de las ramas epidemiológicas como de las ciencias sociales; Daniel Tarantola y Manuel Carballo son ejemplos destacados. Buena parte del éxito del doctor Mann era su talento como orador ante auditorios de cualquier dimensión y su capacidad como comunicador tanto con la prensa como con los medios masivos.

Como responsable del Conasida en aquellos años, me tocaba viajar con frecuencia a Ginebra para reuniones de tipo técnico y financiero. Jonathan disfrutaba de convidar a cenar a su casa a sus amigos y así tuve la oportunidad de conocer mejor a su familia, tanto Jonathan como Marie Paule, su primera esposa eran muy buenos anfitriones.

La primera visita de Jonathan a México la hizo en junio de 1987. Además de revisar los programas del Conasida, presentó una ponencia en el Auditorio del Centro Médico Nacional. La noticia de su presentación había aparecido en radio y televisión y acudió a escucharlo una verdadera manifestación. Nunca en la historia de la Academia Nacional de Medicina, anfitriona de ese evento, ha tenido una audiencia tan nutrida.

La siguiente visita del doctor Mann a nuestro país ocurrió por la Primera Conferencia Internacional de Información y Educación en Sida, que se llevó a cabo en Ixtapa en octubre de 1988.

Jonathan había tenido la atrevida idea de separar las conferencias "científicas", es decir, más de corte biomédico y clínico, de aquellas en donde el propósito fundamental es un intercambio de ideas y experiencias en programas nacionales e intervenciones con grupos poblacionales. Por cierto, esa conferencia fue inaugurada por el entonces presidente Miguel de la Madrid. Como resultante de ese encuentro, reunimos material de todo el mundo y editamos conjuntamente con el doctor Harvey Fineberg un libro sobre el tema.

Jonathan Mann era una persona exigente, inquieta y difícil de complacer. Renunció a la OMS en 1990, como inconformidad por la mediocridad del entonces nuevo director general de la Organización. Fue inmediatamente invitado a ser profesor de la Escuela de Salud Pública de Harvard, desde donde desarrolló un ambicioso programa sobre salud y derechos humanos, esta nueva etapa de su carrera fue asimismo exitosa y productiva. Desde la academia, Jonathan seguía siendo muy influyente como defensor de los derechos humanos de los enfermos. Otras esferas más personales de su vida, sin embargo, no marchaban tan bien. Su matrimonio de más de dos décadas se disolvió al tiempo que sus padres ya viejos enfermaban y morían, fue después de estas sacudidas vitales que Jonathan buscó nuevos retos y horizontes profesionales, renunció a su puesto de profesor definitivo en Harvard y aceptó una oferta para ser el director de una nueva escuela de Salud Pública en Filadelfia. Esta oferta nunca se materializó, pues dicha escuela carecía de recursos financieros para operar.

En abril de 1996, Jonathan hizo su última visita a México, vino como ponente a un simposio sobre Sida y Derechos Humanos, organizado por El Colegio Nacional y la Academia Nacional de Medicina. Estaba en ese entonces en plena separación matrimonial y se había rasurado su característico bigote; toda una señal de cambio interno.

Al cabo de un tiempo se casó con Mary Lou Clements, una distinguida investigadora en el campo de las vacunas. Estaban profundamente enamorados y murieron juntos en el fatídico accidente, sus amigos y la comunidad de salud pública tendremos en estas muertes prematuras una sensación perenne de pérdida. Podemos encontrar consuelos, sin embargo, en alguno de sus escritos: "debemos pagar tributo a los teóricos y a los practicantes de la salud pública, porque si nosotros pudimos ver lejos, se debe a que nos encumbramos en los hombros de gigantes que nos precedieron".

Doctor.
Director general del Instituto Nacional de Salud Pública.


a la letra

Sr. Alejandro Brito
Director del suplemento

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