Letra S, 1 de octubre de 1998
Tradicionalmente, en nuestra sociedad todo lo que atañe a la reproducción humana se ha considerado como ámbito exclusivo de las mujeres, de modo que la vinculación de los hombres con ella ha sido profundamente contradictoria: si bien se les otorga la prerrogativa de las decisiones reproductivas en la pareja, al mismo tiempo se les excluye del conocimiento y la práctica de la reproducción. Aparte de su función fecundante, la construcción social de la reproducción separa a los hombres del trabajo que ésta implica (la crianza, el ejercicio de la anticoncepción, etcétera), al mismo tiempo que les confiere el poder de decisión. Las relaciones de género que dominan en nuestra cultura permiten esta doble situación en la cual las mujeres quedan a cargo de las tareas de la reproducción, sin el derecho de decidir sobre su propio cuerpo.
En la Conferencia Internacional sobre Población, celebrada en El Cairo en 1994, se asumió la necesidad de conocer y trabajar con los hombres si se desea avanzar en el mejoramiento de la salud reproductiva de las mujeres y el bienestar de los niños. En esa reunión se criticó la estrategia tan difundida de dirigir la mayoría de los programas de planificación familiar a las mujeres, sin atender a las condiciones en las que viven, entre ellas las relaciones de género y la desigualdad de oportunidades.
La salud sexual y reproductiva se inscribe en un contexto amplio de procesos económicos, sociales, culturales e individuales. En México, aparte de las deficiencias educativas y de los servicios de salud, y la ausencia de condiciones mínimas para una vida sana y digna, una compleja red cultural de significados sobre el género, la reproducción, la sexualidad y la salud parecen dificultar que los hombres se apropien plenamente de su salud sexual y reproductiva y se corresponsabilicen en la de sus compañeras.
A pesar de que el desempleo y la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo han sacudido la firmeza del rol masculino tradicional de proveedor material, la desigualdad entre hombres y mujeres no ha desaparecido. Al contrario, la existencia de la doble jornada para las mujeres y el incremento de la violencia doméstica ante la inseguridad laboral de los hombres son un ejemplo claro de la resistencia de estos patrones.
Pero, ¿cómo transformar esta situación si no es con la participación activa de los hombres?, ¿qué ventajas obtendrían de dicho cambio? Para quienes estamos involucrados en la lucha por relaciones más justas, plenas y amorosas, y por contextos que las permitan, la respuesta puede parecer obvia, pero para aquellos hombres que se sienten en riesgo de perder el único poder que ejercen en una sociedad jerárquica y antidemocrática, las ventajas están lejos de ser claras.
La investigación sobre las masculinidades está apenas iniciando en nuestro país, de modo que podemos sugerir algunas preguntas cuyas respuestas podrían darnos luz para la construcción de relaciones más igualitarias: ¿cuáles son los malestares, dolores, pérdidas y desventajas de ciertas formas de masculinidad, así como los beneficios que los hombres podrían recibir si cambiara la construcción cultural del género? ¿Cuál es el efecto de los discursos dominantes sobre la masculinidad, a nivel de las emociones, los significados y la intimidad? ¿En qué relaciones de poder participan los hombres, en términos de sus identidades y sexualidades?
Una característica de la masculinidad es su continua necesidad de reafirmación y constatación1, a veces a través de prácticas sexuales no deseadas pero socialmente demandadas para hacer valer la identidad masculina. Así lo ejemplifica el siguiente relato2 de Saúl, un hombre de 28 años originario de una comunidad rural de Guanajuato:
Investigadora (I): ¿Cómo le fue en su primera relación sexual?
Saúl (S): No, pues la verdad la pasé muy mal, me sentí muy incómodo. Porque nos echaron a las muchachas, ¿no?, en el suelo, en un petatillo por ahí... En lo oscuro, ¿no?, y yo no sabía ni qué y... yo encima, pues hasta la apachurré. Dice, 'ora, me estás apachurrando, no es por ahí', dice. ¡Ah!, caray, yo bien apenado...
I: ¿Y por qué lo hizo?
S: Pues, nada más por presiones de los demás. Dicen, 'órale, que te toca tu primera comunión' y que 'ándale', ya hasta están ahí en la puerta. Uno no se siente bien así. Yo bien cohibido, ni gozarla pude.
I: Y, ¿lo felicitaron?
S: Sí, 'pues sí es valiente, pasó la primera comunión, vamos con otro'.
Este breve testimonio describe una situación en la que poco tuvo que ver el deseo, el placer y el contacto humano. Más bien se trata de pasar una difícil y desagradable prueba sobre la identidad masculina. En lugar de expresar y llevar a cabo una aspiración, Saúl se sometió a un mandato cultural que sus pares se encargaron de hacer valer.
El relato muestra la existencia de redes de poder que someten a los hombres a asumir, actuar o fingir lo que consideran como características del ser hombre, tengan o no que ver con su deseo. De hecho, son estas exigencias las que sostienen, en este caso, la desigual relación del sexo comercial.
En este sentido, para transformar las relaciones de género se requiere descubrir y ventilar las desventajas y dolores de la masculinidad impuesta, de modo que su reconocimiento en la experiencia de los hombres apuntale de manera firme un cambio, no sólo en sus actitudes y prácticas, sino de sus identidades y relaciones íntimas.
Profesora e investigadora de la UAM-X. Becaria de la Fundación MacArthur.
Artículo publicado en el Boletín N¡5 de la Fundación MacArthur, abril de 1998.
1 Seidler, Víctor. 1997. Man Enough. Embodying Masculinities. Sage, London.
2 Relato extraído de El significado de la virginidad y la primera relación sexual para jóvenes mexicanos, 1993-1997, con el apoyo de la UAM-Xochimilco y la Oficina Regional para Latinoamérica y El Caribe de The Population Council.
Cuando conocí a ese chaparrito de bello perfil y bigote nunca pensé que fuera el famoso Mann, que tanto admirábamos muchos de sus lectores. Varias veces lo escuché hablar en los congresos internacionales, pocas veces lo abordé más por timidez que por falta de ganas de decirle, sencillamente, que era uno de los seres más humanamente grandes sobre el planeta.
Por él aprendí que quienes padecemos sida no somos el enemigo a cazar. Los ignorantes y perversos en el poder no podían sortear la muralla de conocimientos y pasión que este doctor había levantado para beneficio de millones de infectados. A diferencia de muchos funcionarios y políticos, él no sólo se quedaba en discursos y bellos mensajes de ocasión. Su alta moral e inteligencia lo llevaron a protestar y a renunciar a altos cargos y a enderezar ataques como el más pintado de los activistas.
El saber que Jonathan Mann andaba por ahí, era parte de una tersa cotidianidad en medio de este mar embravecido. De pronto supimos de la increíble noticia de que un Swissair se había venido abajo, y eso ya desajustó nuestra rutina porque muchos sabemos que esa línea es de las más seguras del planeta. Algo no quería cuadrar dentro de nuestras frágiles certezas. Luego nos corroboraron la pérdida de los Mann y entonces sí se cerró el remolino de la nada sobre nuestros días.
En Vancouver, A. Quiroga y yo presentamos una ponencia sobre los medios de comunicación y la pandemia. El moderador era precisamente Mann. Hubo un problema de comunicación de parte de los organizadores del tal manera que no tuvimos tiempo para traducir el texto. Nuestra presentación fue muy accidentada y nos tuvimos que aguantar la vergüenza de no haber sido entendidos por la audiencia angloparlante. Sin embargo, ya casi en la puerta el doctor Mann nos alcanzó para decirnos que era un muy buen trabajo, este gesto, viniendo de él, nunca se nos olvidará. Es uno de los más grandes tesoros que yo guardo en mi ser.
Toda pérdida de hombres y mujeres de buena voluntad es irreparable. La misión de Mann y su esposa no se verán reemplazadas muy pronto. No hay palabras para aliviar el dolor, no hay consuelo ante una ausencia que se lleva parte de la luz que de alguna manera nos guiaba.
Y sin embargo el sida sigue, la vida sigue.