Rodolfo F. Peña
Saldos pendientes
Mañana será recordada la matanza de Tlatelolco, uno de los peores días de la historia reciente del país. Y ésta es la hora, treinta años después, en que no sabemos, ni quizá sea posible que se sepa nunca, cuántos muertos hubo ni cuántos desaparecidos. Tal vez sólo los presos políticos de entonces puedan ser computables. Por lo que mira a quienes ordenaron las ejecuciones sumarias, el asunto está tan claro que se oscurece: las ordenaron quienes pudieron hacerlo.
Uno de ellos, hablando frente al Congreso (o lo que fuera aquella solemne reunión), a sabiendas de que actuaba impunemente, reclamó para sí la responsabilidad entera, estando a unos cuantos días de la tragedia. Pero está muerto. El otro ha vivido en San Jerónimo, tan tranquilo, y sigue haciendo gala de desconocimiento e inocencia, es decir, de impudicia. Otro más, el general, ha muerto. Eran ellos, aunque se hayan valido de instrumentos menores e independienemente de la participación de cada cual. Era el Estado. ¿Debió actuar con semejante violencia? Sabemos que en el Mayo francés los estudiantes dijeron no al general De Gaulle, un héroe de la guerra, y la sangre no llegó al río.
Pero aquí el Estado supuestamene revolucionario tiene muchas cuentas pendientes, antes y después. Antes, las matanzas y el encarcelamiento de ferrocarrileros, y las más diversas represiones contra los trabajadores, incluidos los campesinos. Y después lo mismo, con una ferocidad seguramente mayor que la que llevó a la masacre de Tlatelolco. Recordemos sólo la matanza de La Maquinita en Monterrey. Además, en junio del año 2000 tendremos que volver sobre el pasado y conmemorar los treinta años de aquel Jueves de Corpus, con los estudiantes nuevamente como víctimas.
El Estado siempre, cuando se defiende o cuando cree que se defiende. Así sucedió por esos días con los electricistas del Sterm. A principios de los años setenta, el Estado promovió una unidad promiscua que habría de durar menos de tres años, hasta el día en que don Fidel, en un congreso falsificado, llegó para decir a los asistentes, tan electricistas como él, que debían limpiar al Suterm ``de basura y de insectos nocivos'', refiriéndose así al grupo democrático que formaba parte de la directiva. Naturalmente, aquí don Fidel era un edecán estatal, como se vio por el respaldo incondicional del gobierno a un Congreso ``de circo'', como lo llamó Rafael Galván. No había llegado el momento de cambiar la estructura corporativa del sindicalismo, y el Estado se deshizo así de una corriente democratizadora.
Ahora mismo, el Estado no favorece para nada la vida contemplativa. Seguramene los individuos que lo representan han modificado su grado de individualismo autoritario, porque los tiempos no dan para más. Pero basta saber lo que está pasando en Chiapas para entender que, básicamente, las cosas cambian poco.
Allí, al desastre natural, de suyo devastador, con alrededor de 400 mil damnificados y cientos de muertos, con los ríos desbordados y las plagas ensañándose contra los seres humanos, con miles de hectáreas de frutos y plantas arrasados, se suma el desastre político porque, pese a todo, dentro de unas cuantas horas se celebrarán elecciones, cuando la gente está preocupada por todo menos por sus nuevos diputados y ayuntamientos. Y encima, después del decreto presidencial del fin de la emergencia, acuartelamiento del ejército en lugares como Ocosingo, obviamente para vigilar a los zapatistas, no sea que quieran desatar una campaña de nuevos municipios bajo las aguas.
Ciertamente, debe exigírsele al Estado que abra sus cuadernos oscuros, los de esa fecha y muchos más. Creemos que los expedientes sobre el 2 de Octubre son tan importantes, digamos, como las obras completas de los amores de Clinton, cuya suerte todavía no se define. En todo caso, lo verdaderamene reivindicativo de esa fecha es ayudar a que la gente mejore su comprensión histórica y rechace las formas atrasadas y antidemocráticas de actuar en política.