Hace unos días, la Orquesta Filarmónica de la UNAM volvió al auditorio Justo Sierra (o Che Guevara, según la perspectiva) de la Facultad de Filosofía y Letras para ofrecer un concierto en homenaje a Eduardo Mata, en el que bajo la batuta de Ronald Zollman se interpretaron la Quinta sinfonía de Beethoven y la Primera sinfonía de Mahler. Transcribo aquí el texto de presentación que escribí para este concierto-homenaje.
El hecho de que esta orquesta realice en este espacio un concierto en homenaje a Eduardo Mata (1942-1995) no requiere justificación alguna. Acaso, se convierte en ocasión propicia para hacer memoria sobre las estrechas, fructíferas y duraderas relaciones establecidas por Mata con este auditorio, de este campus, de esta universidad, así como con el conjunto orquestal universitario y con los dos compositores representados en el programa de hoy.
Desde el momento en que Mata asumió la dirección artística de la que por entonces era la Sinfónica de la UNAM, el perfil de la orquesta, de sus programaciones, de su nivel musical y de su relación con el público, comenzó a tomar una trayectoria cabalmente universitaria, universal y amplia. A partir de una nueva exigencia y disciplina, de programaciones más dinámicas y atrevidas, de una auténtica proyección musical hacia el ámbito universitario, y a partir también de una carismática y comprometida actitud hacia la orquesta, la música y el público, Mata transformó radicalmente la imagen y el sonido de la sinfónica universitaria. Este espacio que hoy lo recuerda fue escenario de muchos y memorables conciertos en los que la comunidad universitaria de entonces comenzó a descubrir una nueva forma de hacer y de escuchar la música orquestal. Esa comunidad que se dejó fascinar por Mata en aquellos años se convirtió en el núcleo del que hoy es, probablemente, el público musical más enterado y más exigente en México. Este es apenas uno de los muchos frutos que sembró entonces la hipnótica batuta de Eduardo Mata.
La selección de Beethoven y Mahler para este concierto dirigido por Zollman tiene, también, una relación estrecha con etapas relevantes del trabajo de Mata como director de orquesta. Chávez, Revueltas, Orbón, Ravel, De Falla, Beethoven, Mahler... un universo de compositores que le fueron especialmente caros. Para él, Beethoven no era una simple obligación de repertorio ni un lugar común en la programación, como tampoco era un gancho musical para atraer al público.
El respeto de Mata por Beethoven fue evidente en su continuo estudio de las partituras, y en las transformaciones que a lo largo de los años experimentaron sus versiones de la música del compositor. En otro ámbito, la cercanía de Mata con Mahler fue una expresión justa de su interés por explorar la conjunción de lo romántico con lo moderno, dos mundos sonoros que le interesaron vivamente, y de los que se convirtió en intérprete de altos vuelos. Si fuera necesario cimentar más a fondo lo idóneo de la elección de Beethoven y Mahler para este concierto-homenaje, haría falta sólo recordar el ciclo Beethoven que la orquesta universitaria realizó bajo la conducción de Mata en 1970, cuando los conciertos dominicales se efectuaban en el Teatro Hidalgo, así como el inolvidable Festival Mahler de 1975, con la Sinfónica Nacional en Bellas Artes, del que Mata fue director artístico. El hecho de que el programa de hoy concluya con la Primera sinfonía de Mahler es justicia poética y permite rescatar el recuerdo imborrable del último concierto dirigido por Eduardo Mata como director artístico de la Sinfónica de Dallas, en mayo de 1993, después de 16 años de intensa labor musical. Esa noche, Mahler y Mata se dijeron adiós con intensidad singular. Hoy, acudimos nosotros para reunirlos a ellos de nuevo.
Como en los viejos tiempos, el Justo Sierra se llenó más allá de su capacidad, y la mayoría de los asistentes fueron estudiantes y maestros universitarios. Me llamó la atención ver a un público tan atento, absorto, silencioso y respetuoso de la música y los músicos. Había esa noche una intensa atmósfera de comunión musical, un ambiente que por desgracia está perpetuamente ausente en todas nuestras salas de conciertos. Sí, la ocasión era especial, pero he ahí la prueba de que, dadas las circunstancias adecuadas, puede existir una convocatoria musical poderosa y de largo alcance al interior de una comunidad universitaria que, por lo general, es indiferente a su orquesta y no se acerca a la Sala Nezahualcóyotl ni por error. Esa noche, alguien dijo que sólo faltó la presencia de Mata. Me permito disentir: cualquiera que haya estado ahí podrá confirmar que sin duda fueron su espíritu y su memoria los convocantes y anfitriones de esta emotiva sesión musical.