La Jornada sábado 3 de octubre de 1998

Luis González Souza
1968: ayer, hoy y mañana

Ayer fue la represión genocida contra los estudiantes. Hoy es la guerra cobarde contra los pueblos indios, sobre todo -pero no sólo- de Chiapas. Para mañana ya se prepara el aborto de la transición a la democracia. Y sin embargo... la lucha sigue y crece. ¿No aprende nada la casta gobernante?

Ayer, el legendario movimiento estudiantil de 1968 dijo ¡basta! a todas las lacras del autoritarismo, sintetizadas en la infalibilidad-arbitrariedad-intocabilidad del Señor Presidente. Hoy, no obstante la masacre de Tlatelolco, el presidencialismo se debate entre la muerte honrosa -para bien de una verdadera República- y la muerte tragicómica: aprovechada para reconstruir cacicazgos y camarillas, que de paso hacen ver al Presidente como un profeta en el desierto, por decir lo menos.

Que ocurra tal o cual muerte, dependerá de la lucha actual en años de la democracia. Si esa lucha se despliega a fondo, tendremos todo un nuevo régimen político. Pero si la lucha se queda en la superficie, en el mejor de los casos México continuará padeciendo un presidencialismo pseudodemocrático, porque el control unipersonal del poder nunca se ha llevado ni se llevará con la democracia auténtica.

Así, el gran reto de este tiempo mexicano puede resumirse en el dotar de raíces a la transición democrática; y el hacerlo pronto, antes de que el gorilismo del 68 siga nutriéndose de matanzas como las de Aguas Blancas (Guerrero) y Acteal (Chiapas). La historia y las mismísimas luchas de hoy en contra de una globalización uniformadora enseñan que no hay nada más fuerte que las raíces culturales. Y es justamente en el terreno cultural donde podemos apreciar los mayores aportes del movimiento estudiantil de 1968. Dar continuidad a esos aportes, es el reto específico de nuestro tiempo.

No sólo en su pilar presidencialista, la cultura del autoritarismo por fin comenzó a cuestionarse en serio, con la cultura libertaria de los estudiantes. Antes del 68, había que pedir permiso casi para todo: para hacer manifestaciones, para organizarse sin peligro de muerte física o civil, para reunirse en las cafeterías de la propia universidad (luego clausuradas), para encontrar un pequeñísimo espacio en medios de comunicación por antonomasia ``vendidos'' al poder, para aprender con libros diferentes a los oficiales y, en fin, para desarrollar un pensamiento distinto al de la familia revolucionaria, hoy equivalente al pensamiento-único del neoliberalismo.

Pues bien, todo eso, propio de una cultura casi fascista, comenzó a derrumbarse gracias a la rebeldía estudiantil. Gracias a ésta, hoy las manifestaciones son el pan de cada día, e inclusive llegan a invadir el antes sacrosanto Zócalo. Hoy la sociedad se organiza de mil maneras y sólo le falta reunirse en el Salón Bozal de Los Pinos (quizá ya conectado al Salón Oval de la Casa Blanca). En las (buenas) universidades se enseña y se piensa con una diversidad en la que caben desde el marxismo hasta el posmodernismo, por sí solo todo un champurrado de enfoques. Los medios continúan abriéndose a punta de clamores por una información crítica, luego creíbles (y vendible).

En fin, la cultura de rebeldía (re) inaugurada por el movimiento estudiantil del 68 ya puede percibirse en todos los poros del México actual: desde la quiebra del principio de autoridad con los hijos, y del machismo con las esposas, hasta las dificultades para dejar pasar, impunemente, cochinadas como el Fobaproa. Esa cultura rebelde de inmediato llegó a traducirse hasta en luchas armadas, aunque picadas por el dogmatismo, como las guerrillas de los setenta. Y ahora llega a traducirse en una lucha como la del EZLN que es a un tiempo local y universal, propositiva y visionaria.

Como se ve, el movimiento del 68 fue mucho más frutos que derrota. Hoy los frutos siguen germinando, pero los gorilas también siguen allí. Es preciso, pues, acabar de enterrar la cultura de la derrota y del activismo defensivo. Al 2 de octubre no se olvida, tal vez es tiempo de acompañarlo con un 2 de octubre sí que obliga.

Obliga a impedir que la sangre de Tlatelolco sea estéril. Obliga a continuar la lucha. Obliga a culminar la transición a una democracia profunda, enraizada en la cultura libertaria del 68. Y desde luego obliga a facilitar el aprendizaje de los gorilas: los gorilatos no tienen futuro. La represión sólo agrava problemas y, tarde o temprano, los hace infernales... para todos.