La Jornada Semanal, 4 de octubre de 1998



Héctor Anaya

Los parricidas del 68

Héctor Anaya publicó parte del material que hoy compone Los parricidas del 68 (de próxima aparición en Plaza y Valdés) en El Heraldo Cultural, que dirigía Luis Spota. Gracias a la defensa de Spota se conservó la versión más inmediata de lo que hoy es este libro. El sentido de publicarlo ahora ``aunque esto contribuya a mitificar más el 68'' es, según su autor, ``apuntar que sí hay avances libertarios en el país'' y hacer cierta la previsión de Santayana: ``la democracia comienza después del desayuno'', que hoy se antoja modificar: ``...haya o no desayuno''.

The killer awoke before dawn
he put his boots on.
He took a face from the ancient gallery
and he walked on down the hall.
He went to the room where his sister lived
and then he paid a visit to his brother
and then he walked on down the hall.
And he came to a door
and he locked inside:
``Father?''
``Yes, son''
``Y want to kill you''*

The Doors. The End

El filicidio, ¿crimen sin castigo?

El desarrollo del movimiento y el escalonamiento de la represión determinarían que los estudiantes dirigieran sus ataques contra la más alta figura patriarcal del país, la del presidente de la república, tradicionalmente respetada.

No se trataba, empero, de actuaciones inconsciente. Parricidas con malicia, los estudiantes lanzaron por delante, durante las manifestaciones masivas, a sus propios padres y a sus maestros, protegiéndose así de una eventual agresión.

Y es que, como se ha encargado de ponerlo de manifiesto Herbert Marcuse, el parricidio que anima a todos los movimientos juveniles de protesta es apenas la consecuente respuesta al filicidio-represión ejercido por todas las figuras paternas: padre, maestro, jefe, policía, militar, sacerdote, familia, matrimonio, universidad, partido, sociedad...

¿Podría haber continuado indefinidamente este crimen sin castigo? Es probable, aunque no creíble. Pero entre el bienestar del estado industrial y el confort de la sociedad de consumo, apareció un traidor: un viejo canoso, profesor universitario, antiguo militante comunista, presunto miembro del Establishment, quien se atrevió a descubrir con plena claridad y honradez filosófica a los jóvenes del mundo y, en especial, a los estudiantes, el juego de los adultos, la trampa de la libertad dirigida, el engaño de la tolerancia represiva. Pero sobre todo les reveló que tras la máscara bondadosa del paternalismo estaba oculto el rostro tierno-adusto del filicida, del asesino de los hijos, tanto de los propios como de los ajenos.

Lector atento de Freud, Herbert Marcuse habría de llevar las tesis del vienés al terreno social que le interesaba,(1) lo que motivó de parte de algunos freudianos ortodoxos no pocos reproches, por haberse atrevido a usar para el análisis de la sociedad los términos y las nociones que se creían solamente eran aplicables científicamente al individuo.

Al principio, Marcuse está de acuerdo con Freud: ``En una época de la vida del género hombre, la vida fue organizada por la dominación. Y el hombre que logró dominar a los demás era el padre -esto es, el hombre que poseía a las mujeres deseadas y que había, con ellas, producido y mantenido vivos a los hijos e hijas. El padre monopolizaba para sí mismo a las mujeres (el placer supremo) y sometía a los demás miembros a la horda de su poder...''

Pero más adelante, se va apartando de Freud poco a poco: ``La contención en la gratificación de las necesidades instintivas impuesta por el padre, la supresión del placer no sólo fue así el resultado de la dominación, sino que también creó las precondiciones mentales para el funcionamiento continuo de la dominación [...] Esta división jerárquica del placer fue `justificada' por la protección, la seguridad e inclusive el amor, porque el déspota era el padre, el odio con que sus súbditos lo recordaban debe haber estado acompañado desde el principio por un afecto biológico -emociones ambivalentes que fueron expresadas en el deseo de reemplazar y de imitar al padre, de identificarse uno mismo con él, con su placer, tanto como con su poder.''

Finalmente, se separa en definitiva de Freud cuando pasa a las conclusiones, porque si para éste la rebelión de los hijos es rebelión contra el tabú del padre sobre las mujeres de la horda, para Marcuse existe en el asesinato del padre ``una protesta social contra la desigual división del placer''. La rebelión contra el padre adquiere entonces gran significación porque se trata de ``una rebelión contra la autoridad biológicamente justificada: su asesinato destruye el orden que ha preservado la vida del grupo''.

Pero el parricidio no es definitivo puesto que el padre no debe desaparecer sino ser sustituido. Es así que según Marcuse: ``la función del padre es gradualmente transferida de su persona individual a su posición social, de su imagen en el hijo (conciencia) a Dios, a las distintas agencias y agentes que enseñan al hijo cómo llegar a ser un miembro de la sociedad maduro y contenido''. La familia monogámica, con las estrictas obligaciones que implica para el padre, restringe su monopolio del placer; la institución de la propiedad privada hereditaria y la universalización del trabajo, le dan al hijo una justificada expectación de su propio placer, sancionado de acuerdo con sus realizaciones socialmente útiles.

Superadas algunas prohibiciones, gratificados los hijos con sustitutos, el filicidio se sigue ejerciendo en forma más sutil, porque la represión no ha muerto. ``En este nivel de civilización, dentro del sistema de inhibiciones premiadas, el padre no puede ser vencido sin hacer estallar el orden institutivo y social; su imagen y sus funciones se perpetúan a sí mismas en cada niño aunque él no lo sepa. ƒl sumerge su identidad en una autoridad regularmente constituida. La dominación ha sobrepasado la esfera de las relaciones personales y creado las instituciones indispensables para la satisfacción ordenada de las necesidades humanas en una escala cada vez más amplia.'' El complejo de Edipo, en consecuencia, ya no puede ser individual, tiene que ser colectivo, como masivo es el filicidio, puesto que el padre ha delegado todo en favor del Estado, de la corporación, de la empresa, de la institución.

Ya hacia 1920, en un texto clásico (Psicoanálisis de la Familia),(2) J.C. Flügel había advertido sobre los riesgos de esa transferencia. Precursor de Marcuse en la traslación del edipo individual al colectivo, aunque menos conocido, Flügel anticipó las luchas juveniles contra las imágenes paternas y señaló cómo habrían de ser más cruentas y combativas las batallas libradas en los países con gobiernos paternalistas; porque si los jóvenes representaban el progreso y los cambios revolucionarios, los padres -específicamente los del sexo masculino- representaban el conservadurismo.

Para Flügel, aparte de los sustitutos paternos normales, como el tío, el abuelo, el maestro, el jefe, el sacerdote, el militar, también había otros, tales como los grupos, los lugares, las sociedades y las instituciones; transferencia que a su juicio encerraba muchos riesgos porque tal identificación podría conducir a la formación de conductas rígidas y uniformes, contrarias a la transformación y al cambio, encerradas y represivas. Dentro de este cuadro señalaba la identificación de la casa, la escuela, la ciudad, la Iglesia, la familia, con las figuras paternas, lo que resultaba riesgoso pues conducía al rechazo sistemático de todo aquello que presuntamente pudiera afectar a los padres así representados, lo que daría pábulo a la discriminación y a la formación de castas.

Sin embargo, para Flügel el desplazamiento más importante de esta especie, desde el punto de vista sociológico, era aquel en que los atributos paternos son transferidos a la comunidad, al Estado o al país; desplazamiento que demanda del individuo la intervención de sentimientos que atañen al yo, al padre y a la madre, respectivamente.

Las tendencias relativas al yo se ponen al servicio del patriotismo en el nivel conciente, intelectual, mediante la aceptación de la comunidad de intereses entre el individuo y el Estado; en el nivel más práctico, emocional e inconsciente, a través de un proceso de identificación del individuo con el Estado, cuyo resultado es que el primero participe en los éxitos o fracasos del segundo, casi del mismo modo como si afectaran directa y principalmente a su propia persona.

El desplazamiento sobre el Estado de los sentimientos relativos a la madre se vincula sobre todo con las ideas del ser alimentado, criado y protegido por una parte, y de protección activa por la otra. ``Así -indicaba Flügel- tendemos a considerar nuestra tierra nativa como una gran madre que engendra, alimenta, protege y ama a sus hijos e hijas, inspirándoles amor y respeto hacia ella y sus tradiciones, costumbres, creencias e instituciones. En retribución, sus hijos están prontos a trabajar y luchar por ella y, sobre todo, protegerla contra sus enemigos. Buena parte del horror y disgusto que inspira la idea de una invasión de la patria por ejércitos hostiles se debe a la tendencia inconsciente de considerar tal invasión como una profanación y una violación de la madre.''

En el desplazamiento hacia el Estado de los sentimientos relativos al padre, sobresalen las tendencias vinculadas con la actitud de respeto, obediencia y lealtad a la autoridad. Asimismo, se asigna gran importancia al jefe del Estado como encarnación y suprema autoridad, considerándose el país sobre el cual manda como su posesión o patrimonio que sus hijos tienen el deber de sostener, proteger y engrandecer.

En su mismo texto revelador, Flügel indicaba más adelante algo que debería llamar la atención de los estudiosos de las cuestiones nacionales: ``Donde la actitud hacia el Estado, sus instituciones y autoridad no es de amor, amistad o reverencia, sino de odio y rebelión, son, por supuesto, los correspondientes sentimientos hacia los padres los que desempeñan el papel destacado en la motivación inconciente de los descontentos o revolucionarios. Es principalmente por esta razón que las revoluciones en los estados paternales autocráticos son más violentas y extremistas que aquellas que ocurren en los más libres y más liberales países maternales, puesto que el deseo de rebelión en la temprana vida familiar se dirige por lo general contra la autoridad del padre en una medida mucho mayor que contra la madre.''

Y agregaba lo que podría ser el presupuesto de una tesis por desarrollar y comprobar: ``probablemente exista un considerable grado de correspondencia entre la naturaleza del sistema familiar, tal como la encontramos en cualquier país, y algunos de los rasgos políticos a que nos hemos referido''. También podría concretarse en una hipótesis: ¿el grado de paternalismo ejercido sobre un pueblo es directamente proporcional al grado de crueldad del parricidio? Y en consecuencia: ¿se puede entender el cruento y prolongado movimiento estudiantil que afectó a México durante los últimos meses de 1968, como la respuesta parricida a un excesivo paternalismo-filicidio?

* El asesino despertó en la madrugada
se puso las botas
y tomó una cara de la vieja galería
y caminó pasillo abajo.
Fue a la habitación donde vivía su hermana
y luego visitó a su hermano
y luego caminó pasillo abajo
y llegó a una puerta
y miró dentro:
``¿Padre?''
``Sí, hijo.''
``Quiero matarte.''

(1)Eros y Civilización. Una investigación filosófica sobre Freud, Joaquín Mortiz.

(2)Psicoanálisis de la familia. Biblioteca del hombre contemporáneo, Paidós, 1961.

Capítulo del libro Los parricidas del 68, de próxima aparición en Plaza y Valdés.