Bazar de asombros

Los del 98

La Universidad Complutense de Madrid celebra sus cursos de verano en San Lorenzo de El Escorial y en una residencia ubicada en las faldas de un bosque de altos pinos mediterráneos. La pasada semana, un grupo de poetas, ensayistas y críticos se encargó del análisis de la llamada ``Generación del 98'' (no fue una generación, ni un grupo organizado sino fuertes individualidades que vivieron y testimoniaron, cada una a su modo, el final del formidable y pretencioso siglo XIX, y el derrumbe humillante y total del imperio español en América y Filipinas). Luis Alberto de Cuenca, Juan Manuel Bonet, Julio Martínez Mesanza, Nivia Montenegro, Diego Valverde, William Ospina, Enrico María Santí, Juan Van Halen y este bazarista, entre otros, hablamos y discutimos amablemente sobre un tema que este año ha sido objeto de reflexión en muchos ámbitos académicos peninsulares. Los nombres y las obras de don Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Valle Inclán, Baroja, Ganivet, Azorín, Pérez Galdós, doña Emilia Pardo Bazán, Pérez de Ayala y otros autores de la época, despertaron un interés renovado y nos llevaron a la conclusión de que mantienen, en muchos aspectos, una actualidad a prueba de modernidades. A todos ellos les tocó, de una o de otra manera, el viento modernista de Rubén Darío y la mayor parte sostenían posiciones regeneracionistas y proponían cambios profundos en la vida cultural de la ``España invertebrada'' de la que hablaba Ortega, y de la de ``charanga y pandereta'' zaherida por Antonio Machado en su memorable poema de quejas y de esperanzas.

Culminó el seminario con un homenaje a Octavio Paz y una sesión de estudio sobre sus reflexiones acerca del 1898, el modernismo y las literaturas en lengua española de ese momento histórico. Los méritos que ahora en México se le escatiman o discuten a Paz son ampliamente reconocidos en España. Tal vez esto sea así porque en la Península, salvo algunos epígonos de poca monta, nadie lo petrificó o lo convirtió en un pontífice infalible. Por eso siguen discutiendo su obra y manteniéndola viva, provocadora de adhesiones o de desacuerdos, pero siempre inteligente, magistralmente escrita y abierta a la polémica.

Este bazarista se hizo cargo de la sesión dedicada a Unamuno e Iberoamérica y participó en el homenaje a Paz. Diego Valverde habló de Ganivet y Luis Alberto de Cuenca dedicó gran parte de su charla a Valle-Inclán, Marqués de Bradomín, el más cosmopolita y arriesgado en el lenguaje y en los temas de todos los finiseculares. Unamuno y Valle fueron los que más se acercaron a los estudios americanos. En la imaginería del segundo (rostros reflejados en un espejo cóncavo) cruzan los personajes de nuestras latitudes: la niña Chole, Tirano Banderas, el coronelito de la Gándara... ƒl fue el primero en captar y describir los rasgos principales del autoritarismo latinoamericano, y de hacerlo desde la perspectiva del esperpento sin que esto implicara forma alguna de pintoresquismo barato, o descuido de la profunda problemática humana del trópico visto por fuera y con ojos miopes y eurocentristas por otros escritores con talantes de entomólogos o de guías turísticos.

Tirano Banderas tiene una actualidad portentosa en su lenguaje y en su estructura. Don Ramón, amante del cine, escribió, con la agilidad prescrita, un guión en el que los diálogos y la acción se complementan y enriquecen. No se ha hecho la película (se hizo una adaptación teatral apenas aceptable) e ignoro si alguien piensa en hacerla. Si no tiene genio que no se acerque a la tierra real y de pura ficción de don Santos Banderas.

El domingo regresé a México. El Caribe nos recibió con sus aparatosas formaciones de viento y nubes (los coletazos de una tormenta que por aquí pasó y anda ahora amagando a las ``Carolinas''). Pensé en el primer viaje de Valle-Inclán a México y en la forma magistralmente caprichosa con que vio nuestra tierra, nuestros rostros, nuestros bellos y horrendos hechos humanos. Su método le permitió descubrir lo que hay de esperpéntico en todo lo que nos hacen y en lo que hacemos.


Desprotegida por el cielo

La colección Circe acaba de publicar la biografía de Jane Bowles, escrita por Millicent Dillon. Nueva York, México, Cuernavaca, Taxco, Acapulco, París, Tanger, Fez, Málaga, son algunas de las ciudades por las que Paul y Jane Bowles movieron sus vidas, escribieron sus obras, se divirtieron, angustiaron, ``reventaron'', murieron (Jane) y sobrevivieron (Paul).

El trabajo de la Dillon, impecable en sus datos y fechas, nos entrega los muchos rostros de Jane, su alegría de vivir, su atletismo amoroso, sus depresiones y su ``apetencia de muerte''. Los amigos, fundamentales en la vida de la pareja, aportaron cartas y testimonios orales para hacer más nítido el complicado retrato de Jane. Por eso, las palabras de Tennessee Williams, Truman Capote, Cecil Beaton, Alice B. Toklas y Libby Holman, enriquecen el buen trabajo de investigación de Millicent Dillon.

HGV


CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Lógica y conversación (1)
de lo artificial

¿Puede construirse una máquina con la que se pueda conversar de esto y lo otro? Antes de intentar una respuesta, reparemos en cuán compleja y admirable es nuestra capacidadÊde conversar. Primero, entendemos sin dificultad lo que nos dicen y hacia dónde va eso que nos dicen, es decir, toda la variedad inabarcable de cosas que pueden decirse; y segundo, respondemos en forma, no sólo igualmente inteligible, sino medida, adecuada y pertinente al tema tratado. Y esto cualquier humano, aun, dice Descartes asombrado, ``el tipo más bajo de hombre lo puede hacer''. Todo humano, aun los mudos, puede conversar. Los animales, en cambio, aunque pueden comunicarse rudimentariamente, no pueden conversar. La pregunta planteada es si la conversación es atributo distintivamente humano o si es posible construir un artefacto conversador.

Es claro que la posibilidad de fabricar o programar una máquina capaz de conversar depende de que puedan hallarse reglas lógicas precisas del conversar. Y que estas reglas sean tales que puedan, digamos, automatizarse en su aplicación, porque de otro modo ¿cómo podríamos programar la máquina conversadora? Pero la conversación ¿tiene reglas lógicas precisas? Y estas reglas ¿pueden ser halladas, formuladas y automatizadas?

Algunos linguistas, como Saussure o Chomsky, nada menos, estimaron que la conversación era demasiado amorfa, asistemática e irregular como para ser objeto serio de estudio académico. Pero Paul Grice, filósofo de Oxford, abrió brecha y mostró el camino para reducir a reglas la conversación en un artículo famoso que tituló ``Lógica y conversación''.

Para Grice la conversación tiene estructura lógica. Esta estructura se muestra en que es actividad que requiere cooperación entre los interlocutores. Al cooperar asumimos, sin reflexionar, sin darnos siquiera cuenta, ciertas reglas. Es decir, las reglas de la conversación son las reglas de la cooperación entre los interlocutores. Primero, la conversación esta regida por un principio fundamental, el principio de cooperación, que Grice formula así: ``Haz tu contribución a la conversación tal como es requerida, en el estadío en el que ocurre, por el propósito aceptado o dirección del intercambio verbal en que estás comprometido.''

Este principio, por ser general, no especifica mucho, así que debe explayarse en requerimientos o máximas más concretos. Estos requerimientos explayados se articulan en 5 categorías:

Cantidad. (i) Haz tu contribución tan informativa como se requiere.

(ii) No la hagas más informativa de lo requerido.

Cualidad. (i) No digas lo que crees que es falso.

(ii) No digas aquello de lo que no tienes evidencia adecuada.

Relación. Sé relevante (es decir, di cosas pertinentes).

Manera. Supermáxima: sé claro en tu expresión.

Máxima subordinada: Evita la oscuridad. Evita la ambgüedad. Sé breve. Sé ordenado.

La evidencia de que estas máximas se aplican y, por lo tanto, así se estructura la conversación, es que su violación trae el caos a la conversación. Por ejemplo, si te encuentro en la calle con un libro y te pregunto ``¿qué andas leyendo?'' y te limitas a responder ``un libro'', la respuesta es no sólo inadecuada, sino majadera. Observa que es majadera porque viola la máxima de cantidad (se queda corta.) La cantidad requerida en este caso pide sólo título del libro y nombre del autor y, quizá, un breve juicio, ``es bueno'' o ``no vale la pena''. Ahora, si pregunto ``¿qué andas leyendo?'' y respondes, por ejemplo, ``Sendas de significado de Mark Platts, cuesta 37 pesos y tiene 387 páginas'', te pasas de información y ocasionas desconcierto (y tiene su toque de majadería.)

En este ejemplo, tan sencillo, puede verse la exactitud milimétrica de los requerimientos, es decir, que la conversación tiene estructura precisa. Nosotros aprendimos a cumplir estas máximas ejercitándonos desde niños, por prueba y error, no conceptual ni reflexivamente (nadie nos enseñó a hacerlo.)

Para terminar por hoy, seguimos la próxima vez, quiero hacer una apreciación del arte de conversar que no viene en Grice: el buen conversador no es tanto el que habla bien y dice cosas interesantes, sino el que escucha bien a su interlocutor. El interés genuino por el otro, el apetito por conocer sus experiencias y puntos de vista, es el que marca y distingue la creatividad del conversador, eso está visto y bien averiguado.




Naief Yehya

La utopía de la tecnodemocracia

Escándalo libertario

Una vez más, Internet demostró que ya es un medio informativo digno de la era del escándalo, de la paranoia masificada, de la congestión e hipertrofia noticiosa. El fiscal especial Kenneth Starr optó por publicar su reporte en la red antes de mandarlo a la Casa Blanca. Segundos después de lanzado en Internet, cualquiera (que tuviera una computadora y una cuenta en el ciberespacio) en cualquier parte del mundo podía leer el reporte que puede verse en su totalidad en muchas páginas, entre ellas:

http://www.capitolhillblue.com/Sept1998/starrreportfrm.htm

http://www.house.gov/icreport

Volver accesible de manera casi instantánea un documento que potencialmente podría colapsar al gobierno de la primera potencial mundial, parece una fantasía anarquista o por lo menos un maravilloso sueño libertario. Curiosamente, quienes celebraron más ruidosamente este ``triunfo de la democracia'' fueron políticos conservadores, militantes de extrema derecha y tecnócratas de diversas denominaciones. No hay duda de que la red de comunicaciones digitales puede volverse una herramienta liberadora que ayude a dar lugar a una sociedad más justa, pero a la vez puede crear la peligrosa ilusión de que el poder ciudadano consiste en un clic del mouse, esto indudablemente puede ser explotado con facilidad por políticos astutos. Esencialmente, hay dos elementos que obstaculizan el sueño de la tecnodemocratización: la sobreabundancia de información y la fragmentación social.

Demasiada información

Quién sabe en qué momento el lema, ``Sólo la verdad os hará libres,'' degeneró en el eslogan pernicioso y falso, ``Sólo la información os hará libres.'' Hemos optado por creer que tener datos equivale a tener la verdad y quien tiene más información para sostener sus creencias tiene por fuerza más razón. A lo largo de la historia, la información solía ser un bien escaso y valioso, tanto en forma de conocimiento útil para algún oficio o bien en tanto obra de arte. Hoy la abundancia ha devaluado la información. Esto se ha resentido particularmente en el exceso de información especializada: datos, investigaciones, estadísticas, encuestas y sondeos que circulan por los medios masivos y en vez de iluminarnos o ayudarnos a entender mejor el mundo son contradictorios, complicados y a veces retóricos. Parecería que entre más leemos menos seguros podemos estar de cualquier cosa. La culpa la tiene en parte la aparición de centenares de organizaciones (conocidas como Think Tanks) que se dedican a desarrollar información especializada con el fin de sustentar programas políticos específicos o campañas comerciales. No todos los reportes de este tipo de instituciones son fraudulentos, seudocientíficos o malintencionados pero muchos que sí lo son saturan las ondas, infestan los noticieros, contaminan las discusiones e intoxican los debates políticos. Nada es más manipulable que una población que se considera bien informada pero que en realidad se encuentra confundida por toneladas de datos incoherentes.

Data Smog

La ilusión que crean las comunicaciones digitales (gracias a gurús como Ross Perot, Michael Detourzos, Nicholas Negroponte y la influyente revista Wired en general) es que las comunidades virtuales son los ágoras del siglo XXI, donde los ciudadanos podremos unirnos para fraternizar, reflexionar, discutir los problemas que nos afectan y exigir mediante la democracia directa cambiar aquellas cosas que no funcionan, así como obligar a los políticos a cumplir sus promesas y respetar nuestros derechos. El problema, como señala David Shenk en su libro Data Smog (Harper Edge, 1997), es que en vez de que el globo se vuelva una aldea apacible se está convirtiendo en una aldea de Babel. La gran mayoría de las comunidades en línea, de acuerdo con Bonnie Fisher, Michael Margolis y David Resnick (A New Way of Talking Politics: Democracy on the Internet, citado por Shenk), ``se parecen más a los espacios semiprivados de los clubes deportivos modernos que a los espacios públicos de los ágoras... En vez de reunirse para discutir asuntos de interés común para la sociedad, los miembros de estas comunidades virtuales se reúnen principalmente para promover sus propios intereses y para fortalecer la ideología de su grupo''. En Internet han proliferado los nichos superespecializados que fragmentan y segregan a la sociedad. Aquí no tenemos que escuchar a quienes no comparten nuestros gustos, intereses o fetiches eróticos. Basta incursionar en ciertos foros superespecializados (como los de hackers, expertos en sadomasoquismo, instructores de aerobics asmáticos o coleccionistas de teteras chinas del siglo XII) para encontrar una atmósfera hermética (a veces hostil) y descubrir que los mirones y los aficionados en muchas ocasiones no son bienvenidos. Para quienes ya vivimos buena parte de nuestra experiencia cotidiana a través de Internet resulta una constatación inquietante aceptar que el medio de comunicación más poderoso que existe no estimula realmente la tolerancia. Es de esperar que muchos lectores discreparán.

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Lo demás son palabras

Eduardo Hurtado

¡Qué suave patria!

Encuesta

-¿Conoce a Ramón López Velarde?

-No... Me suena pero no.

-Y como a qué le suena.

-Fue un músico, ¿qué no?

-¿Conoce a López Velarde?

-Qué pasó, profesor, ¿cómo no? El poeta.

-¿Y ha leído ``La suave patria''?

-¡Claro! Ese que dice... ¿Cómo dice? ``Con la falda subida hasta la oreja...'' ¿Cómo dice?

-¿Conoce ``La suave patria''.

-Huuuuy joven, si la recitaba en la primaria (se pone serio, aprieta los labios y dispara de un jalón): ``Yo que sólo canté de la exquisita partitura del último del coro...''

-Del ``íntimo decoro''.

-``...del íntimo decoro...''

O destilando un invisible alcohol

Con adjetivos inusitados, Ramón López Velarde reinventó los nombres más comunes: pestaña enhiesta, licor letárgico, alcoba submarina, corazón retrógrado, tristeza reaccionaria, suave patria. Su repertorio nos enseña que los atributos de las cosas son tan diversos como el lenguaje y el punto de vista de quien las nombra: desde una perspectiva propia, el mundo alcanza un brillo inaugural. Entonces lo raro ingresa en el orden de lo semejante: todos nos reconocemos en ese cosmos donde los objetos de siempre reaparecen llenos de intimidad y de misterio.

``La suave patria'' nos revela que un país existe más allá de sus próceres y el sonoro rugir del cañón. Cosas más entrañables y menos impúdicas conforman el México de López Velarde: los palomos que rondan el reloj de alguna plaza, el santo olor de la panadería en las madrugadas lluviosas, una jaula llena de pájaros y una alacena colmada de compotas, un colibrí, una alcancía. A las nociones que soportan una cultura patriarcal (sólo expresables con términos obtenidos del Diccionario de la Virilidad: reciedumbre, pujanza, fortaleza, vigor y rigor), López Velarde opone un imaginario de la levedad, hecho de cosas aéreas, cordiales, blandas. Al expulsar de esa patria interior toda referencia a la sangre de los mártires, al rechazar el elogio del sacrificio que conduce al siempre postergable reino de los absueltos, desmiente a la patria oficial y obligatoria para proponer una nueva, menos abstracta y más acogedora.

López Velarde murió poco después de haber escrito ``La suave patria''. De inmediato, el poema cayó en manos de congresistas ilustrados y burócratas culturosos, que sin tardanza lo incorporaron al catálogo de la pedagogía nacionalista. Mal aprovecharon esos señores las lecciones de su poeta, como lo prueba este insólito registro adjetival, tomado de la oración fúnebre que Alfonso Cravioto le recetó al autor de Zozobra con la encomiable intención de honrarlo: grande muerto prematuro, zarpazo aleve, florilegios sensibles, bellas exquisiteces, sensaciones abundosamente ingenuas, ¡¡sinceridad efervescente!!

Hoy, a casi ocho décadas de la desaparición del ``culto poeta'' (así lo divulgó al otro día el encabezado de El Universal), el surgimiento del tequila Suave Patria debe tomarse como una reapropiación afortunada de la sensibilidad velardiana. Esa etiqueta que muestra al águila con la trigarante faja sobre la abultada pechuga, es un sitio muy próximo al imaginario de López Velarde -y mucho más aceptable que la tribuna de escuela donde un chamaco engomado declama, cual Farinelli que imita el agudo resonar de un pito: ``Yo que siempre canté...''.

Tequila y suave patria establecen un hermoso acuerdo. Reunirlos es un acierto poético. Como ``La suave patria'', el aguardiente mexicano ha sido víctima de los estereotipos: brusco, envalentonador, contundente y gritón. Y sin embargo, antes que a los peores hábitos de los machos o las machorras está ligado al asombro, a las pasiones, a los sueños, a la voz de Lucha Reyes, a la devoción, al tuteo con la muerte, al reblandecimiento del ser.

Una idea aristocrática de la cultura, la misma que puso a deambular los restos mortales del poeta -del Paraninfo de la Universidad al Panteón Francés a la Rotonda de los Hombres Ilustres-, hizo pensar a varios indignados que la existencia del Suave Patria era una especie de profanación (como si los rótulos y las botellas no hubieran probado nunca sus cualidades poéticas). Llamaron al Fondo de Cultura Económica y exigieron que se hiciera valer el copy right. ¡Qué bobada! La poesía de López Velarde no tiene derechos reservados: más allá de los analfabetismos, reales y funcionales, siempre se ha mezclado con la formidable vida de todos y de todas, a pesar de los puristas que intentan preservarlo en un archivo y de los legisladores empeñados en que afirme lo que siempre negó.

Para que a los biliosos se les acabe de quemar el hígado, y en complicidad con el demonio sarcástico que siempre le maulló al jerezano, proponemos la creación de las siguientes firmas comerciales: Las Madererías de Dios (muebles coloniales); Las Garzas en Desliz (agencia de viajes); Los Carnosos Labios (rompopes); El Bravío Pecho (corpiños); El Palacio Nacional (dedales); La Ruleta de mi Vida (casino), y más allá del museo metafórico de ``La suave patria'', La Vida Apocalíptica (pompas fúnebres o guantes negros).


Artes visuales

Lelia Driben


Trabajadores del mundo ¿unidos?

Sebasti‰o Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944) -el fotógrafo que antes de elegir tal actividad completó sus estudios de economía con un doctorado en la Universidad de París y que, en el campo de dicha disciplina, trabajó para la secretaría de finanzas de San Pablo, así como en la Organización Internacional del Café -está presente en las jornadas de Fotoseptiembre con una exposición de 208 fotografías en blanco y negro montadas en el Museo de Arte Moderno. Bajo un tema único, los trabajadores, estas imágenes dan la vuelta al mundo penetrando en sitios tan disímiles como Francia e Indonesia, Italia y Bangladesh, Kuwait y China, Ucrania y Estados Unidos.

La exhibición comienza con una serie de imágenes captadas entre 1887 y 1888 en las plantaciones azucareras de Cuba y Brasil, continúa con el cultivo del te en Ruanda, vuelve a Cuba para mostrar la cosecha del tabaco, y a Brasil enfocando a los extractores del cacao y después a los petroleros de Kuwait; sigue en La Reunión, una isla cercana a Madagascar proveedora de plantas aromáticas para perfumes franceses y así sucesivamente hasta completar un periplo que termina en las minas de hierro, titanio y magnesio de Kazajstán en 1991. Desde las primeras tomas, el itinerario va desenvolviendo los principales ejes constituyentes de todo el conjunto: una ecuánime tensión entre estética y documentalismo, entre la diversidad de ángulos y planos, hallazgos insólitos y juegos de luz que sustentan a la fotografía moderna, y a la conciencia de la historia, su decurso y sus cambios. Salgado, así, no sólo se asume como el artista viajero cuya cámara busca la eficacia de la foto testimonial, sino que, además, -desde

la específica presentación visual, y a partir de los límites que dicha visualidad impone- intenta certeramente aproximarse a las complejidades de su época. Una época en la que el concepto de proletariado se dispersa en otro más genérico: los trabajadores.

``Los conceptos de producción y de eficacia están cambiando y, con ellos, la naturaleza del trabajo [...] la sofisticación y el aumento brutal de la producción llevan directamente a un límite: el mundo superdesarrollado produce únicamente para la parcela de la humanidad que puede consumir. Y esta parcela no representa más de una quinta parte de la población del planeta. Las cuatro quintas partes restantes, que teóricamente deberían beneficiarse de este espectacular excedente de producción, no consiguen encontrar el camino del consumo,'' escribe Salgado. El fragmento transcrito da cuenta de la tarea reflexiva que opera como telón de fondo en esta colección del autor: carente de ingenuos y superficiales reduccionismos, tal abarcador panorama salva a sus imágenes de la facilidad panfletaria, otorgando a las mismas una solidez y vigor coherente con la investigación del tema escogido.

Vista a distancia, cierta fotografía muestra un segmentoÊtopográfico análogo a un cuadro expresionista abstracto; cuando el observador se va acercando, el conocido recurso informalizante descubre las sinuosidades de una montaña en declive, pero ya frente a la foto, esas sinuosidades se convierten en miles de cuerpos humanos: son los buscadores de oro que se arraciman en una mina a cielo abierto, la llamada Serra Pelada, en el estado brasileño de Pará. La captación de lo real, con toda su tragicidad, ha dado un golpe maestro sobre los manejos estetizantes de la cámara. En la foto que sigue, Salgado adelanta el ojo de la máquina paraÊcentrarlo en esos mismos hombres ascendiendo a marcha forzada la empinada cuesta con su carga sobre la espalda. Finalmente, en la tercera estampa de esta triple secuencia, aparece, en primer plano, uno solo de aquellos cuerpos anónimos, de aquel indiscernible ``accidente'' del paisaje. Salgado utiliza con frecuencia este encadenamiento que se desplaza de la multitud a lo particular, atravesando por todos sus matices: de lo público a lo doméstico, del retrato deliberado al retrato desprevenido, de la acción al repliegue en la hora del descanso, de la máquina al hombre, del producto cosechado a la fábrica, del trabajo a la oficina de pago. Sus fotos, en suma, recorren muchas veces toda la saga de la producción y adoptan una diversidad de registros contrastados: la delicadeza poética de la pesca en Galicia alterna con los cerdos rumbo al matadero en Dakota de Sur. Cabe remarcar algo más: Salgado tiene la capacidad de captar expresiones, gestos y posturas en el instantante exacto de su más honda expresividad. Por otra parte, cuando los motivos elegidos están situados fuera de su país, este testigo ocular introduce cierta toma de distancia que, en el abordaje de su propia realidad, adquiere una dimensión estremecedora. Así sucede con el lugar de pertenencia: inevitablemente, aflora una densidad visceral intransferible. Las fotos del movimiento brasileño de los sin tierra, entre otras, lo corroboran.

Sebasti‰o Salgado recibió este año el Premio Príncipe de Asturias. Las fotografías que ahora se muestran en el Museo de Arte Moderno -con la curaduría de Lélia Wanick Salgado- conforman su libro Workers, an Archeology of the Industrial Age, publicado por el International Center of Photography en Estados Unidos.