La Jornada Semanal, 4 de octubre de 1998
Entre los presos políticos apretujados tras de la reja carcelaria, destacaba Víctor Rico Galán, el brazo izquierdo en alto con la señal de la victoria y en la garganta las estrofas de La Internacional: ``...a la lucha, proletarios, al combate final...'' Despedían así a este compañero de lucha y de prisión que salía en libertad bajo fianza.
Quedaban atrás días, meses, años de confinamiento en la Sierra Maestra de Lecumberri (así llamábamos a la ``Peni'' en tono de autodenigración). Ahora, extra muros, acechaba una suerte de Ley Fuga plagada de acosos policiacos y judiciales.
Dos años y medio antes, el 12 de agosto de 1966, las fuerzas diazordacistas, al mando de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Zerecero, jefe y subjefe respectivamente de la policía preventiva del Distrito Federal, allanaron en la ciudad de Los Palacios las escuelas de cuadros políticos Hidalgo y Morelos del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), en el que militamos Víctor y yo. En el operativo policiaco fuimos aprehendidos medio centenar de compañeros, familiares y amigos.
Secuestrados e incomunicados durante nueve días, bajo los conocidos métodos inquisitoriales en vigor, fuimos consignados 27 compañeros ante el Juez Segundo de Distrito del Distrito Federal y declarados formalmente presos nueve de nosotros por los delitos de invitación a la rebelión, acopio de armas y conspiración: Víctor, su hermana Ana María y yo, los doctores Gilberto Balam Pereyra, Rolf mainers y Miguel Cruz, el maestro de música Isaías Rojas Delgado, el ingeniero Gumersindo Gómez Cuevas y Carlos Aguilera Delgadillo.
Por otra parte, en la organización naciente estaban convergiendo maestros, ferrocarrileros, petroleros de los movimientos reprimidos a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, grupos de la Central Campesina Independiente, secuestrada y desgajada por Gustavo Díaz Ordaz, contingentes y militantes del Movimiento de Liberación Nacional, desmantelado en vísperas de la campaña presidencial del 64, docentes de las escuelas normales rurales de la República, y miembros y simpatizantes del Frente Electoral del Pueblo (FEP).
Bajo el despotismo diazordacista, logramos contener la represión en los límites de las escuelas Hidalgo y Morelos, manteniendo a salvo la base militante del Movimiento. Pero el golpe sufrido en una fase temprana de nuestro trabajo organizativo decapitó prácticamente al MRP y condujo a la dispersión de las fuerzas comprometidas.
El anatema oficial contra los ``conjurados'' del MRP, reos, además de invitación a la rebelión (nunca se supo cómo y a quiénes invitamos) y, a mayor abundamiento, pertrechados hasta los dientes con armas imaginarias, concitó el manido concierto de vituperios de la prensa ``libre'' contra los enemigos del buen gobierno, guardián de las instituciones republicanas y democráticas.
Desde las páginas de Política, el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas denunció que en la represión contra el MRP ``el gobierno ha violado una vez más, con su ya habitual desprecio a las leyes del país, los más elementales derechos constitucionales que teóricamente nos amparan a todos los mexicanos''. Y cuestionó al Procurador General de la República si el proceso contra los presos del Movimiento no sería también ``contra las libertades políticas de todos los mexicanos empeñados en buscar soluciones justas a los enormes problemas sociales, económicos y políticos que agobian a nuestro país ... [y] contra la esencia misma de la tradición democrática y revolucionaria del pueblo mexicano... (Política 152, agosto 15/66).
Por su parte, la revista Siempre! de José Pagés Llergo dedicó el editorial del número 689 al ``pequeño incidente policiaco'' en que se vio involucrado su prestigiado colaborador Víctor Rico Galán y ``...cincuenta desesperados, cincuenta apóstoles, cincuenta santos o cincuenta villanos...'' La cabeza ``México no es ínsula de gorilas'' sintetizaba cabalmente la apología de un México que ``...no es hoy tierra de aventurerismo político...'' y de ``...un gobierno surgido de unas elecciones sin fraude, sin pólvora y sin represiones...''
Pese a la catilinaria contra los ``dogmáticos'', Siempre! ofreció a Rico Galán la tribuna para que expresara su opinión, lo que hizo nuestro compañero también a nombre mío y de Rolf Meiners y Miguel Cruz, a quienes le fue posible consultar. ``Invitado por [Raúl] Ugalde -escribió Víctor-, colaboré con él y con otros amigos en la tarea de dar consistencia al MRP, que es una organización lícita, que se propone ampliar la conciencia social y política de nuestro pueblo; que no parte de un dogma ideológico determinado, sino que busca en el pueblo su propia raíz, que no tiene una línea política estrecha y rígida, sino que la extrae de la experiencia viva de los hombres y las mujeres de México. Prueba pública de todo ello la constituye el hecho de que, entre los presos, figuren representantes de todos los sectores: campesinos, obreros, estudiantes, profesionistas... Y prueba adicional, la ancha porción de nuestro mapa que cubren esos hombres y esas mujeres.''
Y tras de una extensa relación de políticas y actos oficiales contra el pueblo, concluía: ``Todo eso es incitar a la rebelión. Lo es también impedir que los ciudadanos se reúnan para discutir libremente los problemas del país [...]; que sea imposible organizar movimiento alguno de oposición sin que la represión más inicua lo frustre; que se hable a todas horas de democracia y Constitución, cuando se destierra la una y se pisotea la otra.''
En aquel clima de linchamiento y quema de brujas, los presos del 12 de agosto del 66 tuvimos, no obstante, la solidaridad de nuestros familiares y amigos, como Judith Reyes, compositora y cantante de protesta de voz prodigiosa, Raúl çlvarez Encarnación, Guillermo Mendizábal Lizalde, Elena Garro, Alonso Aguilar, Fausto Trejo y María Luisa Guerrero (compañeros de lucha del Movimiento de Liberación Nacional y del Frente Electoral del Pueblo), Raúl Palacios Sánchez, Rafael Estrada Villa, Carlos Pacheco Reyes, Salomón Eluani, Mario Menéndez Rodríguez, Serapio Casas, Raúl Peña Garibay, Benjamín Ugalde Ramírez.
A nuestra defensa jurídica se aprestaron los licenciados Jesús María Aguirre Martínez, José Rojo Coronado, Adán Nieto Castillo, Juan Manuel Gómez Gutiérrez, José Gonzalo Saavedra, Guillermo Calderón y luego se incorporó el destacado jurista Enrique Ortega Arenas.
Para quien fue mi maestro y rector del Seminario Tridentino de Morelia, a la sazón obispo de Ciudad Victoria y más tarde arzobispo de Monterrey, don José de Jesús Tirado, la liberación de su ex discípulo y compañeros de prisión se convirtió en un verdadero apostolado, hasta conseguir de los magistrados del Tribunal Colegiado del Circuito de Puebla un fallo favorable, exonerando del principal delito, el de invitación a la rebelión, a quienes recurrimos a esa instancia.
Ante el agravamiento de los problemas nacionales, un régimen en plena decadencia, en vez de satisfacer los justos reclamos populares, apostaba a la represión sistemática y a los palos de ciego.
A los presos heredados del gobierno lopezmateísta: Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Santos Bárcenas, Fernando Arizpe Díaz (amigo entrañable y vecino de celda), pronto ligó Gustavo Díaz Ordaz la pesada cuerda de víctimas de su vesania represiva.
En la crujía ya encontramos, en agosto de 1966, a Adolfo Gilly, îscar Fernando Bruno, Tito Domínguez, Jenaro Jongitud...
Y luego de la redada del MRP, continuaron las oleadas de presos. En julio de 1967, cayeron en prisión Adán Nieto Castillo (antes nuestro abogado defensor), Daniel Camejo Guanche, Enrique Moreno, Pablo Alvarado (asesinado en la prisión) y otros. En agosto de 67, los petroleros Augusto Danglada Ríos, Pablo Ramírez Salazar Maza, Alberto Cárdenas Pérez, el abogado Mario Pérez Marín. En noviembre siguiente, María Rechy Montiel, Luis del Toro, Enrique Condés Lara, Antonio Gershenson... En el 67, llegaron también José Luis Calva y el licenciado Juan Ortega Arenas, dirigente de la Unidad de Obrera Independiente.
Y tras unos meses de calma chicha, las marejadas de julio de 1968 arrastraron a la cárcel a Gilberto Rincón Gallardo, Roberto Minón Corro (reincidente), Arturo Ortiz Marbán, Mario H. Hernández, Pedro Castillo, el licenciado Adolfo Mejía, el ingeniero Salvador Sáinz Nieves, Juan Ferrara, Joaquín Prócoro Gómez Trujillo, Luis Aguilar... El dirigente estudiantil Salvador ``El Pino'' Martínez Della Rocca fue aprehendido en agosto del '68 y luego, Manuel Marcué Pardiñas, a pocos días del holocaustro de Tlatelolco con su secuela de sangre y barbarie.
Insaciable, el verdugo ``olímpico'' atiborró las cárceles con los sobrevivientes del genocidio del 68: Raúl çlvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, José Piñeiro Guzmán, Carlos Andrade Ruiz, Leobardo López, Saúl çlvarez Mosqueda, Elí de Gortari, Fausto Trejo, Pablo Gómez, Luis González de Alba, José Revueltas, Joel Arriaga, Carlos Sevilla, Arturo Martínez Nateras, Rodolfo Echeverría ``Chicali'', Amada Velasco, Adela Salazar y tantas y tantos más...
En el crisol del 68, desde la crujía N del Palacio Negro de Lecumberri, Víctor Rico Galán mantuvo su compromiso con el estudiantado y con el pueblo. ``La perspectiva de desarrollo del movimiento que hoy encabezan los estudiantes está en los trabajadores,'' escribía en la carta del 12 de agosto del '68 publicada en La Gaceta, órgano informativo del Comité Coordinador de Huelga de la UNAM.
En otra carta, del 26 del mismo agosto, dirigía un mensaje premonitorio: ``El pueblo no podrá luchar por sus intereses inmediatos ni por su interés histórico, el socialismo, si no se organiza. Conquistar el derecho a la organización es el objetivo central del movimiento estudiantil...'' Y reiteraba esta convicción en una tercera carta, del 9 de septiembre siguiente: ``...el objetivo general que se persigue [es] la conquista de los derechos democráticos del pueblo trabajador, el derecho a la organización independiente''.
Las cartas de Rico Galán sobre el desarrollo, las limitaciones y las perspectivas del movimiento estudiantil del 68 plantean una tesis insoslayable para la compresión de esa etapa de nuestra historia.
Su vinculación íntegra con los movimientos sociales y políticos de los sesenta, que repuntaron en el 68 y en la década de final de este siglo, inserta a Víctor Rico Galán entre los artífices de la democracia en México.