La Jornada Semanal, 4 de octubre de 1998
Antes del 68 se habían manifestado ya varios movimientos en contra de un sistema basado en el presidencialismo autoritario, en el control vertical de la sociedad y en la supresión de toda disidencia, ya sea por el soborno o por la represión. Pero fueron obra de grupos limitados, con intereses particulares, de carácter gremial, como los de los ferrocarrileros, los electricistas o los médicos.
También el movimiento del 68 es impulsado por un sector social, el de los estudiantes universitarios, pero, a diferencia de los anteriores, no presenta reivindicaciones de grupo. No adelanta demandas educativas o profesionales: sus exigencias rebasan todo particularismo; están dirigidas a la sociedad civil, al ``pueblo'' en general. ``¡ònete pueblo!'', gritaban. De hecho, la corriente de simpatía que lo acompaña todas las capas sociales, aunque el control gubernamental y el miedo, impidan pasar de la simpatía a la colaboración activa.
El movimiento no ofrece un programa político propio. Sus reclamos expresan sólo una honda insatisfacción con una situación que no ofrece cauces de participación a la sociedad ni de expresión al disenso. Sus lemas resultan atractivos justamente por ser simples. Piden ``diálogo público'', ``libertad a los presos políticos'', ``destitución de autoridades policiacas'', maneras sencillas de exigir que la sociedad se deje oír y la represión termine. Se trata de una denuncia de la falta de democracia, que no propugna por un sistema político particular ni acude a una ideología determinada. Por eso logra la adhesión de personas de diversas tendencias ideológicas. En el movimiento se juntaban comunistas, demócratasÊliberales, católicos y un gran número de ``apolíticos''.
Llamado a formas democráticas, pero no a una democracia de partidos. En realidad, todos los partidos existentes ven con prevención el movimiento. Aun los que se dicen ``progresistas'', como el Partido Popular o el Comunista, guardan sus distancias.
A mi juicio, esta fue la característica política más importante del movimiento del 68: un llamado a la democracia, pero no a la que se basa en la competencia de partidos sino a la participación directa de la sociedad, del pueblo real. Esta voz fue pronto acallada en el terror. Pero ahora que el anhelo general por una democracia auténtica se acompaña de un despertar de la sociedad civil, es necesario recordar aquel momento en que, por primera vez, una juventud generosa planteó la urgencia de la unión de toda la sociedad en la construcción de una democracia participativa, más profunda y radical que la limitada a la controversia entre partidos políticos.