Nadie pone en duda la gran importancia que han tenido los medios de comunicación en esta larga guerra que vivimos en México para pasar del autoritarismo a la democracia, y de un sistema injusto de distribución de lo que producimos entre todos, a un sistema más equitativo en todo, especialmente en oportunidades de educación y trabajo.
Hace poco más de treinta años en los periódicos del país era excepcional encontrar a un articulista crítico al sistema, y los cronistas políticos eran más bien escasos e improvisados en términos generales.
El gobierno todo lo controlaba: sindicatos, agrupaciones políticas, escuelas, grupos campesinos y, por supuesto, medios de comunicación.
Se mantenían con cierta independencia: la UNAM, algunas universidades de provincia, el PAN, grupos de izquierda dispersos y clandestinos, y paramos de contar. Excélsior, con Julio Scherer a la cabeza, daba muestras de valor y de independencia y permitía que en las páginas editoriales escribieran Adolfo Christlieb y algún otro polemista contrario al gobierno, y un poco, marginalmente, entre sus Perlas japonesas, Nikito Nipongo introducía algún sarcasmo en contra del Partido Revolucionario Institucional, a quien, si no recuerdo mal, bautizó como La aplanadora. Pero no más.
Durante estas tres décadas, las cosas han cambiado mucho, y si bien el cambio se debe al esfuerzo de muchos sectores de nuestra sociedad, la participación de los medios, especialmente de la prensa escrita, ha sido decisiva.
Y la radio, de ser puramente vehículo de distracción y diversión, se fue convirtiendo en una tribuna de reclamos, críticas y polémicas, en la medida en que se abrió a las llamadas telefónicas del auditorio. En esto, Paco Huerta ha sido pionero y ha mantenido contra viento y marea su estilo y apertura, enfrentándose lo mismo con los líderes eternos de los trabajadores de los medios, encabezados por Netzahualcóyotl de la Vega, que con los dueños de las estaciones.
Hoy existe una polémica sobre la presencia de los periodistas en la Sala de Sesiones de la Cámara de Diputados.
El reglamento dispone que en el recinto de debates sólo estén los legisladores en la zona de curules, y que visitantes, reporteros, fotógrafos, asesores y ayudantes se instalen en un lugar especial, adentro de la misma sala, pero no entre los asientos de los diputados.
Esto ha indignado a los trabajadores de los medios de comunicación, acostumbrados a caminar entre diputados, sentarse en las curules, instalarse en los pasillos y, junto con otras muchas personas, confundirse y confundir a la sala en un mare mágnum en donde nadie sabía quién era quién.
Creo que es positivo que se cumpla el reglamento, pues con ello, los periodistas contribuyen a desterrar un desorden crónico que ellos mismos criticaban y tan solo, de las largas horas de trabajo en la Cámara, unas cuatro, que duran las sesiones, no tienen acceso directo a los parlamentarios.
Pero su situación no es tan mala como parece, no hay tal corral de la ignominia: los periodistas estacionan sus autos entre los de los diputados, comen en el comedor de los diputados y tienen acceso libre a sus oficinas.
Tan sólo se les pide que durante las sesiones públicas, estén en el recinto o sala de sesiones, mas no entre las curules.