Víctor M. Godínez
¿Quién va a rescatar la economía mundial?

Alan Greenspan lo insinuó, el mercado lo dio por descontado, y el Comité de Mercado Abierto lo formalizó. De esta manera, la Reserva Federal redujo finalmente la tasa de interés interbancaria el pasado martes 29 de septiembre. La baja, como lo había anticipado una mayoría de expertos y operadores financieros, fue la mínima: 25 puntos base.

Así, el costo del dinero en las operaciones entre bancos disminuyó 4.5 por ciento en relación con el nivel que mantenía en Estados Unidos desde marzo de 1997. Más que por el monto de la rebaja (después de todo la tasa de la Fed sólo disminuyó de 5.50 a 5.25 por ciento), esta decisión era importante por el mensaje que suponía de parte del banco central más poderoso del mundo: salir al rescate de la economía mundial a través de un relajamiento de la política monetaria de la Fed.

Dada la reacción de los mercados financieros en la semana que siguió a esta medida, todo parece indicar que la Reserva Federal no está en condiciones de alcanzar, por sí misma y con este solo instrumento de política, un objetivo tan formidable. Incluso hay razones para temer que los cambios de la política monetaria estadunidense incrementen la inestabilidad económica y financiera internacional.

Por el momento del ciclo económico de Estados Unidos en que estos cambios fueron adoptados, no puede descartarse un escenario en el que pudieran producirse, tanto a escala interna como internacional, efectos contraproducentes. No son pocos los expertos extranjeros y estadunidenses (incluyendo algunos miembros relevantes de la misma Fed, el Poder Ejecutivo y el Congreso) que consideran como el inicio de una auténtica ``fuga hacia adelante'' la tímida rebaja de la tasa interbancaria.

La decisión fue adoptada en una coyuntura de fuerte incremento de la producción industrial y elevada utilización de la capacidad productiva instalada, con el desempleo más reducido en más de treinta años y cuando el ingreso está creciendo más rápido que en ningún otro momento de los últimos tres lustros. En el contexto de un ciclo de expansión, que ya es muy prolongado (recuérdese que la economía estadunidense está en su octavo año de crecimiento, frente a ciclos promedio de cuatro a cinco años), todo lo anterior parece configurar, en efecto, un cuadro típico de ``sobrecalentamiento'': esto es, de un posible desbordamiento de las presiones inflacionarias provenientes del mercado de trabajo, que son ya muy pronunciadas y cuyo impacto económico ha sido hasta ahora mitigado por la caída de los precios internacionales y el valor del dólar en los mercados cambiarios.

Quienes caracterizan de esta manera la situación coyuntural de Estados Unidos, dan por descontento que el relajamiento de la política económica de la Fed producirá un efecto de estímulo cuando lo que la economía requería era precisamente lo contrario, es decir, un incremento, acaso pequeño y transitorio, de la tasa de interés, de manera que se disiparan así los riesgos inflacionarios. Es por esta razón que todavía unos dos meses atrás se especulaba sobre posibles movimientos al alza de la tasa de interés. Con el abaratamiento del crédito, los abogados de esta interpretación temen que se produzca la peor de las circunstancias: un efecto nulo de estabilización sobre los mercados financieros internacionales y un desbordamiento de la demanda interna con consecuencias indeseables (que, además de las inflacionarias serían, entre otras, un endeudamiento adicional de los agentes, que ya de por sí es elevado, y una mayor y más rápida ampliación del déficit externo, que ya también cobró dimensiones preocupantes).

En este caso, concluyen, la Fed estará obligada a enfriar drásticamente la economía. En lugar de un ``aterrizaje suave'' tendríamos una sacudida que podría salirse de control. Apenas necesita señalarse que este escenario no sólo incumbiría a los estadunidenses, sino al conjunto de la maltrecha economía internacional.

Es evidente que este diagnóstico no es compartido por quienes piensan que hoy es mayor el riesgo de una deflación en la economía internacional. Pero incluso en este campo hay un buen numero de especialistas y operadores del mercado que no están del todo optimistas con la reciente medida de la Fed. Para muchos, la rebaja de la tasa interbancaria fue demasiado modesta, además de tardía. Según ellos, un cuarto de punto porcentual menos en el precio del dinero en Estados Unidos no es suficiente para evitar una crisis financiera global como la presente.

Las primeras reacciones de los mercados, por lo demás, así parecen demostrarlo: ante la rebaja de la tasa de interés, lo ``normal'' era que los capitales empezaran a fluir del mercado de obligaciones al accionario, pero este arbitraje financiero parece estar atrofiado bajo el signo de la desconfianza y la incertidumbre.

En estas condiciones, el tan esperado cambio de la política monetaria estadunidense no basta para estabilizar en plazos perentorios las relaciones financieras internacionales y puede, en cambio, precipitar una sobreaceleración interna de la economía sin ningún contra-efecto positivo a escala global y con todos los riesgos de arreciar, a término, la tormenta financiera y económica de fin de siglo.