La Jornada Semanal, 11 de octubre de 1998
Edmond Jabès y la obsesión por la Palabra originaria
Obsesión, dice el diccionario de María Moliner, ``(del lat. `obsesio-nis', deriv. de `obsidere', asediar, de `sedere', sentar: v. `sede'. Fem). Idea, preocupación o deseo que alguien no puede apartar de su mente.'' Esta definición no me satisface: adolece de la típica falta de sensibilidad característica de las definiciones ``técnicas''.
En el Diccionnaire de la langue philosophique de Paul Foulquié encuentro frases un poco más de mi gusto: ``representación acrecentada por estados emotivos dolorosos, que tiende a acaparar todo el campo de la conciencia''. ``...pero la obsesión es voluntaria, reproducida por una suerte de vértigo, por un espasmo de la espontaneidad'' (J.P. Sartre, L'imaginaire.)
Todo este no exhaustivo rodeo sólo para procurarme un vehículo adecuado al objetivo de este texto: en primer lugar, justificar -si cabe, aunque no es perentorio- la obsesión peculiar de Edmon Jabs por la Palabra, su originariedad, transparencia, volumen, textura, invisibilidad, inmortal impronta, aunque precaria, en el espíritu humano, surco donde germina el diálogo tanto con el Interlocutor por excelencia, Dios, como con mi prójimo, su presencia, rostro, hospitalidad, pero también su silencio, violencia, apartamiento; y, en segundo lugar, mi propio obseso escrutinio en torno a la obra jabesiana desde hace veinticinco años.
Es un lugar común -y por lo mismo insisto en ello- decir que crecemos en el transcurso de nuestro camino, tanto como ``crecen'' los libros que nos acompañan al releerlos y retornar a sus páginas náufragos en busca de la luz que en cierto momento privilegiado de nuestra vida nos proporcionaron. Si estamos hechos del mismo material que nuestros sueños, eso significa que nuestras emociones, sentimientos, pensamientos, deseos, búsquedas, especulaciones, son infinitos, cíclicos, eternos como la materia misma del cosmos. También es un lugar común reiterar que para el artista no existe, independientemente de la cantidad de obra que tenga en su haber, más que un único tema, cuya esencia tratará de atrapar y plasmar a lo largo de su existencia. Ni siquiera el acto de la creación, acto divino, según la óptica judía, se concluyó -ni se concluirá hasta la llegada del Mesías-: entonces, ¿qué hay de ``mórbido'' o ``patológico'' en la obsesión''? Sin una generosa dosis de ``asedio'', de ``sede'', la chispa capaz de engendrar el fuego nunca hubiese saltado.
Que los libros de Edmond Jabès -siempre libro de las preguntas- puedan leerse como uno solo; que sus rabinos imaginarios, apócrifos pero reales, representan la incansable paradoja de la respuesta que no tiene memoria, de ahí la necesidad constante de replantear idénticas cuestiones desde tantos ángulos como almas atribuladas existen para expresarlas desde su propia perspectiva; que, como dice Levinas no sin un dejo de mala leche, ``Jabès forma parte del mundo y de las modas de las letras modernas,'' refiriéndose en aquel entonces (1973) al pleno auge del estructuralismo, deconstructivismo y demás jergas a las que tampoco él fue ajeno; que se trata de un ``místico ateo'', si por tal entendemos a quien busca su propio camino hacia lo divino fuera de las ortodoxias de la religión establecida y codificada, más silla de paralítico que escala rumbo a las esferas celestiales; que sus máximas, parábolas, metáforas, reflexiones, interrogantes, van de la poesía a la abstracción conceptual, de lo filosófico a la cuasi teología: todo ello es así y, además, como cada lector quiera verlo, sentirlo, interpretarlo. La única consigna está en el ejercicio del propio libre albedrío, del contenido y el sentido de la propia vida vivida (como me parece que ocurre siempre que nos acercamos a un artista que nos confronta con los misterios de la condición humana.)
En su blanco principio, libro editado por Ediciones Sin Nombre y Juan Pablo Editor, primero de una serie destinada a textos bilingües (Joyce Manzour, Valentine Penrose, Antonio Ramos Rosa, James Fenton), está compuesto por una selección arbitraria -y que cuando se articuló descubrí que repetía fragmentos ya traducidos, pero que traduje nuevamente del original sin cotejar la traducción previa en otras presentaciones, como por ejemplo Vuelta y Fractal, prueba irrefutable de mis obsesiones- de los libros que no han sido traducidos al castellano: el noventa por ciento; aunque se dice que ya Muchnik, después de Ediciones Siruela, donde aparecieron los cuatro tomos de El libro de las preguntas en 1992, emprenderá la tarea. El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha fue traducido por Saúl Yurkievich para editorial Vuelta en 1989.
Los títulos de los libros configuran de por sí un itinerario -yo diría un poema itinerante-, el camino existencial y poético de ese nómada que fue Edmond Jabès (El Cairo, 1912; París, 1991), exiliado en Francia a consecuencia del nasserismo (1957), y que conservó siempre la nostalgia por los cielos y desiertos egipcios, el regusto de sus azulidades y silencios, inmensidades ambas que se destilan gota a gota en las palabras que sobre la página en blanco quieren trazar, transmitir, dibujar, callar, el rostro de esos surcos celestes y de esas arenas milenarias: El libro de la hospitalidad; El recorrido; El libro de la Partición; La sospecha. El desierto; Lo imborrable. Lo imperceptible; Un extranjero con un libro de pequeño formato bajo el brazo; El libro del diálogo.
El trayecto de los pasajes traducidos no sigue ningún orden cronológico; sigue un orden interior mío, personal, de ``otro'' orden. Y así lo entregamos a los lectores: que cada uno componga su propia sinfonía y disculpe, como dice Juan Marsé, ``esas erratas de imprenta que misteriosamente sobreviven a tantas correcciones''.
La Bouquinerie a las 19:30 hrs.
Siempre esta imagen
Como el pájaro en el nido,
Inmortales para la muerte.
Que pudiera esta mano
Mañana es otro término.
¿Sabías que nuestras uñas
No puede haber salvamento
(Más allá de los mares, encima de las crestas,
Cuando la memoria nos sea devuelta,
Felicidad de un viejo secreto compartido.
Sólo hay tiempo para el despertar.
de la mano y la frente,
del escrito
rendido
al pensamiento.
mi cabeza está en mi mano.
Quedaría
por celebrar al árbol,
si el desierto no lo fuera todo.
La arena es nuestra insensata
parte
de la herencia.
donde el espíritu se ha acurrucado
estar
llena de semillas.
fueron antaño lágrimas?
Rascamos los
muros con nuestro llanto
endurecido como nuestros
corazones-niños.
cuando la sangre ha ahogado el
mundo.
Sólo disponemos de nuestros brazos
para alcanzar, a nado,
a la muerte.
minúsculos
planetas no identificados
manos unidas, redondas manos
plenas
escapadas a la gravedad)
¿conocerá finalmente el amor su
edad?
Al universo se aferra
aún
la esperanza del primer vocablo;
a la mano, la página
arrugada.