Hace veinticinco años, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional, por un lado mostraba las heridas del 68 aún no cicatrizadas del todo y, por el otro, mantenía despierto su entusiasmo por lo que sucedía en Chile y, muy señaladamente, por el líder del socialismo democrático del país hermano que, gracias a su actitud valerosa y a la lucidez y sinceridad de su pensamiento, encabezaba los esfuerzos liberadores de los pueblos latinoamericanos, convertido ya en una fuerza moral indiscutible. Al cubículo de este bazarista, no demasiado lúcido, llegó la noticia del golpe dado por el espadón Pinochet y sus cómplices de la marina y el cuerpo de carabineros (en memoria de Federico García Lorca los llamé ``jorobados y nocturnos'' en el mitin que nuestro Comité de Defensa del Pueblo Chileno celebró en el Hemiciclo a Juárez, el mismo día del feroz cuartelazo y de la muerte del Presidente Allende). Nos reunimos en la oficina del secretario académico de la facultad, Gerardo Estrada, para citar a los compañeros del Comité: Nacho Millán, Humberto Herrero, Sergio Colmenero, Lucinda Ruiz Posada, David Pantoja, Ramón Sosamontes... Iríamos primero a entrevistarnos con el Embajador Vigorena y, por la tarde, participaríamos en la manifestación y mitin que saldría de las rejas de Chapultepec para culminar en el Hemiciclo. En ese momento se iniciaban las nuevas actividades de un Comité que cumplió unas funciones de modesta utilidad y que constantemente fue cuestionado por las agrupaciones políticas que lo apoyaban, por las autoridades que prestaban una ayuda firme y constante a los refugiados chilenos, pero mostraban su acostumbrada intolerancia y desconfianza hacia los mexicanos del Comité, y por los mismos chilenos que, al final, prefirieron tratar directamente con el gobierno y, por lo tanto, decidieron cancelar nuestra mediación. ``Nadie rebaje a lágrima o reproche'' estas memorias un poco escaldadas. Cumplimos un deber urgente y quedamos mal con todo el mundo. Así debía ser. Los liberalones siempre hacemos un triste papel y generalmente nos despellejan los dos extremos del juego ideológico. Bien nos merecimos lo que nos pasó, las reprobaciones que nos asestaron y el olvido que cubrió nuestros erráticos esfuerzos. En fin... basta de anécdotas y de quejumbres. Lo importante ahora es constatar que la urgencia con la que expresábamos nuestras denuncias estaba plenamente justificada, pues intentaba demostrar que la caída del ejemplar régimen constitucional de Salvador Allende era un golpe mortal para la democracia política y social. Muy pronto, el neoliberalismo inició sus experimentos en Chile y los extendió a todos los países del subcontinente y de otras latitudes. Desde entonces, la frialdad tecnocrática y el más cínico de los darwinismos sociales se entronizaron en nuestros países para hacer cada día más ricos y poderosos a los grupos del privilegio, y ahondar cada vez más las ya de por sí profundas desigualdades. Por todas esas razones queremos recordar a Salvador Allende, alabar su ejemplo y deplorar la trágica interrupción de un proyecto de reforma política y social que fue el último que se intentó dentro de la legalidad democrática y del irrestricto respeto al orden jurídico. Allende era ``humano, demasiado humano'' y, por lo mismo, su figura no ha sucumbido a los embates de los hagiógrafos declamatorios. Sus mensajes finales son de una grandeza de espíritu digna de la tragedia griega o de los momentos cruciales de los dramas de Shakespeare. La democracia y el socialismo se vieron afectados con su muerte y con la cancelación de su proyecto humanista. A las alturas de la vida de este cada día más perplejo bazarista, el desaliento es una actitud lógica, pero, a veces, nos asalta la tentación de esperar que el hombre nuevo, más temprano que tarde, ``recorra las grandes alamedas'' del sueño de Allende.
HGV
Veracruz revisitado. Juan Pablos Editor y Ediciones sin Nombre acaban de sacar al mercado el libro Playas borrascosas, de la hiperkinética y plurifuncional Ana María Jaramillo. ``Este libro -nos advierte su autora en el prólogo- tiene como origen una razón absolutamente personal: la voluntad de conocer mejor, a través de la literatura, una determinada región geográfica, en este caso Veracruz. Y si se dio en la forma de entrevistas a escritores tiene algo de azaroso, pero también algo de necesario: la geografía es, más que una zona en el mapa, el espacio vital de las personas.'' Así, la también directora de la Librería Pegaso, novelista y cuentista, ahora dirige sus empeños literarios a dialogar con Sergio Galindo (evocado), Juan Vicente Melo, Silvia Tomasa Rivera, Francisco Hernández, Luis Arturo Ramos, José Luis Rivas, Sergio Pitol, Hugo Argüelles y Jorge López Páez, entre otros. Lo conminamos pues, alvaradeño lector, a que adquiera en su librería favorita este ameno libro.
X-6. Ya está a la venta el número 6 de la revista Equis correspondiente a este mes de octubre. En un ajuste que se antojaba necesario, dados los precios del papel y la impresión, lo que este mensuario perdió en páginas lo ganó en diseño interior y en aire para la lectura. En la portada, engalanada por uno de esos fabulosos insectos toledianos, se anuncian textos sobre la Malinche y el mestizaje de Margo Glantz, Johann Kresnik y Víctor Hugo Rascón Banda, además de colaboraciones de Federico Campbell, Astrid Hadad, Raquel Huerta-Nava y Carmen Gómez-Mont, entre otros, así como su dossier: ``El presidencialismo, zona de niebla.'' También le avisamos a usted, coleccionista lector, que la revista tiene a su disposición, a precios especiales fuera del circuito comercial, obras de Francisco Toledo, Jesús Urbieta, Rufino Tamayo, Vicente Rojo, Gabriel Macotela y Alfredo Zalce, entre otros artistas que han contribuido para la consolidación de la revista. Así pues, corra a su puesto de periódicos favorito, porque la revista Equis se acaba.
Atención, San Luis Potosí. Si usted vive en esta hermosa ciudad, límite entre la civilización y el cabrito, como decían algunos malintencionados, todavía está a tiempo de asistir a la exposición de fotografía A foco, de Irma Villalobos, la cual durará hasta el lunes 19 de octubre, y se encuentra en la Galería José Jayme del Instituto de Cultura Potosino (Jardín Guerrero 6.) Irma tiene un ojo milimétrico y una imaginación poética; así, enfoca su lente en objetos desechados, sin utilidad aparente, como los focos rotos o fundidos, y los convierte, por la magia de la fotografía, en flores extrañas e inquietantes, o en insectos sublunares, de rara belleza. Vaya y compruebe como la belleza se encuentra en los sitios más inesperados y todo es según el cristal (o lente) con que se mira.
CG-T
ensayo (cultural) Conocimiento prohibido. De Prometeo a la pornografía, Roger Shattuck, col. Pensamiento, Editorial Taurus, México, DF, 1998, 440 pp.
ensayo (música) Una visita a cuatro óperas de Mozart, Luis Gutiérrez Ruvalcaba, col. Molinos de viento 120, serie Ensayo, México, DF, 1997, 216 pp.
entrevistas Playas borrascosas. Entrevistas con escritores veracruzanos, Ana María Jaramillo, Juan Pablos Editor / Ediciones sin Nombre, México, DF, 1998, 182 pp.
literatura infantil Historia Comanche, Edward Moriarty, Ricardo Peláez, col. Cuando yo sea grande..., UAM, 1997, 22 pp.
narrativa êgneos, Luis Ignacio Herrera, col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, DF, 84 pp. Las puertas del infierno, Vicente Gómez Montero, serie Opera Prima, Sociedad de Escritores Tabasqueños, Villahermosa, Tabasco, México, 1997, 108 pp. Los perros de Angagua, Eugenio Aguirre, col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, DF, 1998, 54 pp.
poesía Antología, Nicanor Parra, col. Cuadernos de la memoria 4, UAM, 1997, 76 pp. La voluntad del ámbar, Coral Bracho, col. Biblioteca, Ediciones Era, México, DF, 1998, 72 pp. No hay quinto malo, Grissel Gómez Estrada, Mario Rivas Cortés, Carlos Manuel Pineda, Ramfis Ayús Reyes, Juan Casas çvila, col. Molinos de viento 121, serie Poesía, UAM, México, DF, 1997, 116 pp. Paraíso perdido y recobrado, Manuel Capetillo, col. Molinos de viento 117, serie Poesía, UAM, México, DF, 1997, 210 pp. Poeta en Mexico City, Saúl Ibargoyen, col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, 1998, 102 pp. Puente colgante. Poesía reunida, Isabel Fraire, col. Edición conmemorativa, UAM, 1997, 322 pp. Recuerdos de Coyoacán, Adolfo Castañón, col. çnima indócil, Editorial Ditoria, México, DF, 1998, 56 pp.
teatro Teatro vario III y IV, Hugo Argüelles, col. Letras mexicanas, FCE, México, DF, 1997 y 1998, 330 pp. y 302 pp.
testimonio Cartas portuguesas atribuidas a Mariana Alcanforado (según versión de Eugenio de Andrade), trad. Francisco Cervantes, col. Molinos de viento 122, serie Epistolar, UAM, México, DF, 1998, 54 pp.
traductores (sólo para) Insolated Experiences. Gilles Deleuze and the Solitudes of Reversed Platonism, James Brusseau, State University of New York Press, Albany, EE UU, 1998, 224 pp.
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Estamos examinando si la conversación tiene estructura lógica. En la entrega anterior vimos que la conversación es posible por la cooperación activa de los interlocutores. Esta colaboración puede analizarse en máximas o reglas, es decir, en requerimientos que los conversadores tienen que cumplir para entablar conversación. La atención a qué sucede cuando no se acatan las máximas propuestas muestra que la conversación tiene una estructura lógica precisa. La supermáxima de Grice dice ``be perspicous'', es decir ``sé claro'', y se descompone en las máximas subordinadas ``evita la oscuridad y la ambigüedad, sé breve y sé ordenado''. La fuerza y relevancia de estas máximas es paladina. Supongamos que el señor M empieza una conversación contigo diciéndote:
-Te veo pálido y demacrado, no le hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti, sobre todo en materia tan delicada como ésta que, cómo sabes, se presta a susceptibilidades. Hay que tener cuidado al elegir, porque como te ven, te tratan. Si te dicen esto de sopetón, no podrías entablar conversación. No sabes siquiera de qué te están hablando. No puedes aplicar la máxima de relación ``sé pertinente'' si no captas el tema del que se está hablando. Porque pertinente quiere decir, grosso modo, que glosa, niega o afirma algo del tema desarrollado. Pero la conversación es rápida, sutil y compleja. Si te dice la señora R en un momento de la conversación: -Bueno, bueno, no le eches tanta crema a tus tacos. ¿Vamos a decir que viola la regla de ser clara dado que ni están comiendo tacos ni hay crema donde están? No, por supuesto que no. La señora R está siendo clara, pero metafórica. Sus palabras quieren decir ``no te des tanta importancia'', pero ¿cómo lo sabes? La lógica de la conversación tiene que dar razón también de este tipo de situaciones. Aquí entra lo que entiende Grice por ``implicatura conversacional''. Supongamos que el señor A y el señor B están hablando de un conocido mutuo, el señor C, que acaba de entrar a trabajar a un banco. El señor A pregunta qué tal le va al señor C en su nuevo empleo, y el señor B responde: -Le va muy bien, creo, estima a sus colegas y todavía no cae en la cárcel. Es obvio que esta respuesta viola la máxima de ser claro, pero también es obvio que el señor B es claro a su manera: algo quiere decir, pero esto que dice escapa al sentido convencional o literal de las palabras. Las palabras del señor B implican algo. ¿Qué implican? Implican que la conducta moral del señor C lo hace proclive a ``contar los dineros sin manos abstinentes'', como barrocamente dice Quevedo. Y también puede querer decir que los colegas del señor C son gente artera y peligrosa que podría envolverlo en falsas acusaciones. Se dice entonces que estas dos interpretaciones son posibles implicaturas conversacionales de la frase ``C todavía no cae en la cárcel.'' (Grice usa ``implicatura'' y no ``implicación'' para evitar confusiones con los usos canónicos que esta última palabra tiene en lógica.) Estas implicaturas abundan en la conversación. Ellas dan razón, por ejemplo, de todo sentido figurado y de los chistes e ironías que sazonan y dan flexibilidad a la conversación. Antes de seguir considerando estos asuntos quisiera desviarme hacia la pregunta original ¿podría construirse una máquina capaz de conversar? Para discutirla voy a tomar un atajo relacionado con la implicatura conversacional y voy a preguntar ¿puede una máquina captar un chiste? Según el análisis de Grice en todo chiste hay implicatura conversacional. Y porque captamos estas implicaturas, disfrutamos y nos reímos de la ocurrencia. Pero un chiste no se entiende, no se puede entender: el chiste en general suscita el absurdo (lo ilógico, desatinado e incomprensible) y sucede que ese absurdo produce en nosotros la peculiar reacción emocional que llamamos risa. Y esa risa viene precisamente de lo ilógico y disparatado de la ocurrencia. Mi opinión es que la operación de captar un chiste es estética y emocional y, por tanto, no es mecanizable. Ergo, no puede hacerla una máquina. ¿O puedes imaginarte una máquina riéndose? Sería monstruosa. Ahora, una conversación en la que el humor es imposible, no sería propia y completa conversación. Por lo tanto, una máquina no puede conversar. Nos falta mucho para entender a fondo y sin dudas la estructura lógica de la conversación. Pero la línea general de su comprensión ha sido expuesta. Y, bueno, por algo hay que empezar. O tú, ¿qué opinas?
No tuve más tema de conversación conmigo mismo la noche que ella iba rumbo a mi departamento: Amerika sería la primera virgen que pisaría mi casa. Como no quedamos a hora alguna, fui variando mis explicaciones para su tardanza hasta que se convirtieron en disculpas y, en la madrugada, en orgullo malherido y arrepentimientos por haberla invitado. En el transcursoÊde aquella noche se sucedieron, paso a paso, todos los sonidos de la espera: confundí el ruido del refrigerador con el timbrazo de la puerta, me quedé dormido junto al teléfono, sonó el teléfono y era número equivocado, eché volados con distintas monedas y la mitad decía que vendría, la otra mitad que no, verifiqué cinco o seis veces si tenía condones suficientes, tragos, algo para cenar, desde la ventana miré automóviles que se parecían al de Amerika (no tengo idea de marcas ni modelos de autos; es más, no manejo), decidí que si pasaban más de cuatro coches blancos sucesivamente, Amerika llegaría, pasaron, y nada. Así, sin pretextos. No llegó.
Usted sabe, el actor exitoso sube a dar las gracias por el premio de la Academia y, de su bolsa, extrae un papel, donde agradece a todos y manda saludos a su madre en Wyoming. ¿Tiene la escena en la mente? Bien. Siempre he tratado de imaginar los sentimientos del actor nominado que no ganó. Supongo que llega a su casa, se quita el saco y, en alguna bolsa interior, suena aquel papel de los agradecimientos. Ese sonido es el de la oportunidad perdida, el escalón imaginario, lo que quisimos y no pudimos ser. Supe exactamente qué siente ese actor no reconocido frente al espejo la mañana posterior a que Amerika me plantara. Metí la mano en la bolsa del pantalón y ahí estaba: un paquete azul con un condón mirándome. Hasta esa mañana ojerosa, con el paquete sin abrir en la palma de la mano, me asaltó la pregunta que usted ahora me hace: ¿De verás podría tirármela? Conservo una parte de la imagen que me sobrecogió: la mirada expectante de Amerika en medio de aquel caos originario de la materia. Tomo un arpón y trato de montarla. Su vastedad blanca me asfixia. La ensarto y, tras un par de días de emprenderla contra un orificio, me doy cuenta de que es una axila. Destrabo el arpón y me extravío en una desolación fláccida. Exageré. Borre desde lo del actor. Hablemos de generaciones y sexo. La mía tiene cierto prejuicio contra la belleza física; lo importante es cómo es y se comporta la mujer, lo que siente y piensa, lo demás -decimos- no importa. Con el sexo no tenemos más restricciones que la plaga y, eso, cuando nos acordamos de que es contagiosa. Lo que quiero decir es que en mi generación no hay amor sin sexo. Pero la generación de Amerika pertenece a otro planeta. En ellos no hay sexo sin amor. ``Lo pasional -dicen- está sobrevalorado.'' Son más cercanos a mis abuelos que yo. Y por eso Amerika era virgen a los 18. ¿Lo ve? Me enredé en la ronda de las generaciones. No me lo va a creer, pero durante medio año fingí que el sexo no me era indispensable para el ``compromiso emocional'', mientras Amerika me exigía pruebas asexuadas como supuestas compensaciones a sus sospechas: ``¿por qué me quieres a mí, a la tonta y torpe Amerika?'' Pero una noche llegó el Día del Sexo Con Amerika, cuya fecha debe pasar a ser una festividad de la patria, con banda marcial y trompetas. No, no nos fue bien. Amerika se tiró ahí y cerró los ojos. Hice lo mejor que puede, considerando el terror que embargaba toda la escena y, le diré un secreto: sobreactué. Pero mi actuación, finalmente reconocida por la Academia, en modo alguno me exculpa. Repetí todos los prejuicios de mi propia generación en una frase: le dije que la amaba. Nos casamos el siguiente verano. La vida con Amerika fue dura el primer año. El segundo fue inexistente. ¿Ha estado en una reunión de postadolescentes hablando de sus fiestas y del viaje a Europa de fin de cursos? ¿No? Es terrible porque uno debe fingir un genuino interés por lo que dicen. Y ellos, alentados por la exagerada atención del hombre viejo -¿le mencioné que le llevo veinte años a Amerika?-, amplían la cantidad de detalles pueriles y anécdotas ininteligibles para alguien que no las presenció. Nombres y apodos difíciles de retener, álbumes de fotos de desconocidos, risas por nada, entusiasmos de la concurrencia a la mitad de mis bostezos reprimidos. Estoy hablando, por supuesto, de una cena que Amerika insistió en organizar en mi departamento. Estuvieron ahí una docena de sus exnovios, sorprendidos de sus audacias ``de cuando éramos jóvenes'', apurando unas copas que los achisparon, despidiéndose temprano. El rencor lo hace a uno protagonista de proezas insospechadas. A mí me hizo tomar el teléfono al siguiente día y, con la voz del viejo nostálgico, me escuché invitando a mis amigas de la preparatoria a una cena en mi departamento con mi mujer. La noche de la ansiada venganza, Amerika se fue a dormir pasadas las doce. Me apagó las luces, mientras yo esperaba, con la mesa puesta, a que alguien llamara para disculparse por no haber llegado. Me dormí a las doce y media. Al día siguiente supe que viviría con Amerika el resto de mis días.
Jorge Luis Borges, o su nombre, ya son presencias constitutivas en el ámbito de la literatura latinoamericana y mundial. Los cuento como dos porque hay una firma Borges que sentó plaza definitiva en las letras contemporáneas y, paralelamente, hay una persona, un personaje detrás de esa firma que se convierte, por sí solo y en apoyo a aquella rúbrica, en una figura entrañable para el lector. Borges, el hombre-niño o el niño-hombre, transformado en el único escritor latinoamericano que planteó, cabalmente, la necesidad de revincularse al dominio mítico-simbólico, tiene una zona en su personalidad que no puede eludir el biografema como instancia clave para el entendimiento de su literatura. Y parece paradójico ya que Borges, con alta conciencia literaria, intentó objetivar al máximo, aún en sus desdoblamientos permanentes, el lenguaje de su escritura. Tanto la mirada del buen cubero como la penetración crítica advierten casi de inmediato que están ante la literalización de un lenguaje que ordena universo autoabastecido, sin fisuras o con fisuras programadas. Es el universo autoconciente de Borges, que parece no dejar nada librado al azar, incluido el azar, como le hubiera gustado a Mallarmé. Sin embargo, hay algo que Borges no puede controlar y es la ternura que se filtra desde su literatura. Como Eliot, como Rilke, aún como Kafka, como José Hernández luchando con la simpatía dividida entre bárbaros y cajetillas, o como Juan Gelman, Borges paga siempre tributo a una condición humana, la suya, que aunque se pudiera vincular a un proyecto mayor y altamente intelectualizado, el proyecto humanista, no dudo en señalarlo como una aventura fuera de cálculo: la aventura de la simpatía. Es probable que la simpatía sea un don anterior a la literatura y al cultivo del lenguaje. Porque, ¿cómo puede esa actitud, mezclada con un sentimiento afectivo, ser una presencia dominante en un universo poblado de héroes duros y de héroes débiles, de grandes traidores y de figuras míticas, de construcciones mentales rigurosas y de espejismos y de un sinnúmero de ilusiones?
En torno a Borges, de Justo Molachino y Jorge Mejía Prieto, es una especie de archivo que tiene completa conciencia del lugar de Borges en la literatura. Borges es revisitado por los autores desde todos los ángulos posibles en un entresacado informativo que crea, por la estructura de montaje que emplea, una especie de constelación: la constelación Borges, formada por el brillo de sus opiniones y por el amparo de sus mejores críticos. El libro se ordena con base en un índice temático (``Borges y la política'', ``Borges y el amor'', ``Borges y la muerte'', etcétera) que incluye, como plato fuerte, una entrevista realizada por Molachino a Borges en Buenos Aires el 6 de abril de 1981. Los que conocen a Borges desde su literatura pueden ver refrendada su admiración por la capacidad de respuesta del escritor argentino ante preguntas especialmente agudas. El trabajo crítico queda, así, completo por la selección de textos críticos sobre el argentino y por un diálogo de primera mano. ¿Qué más se puede pedir de un libro sobre un autor sino pleno conocimiento de obra? Pues, simpatía. Pedirle, en todo caso, que no interfiera la corriente energética que atraviesa las palabras y los temas, las invenciones y aún las simplificaciones -como la opinión de Borges sobre el mundo indígena. En el caso del libro de Molachino y de Mejía Prieto esa corriente afectiva, aliada al mejor rigor, prolonga el verdadero sentimiento de Borges al lector, al que no le queda más remedio que agradecer su existencia.
Justo Molachino-Jorge Mejía Prieto:
Parece que fue hace muchos años en la oscura prehistoria de la sociedad civil mexicana cuando los anuncios de Wonderbra hacían que algunos ciudadanos recatados pegaran el grito en el cielo. Sí, parece que han pasado siglos desde que los ofendidos por la semidesnudez de la modelo Eva Herzigova le cubrían sus nobilísimas partes a brochazos de pintura o a chisguetes de aerosol. Hoy -probablemente por la brecha abierta por la publicidad de esa marca-, abundan los anuncios espectaculares de ropa interior, tanto femenina como masculina. Y ya nadie parece preocuparse -quizá porque los anuncios suelen estar en lo alto de las azoteas- por cubrir a las y los modelos.
En la actualidad ya no sólo el cuerpo femenino es un argumento de venta; tanto en los anuncios de televisión como en los de medios impresos cada vez hay más cuerpos masculinos que se ofrecen como plurivalente promesa aspiracional. Como muestra, basten los espectaculares de la ropa Skinny (para él y ella) y de las trusas Alfani. Por lo que toca a la publicidad de ropa interior femenina que hoy se ve en México, puede decirse que guarda claras similitudes, independientemente de la marca que promueva. Parece existir el consenso de que hay que vender la idea de que utilizar tal o cual prenda dotará a la usuaria de poderes insospechados. Aparentemente frívolo, el tema de la ropa interior femenina -y, con mayor precisión, de la lencería- plantea interrogantes de no fácil respuesta. ¿Adquiere la mujer un nuevo poder simbólico sobre el hombre al utilizarla, o hacerlo sólo supone un grado distinto de objetualización frente al deseo masculino? Mientras los anuncios de Wonderbra siguen con su andanada de frases provocativas (``Dale una buena razón para quedarseÊen casa'' y ``Sexo débil, ¿yo?''), los de la marca Berlei, que tiene por slogan ``el poder y la pasión'', afirman: ``La pasión... se lleva por dentro,'' ``Para encender su pasión sólo hay que mostrarles... quién tiene el poder'' y ``El poder de dominarlos... está en nuestras manos'' (cabe aquí señalar que en la foto que acompaña a esta última frase, una modelo sostiene en la mano derecha unos níveos calzoncillos de encaje.)
En su libro Backlash (Crown, 1991), la feminista Susan Faludi anotaba cómo a fines de los años ochenta el Intimate Apparel Council de Estados Unidos, alarmado por la caída en las ventas de la ropa íntima para mujer, estableció un comité especial de relaciones públicas con la clara consigna de vender ``excitación''. La misma Faludi asegura que los publicistas de lencería de la década pasada ofrecieron diversas razones sociológicas para alentar un nuevo auge en su consumo, desde ``el retorno del matrimonio'' hasta ``el miedo al SIDA''. En este contexto, se entiende perfectamente que un brasier o unas bragas se ofrezcan como anzuelos para que el marido permanezca en casa y no sucumba a las múltiples tentaciones y riesgos del mundo exterior, es decir, como pragmático cohesionador de la vida conyugal o monogámica. No está de más reiterar que los publicistas de Wonderbra adoran la controversia. Nada parece hacerlos más felices que lograr que se hable, bien o mal, de su producto. En un largo texto publicitario (su cabeza: ``Lo último: cirugía sin bisturí'') que uno supone escrito por una hipotética ``chica Wonderbra'' y que sigue publicándose en algunas revistas femeninas, se hace gala de exageración y fantasía. ``Cuántas veces nos ha tocado ver en anuncios de revistas o espectaculares a modelos guapísimas con cuerpos esculturales y bustos perfectos -inicia el texto de marras-. Y cuántas veces no habremos soñado con llegar a parecernos, aunque sea un poquito, a esas mujeres. Hoy es posible porque la tecnología ha logrado acercarnos a este sueño. No me refiero a cirugías ni a tratamientos costosos: hablo de los espectaculares resultados que podemos obtener con un simple brasier. Wonderbra es el único que le da máximo realce a tu busto, dejándote como de revista: sí, tal y como aparece en uno de estos anuncios donde la modelo dice: `Dale una buena razón para quedarse en casa.''' ¡La autoreferencialidad en su máxima expresión! ¡Tú, consumidora, puedes ser como la mujer del anuncio del que estamos hablándote en este anuncio! Y hay que ver la manera de conceptualizar a la prenda; en una parte se le llama ``una verdadera arma secreta''; en otra, ``un arma que podemos usar todos los días''. ``Lo increíble de Wonderbra -prosiguen sus eufóricos publicistas- es que cumple todas y cada una de las expectativas de la mujer. Su beneficio no es solamente físico, sino también psicológico: las mujeres que han usado Wonderbra no me dejarán mentir: hace maravillas por tu físico, pero logra todavía más por tu ego.'' Todo es promesa de emoción y poderío en este mundo de las prendas íntimas, que también se ofrecen como catalizador para dejar salir a quien (¡sorpresa!) siempre ha estado allí. ``No te escondas... -sugieren los creativos de Lovable- ¡descubre tu belleza!'' Los de Vicky Form señalan el empleo de sus ligueros y demás parafernalia íntima con frases como ``òsese en caso de incendio'' o ``Sólo personal autorizado.'' Los de Dorian Gray juegan con las palabras y maximizan a su potencial usuaria al hablar de ``mujer y media'', mientras los de las medias Hanes prometen sin precisar: ``Ponte Hanes Her Way y ya verás.'' Ya lo decía José Joaquín Blanco en ``Cuando todas las chamacas se pusieron medias nylon'': ``La mitología del siglo XX es una mitología de productos; y no sólo de coches y televisores, sino también -y quizá más esencialmente- de la revolucionaria parafernalia de medias, brasieres, tenis, champús, lentes, dentífricos, etcétera.''
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