La Jornada Semanal, 11 de octubre de 1998
Desde hace años todos esperábamos que la Academia Sueca diera a José Saramago y a la hermosa lengua portuguesa el Premio Nobel de Literatura. Tardaron los suecos -que son ``muy suyos''-, en hacer este acto de justicia que reconoce la alta calidad de la obra de Saramago y, al mismo tiempo, rinde homenaje a una lengua prodigiosa y a una literatura viva y escrita en países de cuatro continentes. El gran tuerto, Luis Vaz de Camoens (el personaje de El año de la muerte de Ricardo Reis ve a uno de los titanes de Os Lusiadas, el prepotente Adamástor, desde la terraza de su casa lisboeta), Eca de Queiroz, el gran narrador de Los Maias, Camilo Castelo Branco, Antero de Quental, Guerra Junqueiro, Pascoes, Pessoa, Torga, Régio, Bandeira, Drummond, Mendes, Guimarães Rosa, Lispector... todos los escritores de la comunidad lusoparlante están presentes en este premio ahora honrado por uno de los más grandes autores de nuestro tiempo que es, además, un hombre fiel a sus principios y un defensor de los derechos humanos.
La semana entrante publicaremos una entrevista que Tununa Mercado hizo a José Saramago recientemente, pero no quisimos dejar pasar el tiempo sin invitar a nuestros lectores a que recuerden la ya extensa y siempre vigente obra del gran portugués. En nuestra mesa están: El año de la muerte de Ricardo Reis, el Ensayo sobre la ceguera, La balsa de piedra, Memorial del Convento, Viaje a Portugal, Casi un objeto, El evangelio según Jesucristo, los Cuadernos de Lanzarote, la Historia del cerco de Lisboa y Todos los nombres. En nuestra memoria viven sus artículos, ensayos, escritos políticos, entrevistas y declaraciones. Los mexicanos tenemos muy presentes la generosidad, la valentía y la inteligencia con las que se enfrentó a los terribles problemas de Chiapas. Nos hizo patente su solidaridad y, sin demagogia ni sermoneos, dio una clara lección de defensa de los derechos humanos de los muchos ``humillados y ofendidos'' por la violencia oficial y por el frío darwinismo de los tecnócratas neoliberales.
En Memorial del Convento, los constructores del enorme monasterio de Mafra ven pasar, con ojos asombrados, la máquina voladora del mecánico ilustrado que, allá por 1720, vivió su sueño de Icaro y, como el personaje mitológico, vio cómo acababa entre los juncos de un río. Esta aventura de la inteligencia y del espíritu progresista; esta confianza en lo humano, son características primordiales del arte y el pensamiento de Saramago. No importa que el ilustrado arda en la hoguera de la inquisición, no importa que los autoritarismos de todos los signos apaguen momentáneamente la ``flama pura'' de lo humano siempre asediado por la crueldad y la estupidez. La máquina voladora de los que sueñan en un destino mejor pasará sobre las pomposas construcciones del inmovilismo, y ese paso fugaz será su mejor, su final victoria.
Enviamos un abrazo enorme a Pepe Saramago, gran escritor, hombre machadianamente bueno y mexicano por adopción aunque su permiso de entrada al país esté ya vencido.