Una acertada y bien pensada museografía (de Juan Carlos Pereda) sumada a los generosos espacios del Museo Tamayo provocan visión enaltecida del certamen instituido por el maestro oaxaqueño en 1980. Se trata de una bienal de pintura y eso es lo primero que debe tener en cuenta el espectador que desee calibrarla, pues por más que el concepto ``pintura'' haya cambiado, las obras deben ser legibles de acuerdo co el medio al que pertenecen.
Dado que una muestra de este tipo siempre actúa como termómetro, intentaré comentar brevemente -si no todas las piezas expuestas- sí la mayoría.
El recorrido abre con dos obras de Boris Viskin, premiada una de ellas. Pertenecen al mismo modo de configurar que caracterizó su Autorretrato de 1996, exhibido en el Museo de Arte Moderno.
El espacio, muy bien fondeado, pictoricista, queda dividido mediante franjas que encierran pictogramas. Posiblemente Viskin debiera pensar en otros recursos configurales, pues aunque sus cuadros son buenos, se perciben algo cansados de sí mismos.
La flor venenosa, de Peter Aerssen (España, 1957) y radicado en México, es una obra abigarrada, extremadamente prolija, orquestada mediante una cuidadosa aplicación en collage de papel recortado en diferentes dimensiones, a lo que suma la complicada división de los espacios. Es una pieza en la que el artificio redunda en buen efecto decorativo.
Cromosomas, grupos de balones y preservativos, de Franco Aceves, está resuelta con líneas de fuga que a primera vista dan como consecuencia un paisaje, pues los balones oblongos colocados en taburetes pueden percibirse como árboles.
En esta pintura hay ``fantasmas'' de elementos, cosa que complementa el significado transmitido por un título que alude no al sentido de la obra, sino a las formas que la componen. Mapas del inconsciente de Carlos Márquez en acrílico y collage es una pintura abstracta de tinte eminentemente gráfico, bien resuelta; en cambio, no sucede lo mismo con el óleo de Jordi Boldó, que acusa cierta influencia de Twombly, pero bajo una paleta en la que predominan los rojos. Los truscos de material extrapictórico adherido en dos zonas son superfluos.
Mauricio Cervantes y Roberto Turnbull son vecinos en el montaje. El primero recibió mención y el segundo premio, y hay un elemento que les es común: la aparición de un detalle arquitectónico ornamental.
La pieza de Cervantes, Papageno y el mar, remite a dos instancias musicales: Mozart y Alfonsina. Se trata de licencias poéticas desde luego. Junto a esta composición se percibe débil el cuadro Tocatta, de Rosario Guajardo, premiada en una versión anterior de este concurso. Importa observar la forma como están resueltos los cuadros de Turnbull; más quizá que el efecto que producen, es interesante analizar la manera como resolvió la superficie, tal que si se tratara de un restauro efectuado sobre una obra anterior. Sobre la tela fondeada y visible en ciertas zonas, adhirió una varilla longitudinalmente y recubrió con otra tela áreas estratégicas de la superficie, que en ocasiones rehundió para provocar oquedades.
Mauricio Sandoval y Fernando García Correa dividieron sus espacios mediante paralelas, logrando efectos completamente distintos entre sí. La pieza de Sandoval es aireada, lacónica y pictoricista, en tonos claros y fríos. La de García Correa consiste en tres páneles: 27 franjas pintadas en total más dos intersticios que se integran inteligentemente a la composición, de tinte conceptual. Buena pieza, salvo que las franjas texturadas no eran necesarias, quitan limpieza al conjunto.
Armando Romero participó esta vez con una pintura figurativa en la que conjuga varios modos de representar, uno cercano a la caricatura; el tema es velazqueño, pero la obra no me pareció tan afortunada como otras que le he visto, además de que parece haber caído en un riesgo que es muy común: el de la fórmula que permite realizar composiciones atractivas, pero ya sin investigar el comportamiento de las formas en su atmósfera.
Avanzando en el recorrido de la muestra, el espectador se topa con una pieza de Igor Gálvez que algo tiene que ver con los recursos empleados por Romero.
La participación de Fernando de Alba, premiado en el concurso Johnnie Walker, no me convence del todo probablemente porque, salvo excepciones, no veo necesario el empleo de dos o tres opciones pictóricas en la misma composición, si bien en este caso se justificarían porque hay un plano real y otro suprarrenal en lo que el autor propone.
Esta pintura, Lazos sanguíneos, queda vinculada a otro premio del concurso. En efecto, la función del lazo está firmemente connotada en el cuadro de Gustavo Monroy, titulado República Mexicana, al que me referiré en el siguiente aartículo.
Queda por mencionar que la pintura de Alfredo Falfán, El jardín de las delicias, es un cuadro abstracto en tonos oscuros, bien calibrados.
Parece que el artista utilizó el mismo procedimiento (frotagge) del que se valieron creadores vinculados al surrealismo, como Max Ernst y Remedios Varo. Ese recurso ha revivido actualmente en gran escala.