José Steinsleger
El comunismo de José Saramago
Si la literatura y el arte son propiedad común de los sentidos y de las emociones, todas sus obras son comunistas. Que si Balzac, como Mutis, fue partidario de la monarquía; que si Pound fascista, Céline antisemita y Cela franquista, que si Bioy Casares y Borges, conservadores; Marechal y Walsh, peronistas; Vargas Llosa y Paz, liberales, y Amado, Sholojov y Neruda comunistas; Sade erotómano, Cortázar cronopio, Onetti misógino, Genet ladrón, Ciorán suicida teórico y Gombrowicz el mejor escritor argentino, son datos aleatorios de la literatura.
Las arduas polémicas sobre y de escritores suelen apuntar, como en la canción de Serrat, ``...a ver quién las tiene más grandes'' y en contadas ocasiones llegan a buen puerto. Pero sus obras nos enriquecen y permiten una concepción más acabada de la especie.
La toma de partido es otro patín. Aquí intervienen las particularísimas formas del individuo para conectarse o desconectarse de sus semejantes, de su formación y de su cambiante moral, que hay muchas. En cambio, la construcción de la ética se sustenta en un trípode cuyas patas se llaman verdad, libertad y justicia. O sea, de los valores que si de un lado son relativos por el otro permiten combatir la mezquindad de liberales que hacen de la miseria personal estilo de vida o reconocer la posición de conservadores que son ejemplo de dignidad (verbigracia: Elogio del adversario, de Carlos Payán. La Jornada, 8 de octubre de 1998).
De tales consideraciones nacen las luchas y el sentido de los versos de Miguel Hernández cuando maldice ``a los neutrales que no toman partido /partido hasta mancharse''. Entonces, la condena de la Iglesia católica a la ahora consagrada universalidad de José Saramago, es congruente consigo misma. Compadezcamos a los despiadados burócratas del Vaticano. Su reino es de otro mundo. Saramago es del nuestro.
La literatura de Saramago nos habla del ancho mundo actual. Mundo quizá no tan diferente al que hace medio milenio navegó Camoens, gran espadachín y pendenciero, quien tras naufragar en la desembocadura del Mekong salvó su vida a nado llevando consigo Os lusiadas, monumento literario que narra la lucha de los hombres contra el mar y que trasunta, como en Saramago, un espíritu superior que advierte en la vida vastas posibilidades morales, no siempre logradas.
Saramago va más allá del partido al que pertenece. Su idea del comunismo es progresista. O sea, capaz de demostrar que el hábito no hace al monje y que, si hay que volver a empezar, no tengamos miedo a pensar o a levantarnos con el pie izquierdo. La literatura del Premio Nobel 1998 llama a la conciencia , nos limpia de caca y hace suyos los versos de Pessoa: ``Tener conciencia no me obliga /a tener teorías sobre las cosas /me obliga a ser consciente''.
Por eso, cuando Fernando Savater, el Julio Iglesias de la filosofía, escribe ``¡...fui un izquierdista sin crueldad y espero llegar a ser un conservador sin vileza'', Saramago lo pone en su sitio: ``...Leyendo cosas como éstas, y cada vez se van leyendo más, dan ganas de odiar a los viejos'' (Cuadernos de Lanzarote. Alfaguara, p. 503).
Tampoco el portugués ha pasado por alto el histrionismo políquero de Vargas Llosa, quien aguantó el golpe al hígado y elogió al Nobel porque en estos menesteres hay que saber esperar. ¿Qué le inquieta? ¿Acaso la revista catalana Ajoblanco no lo condecoró con el premio Jeta (hocicón) que el peruano atribuyó a los ``nostálgicos del comunismo''?
Por sobre matanzas, exterminio y tragedias, Saramago nos hace sentir bien, renovados. La Academia Sueca ¡por fin! ha premiado la vida y la obra de un hombre comprometido con la única historia posible: la subterránea historia de la solidaridad.
Gracias, tocayo. Esos libros tuyos, tan rotundos, que como tantos otros venían alzándose contra calumnias y derrotas, contra las leyes implacables de los mercados y contra la pendejez de los hocicones que matemáticamente nos sugieren abandonar héroes y principios, ya no te pertenecen. Y ahora, la masiva difusión de tus letras nos permitirá alcanzar, con mejores posibilidades y con esa fe y tenacidad de tu vida, la auténtica alegría de vivir.