Luis Linares Zapata
Los números de la crisis

La expresión contable de la crisis del 95 se conoce relativamente bien por su repercusión financiera y bancaria (Fobaproa y sus 552 mmdp). Lo que no se sabía era esa parte de la misma tragedia que tiene una dimensión en términos del bienestar de las personas. Ahora podemos acercarnos con relativa claridad y las cuentas que se extraen son terribles. En sólo dos años de la ``administración'' de Zedillo una décima parte de los hogares del país cayeron por debajo de los límites de la pobreza. Pero eso no es toda la historia, el 70 por ciento restante, que ya se debatía en la miseria, sufrió un deterioro en sus niveles de bienestar de un 13 por ciento adicional en promedio. Y aunque sea difícil de creerlo, todo ello se logró entre el 94 y el 96.

México ha descuidado tanto sus inversiones en capital social que, para finales del siglo, presenta el aterrador panorama donde casi el 80 por ciento de sus habitantes se debaten en la pobreza. El reciente trabajo de Boltvinik (ver La Jornada, 11/10/98, p. 18) descubre con dramatismo la eficiencia del gobierno de Zedillo en la fabricación de mexicanos pobres. En 1994 el 69 por ciento de los hogares eran considerados pobres. Para 1996, la pobreza alcanzaba al 78 por ciento de ellos. Ni más ni menos. Todo un récord que va quedando diluido entre las promesas de campaña y la intensa propaganda de estos días que reclama, para la Presidencia de la República, el mismísimo salvamento de Chiapas, a pesar de que ``Nadie debe lucrar con la tragedia'', se amonestaba con toda energía.

Pero lo anterior no es toda la historia descubierta por este investigador que se basa en la última encuesta del INEGI (ENIGH96), publicada tardíamente con ocultos propósitos, seguramente electorales. El punto de mayor dramatismo sin embargo lo dibuja el aumento desproporcionado de la pobreza extrema (35.8 por ciento) y el de la indigencia (30 por ciento) en estos mismos dos fatídicos años de controles macroeconómicos y estabilización neoliberal bajo la égida priísta reformada.

Ningún gobierno sobre la tierra puede reclamar legitimidad alguna para buscar su continuidad en el poder o puede defender su trabajo por el bien común cuando ha empobrecido de tal manera a sus gobernados. Alegar bienestar futuro al alcance de unos cuantos sacrificios adicionales es, simplemente, grotesco. Sobre todo cuando los años que le restan al sexenio se ven nublados por limitantes presupuestales y una crisis que, de sobrevenir, dejaría todavía en peores condiciones a los mexicanos. Para rellenar tal fantasía sólo hace falta que Brasil, como lo afirmó el secretario Gurría, caiga en una devaluación, producto del saqueo de divisas (entre 30 ó 40 mmdd ya perdidos de sus reservas) que le ha impuesto una combinación de la famosa globalidad, muchas debilidades estructurales y la decisión de F. H. Cardoso de reelegirse con el consiguiente retardo de controles a la inversión especulativa y su negativa para una oportuna devaluación del Real. Acuden a la memoria escenas y métodos parecidos a los empleados en México por los Salinas, Aspes y Manceras de aquel 94 de los asesinatos y créditos bancarios tan rumbosos como ilegales.

Pero lo verdaderamente trágico surge al contemplar, según varios indicadores del presente, que a pesar de tales circunstancias descritas y después del enorme desprestigio del grupo gobernante, la sociedad, los electores, no hayan castigado con su voto las tropelías de aquéllos que los han empobrecido y les han quitado cuanta oportunidad puedan visualizar para el siglo venidero. Ahí tenemos los casos de Oaxaca, Durango, Veracruz o Chiapas, poblaciones que han sido golpeadas sin misericordia y que han restaurado, una vez más, al priísmo. En ocasiones a sus versiones de mayor atraso y rapacidad. Lo mismo se espera que pase en otros estados como Puebla, Guerrero y Tamaulipas. Pero lo peor, son las señales que se comienzan a recibir acerca de las expectativas para el 2000.

La continuidad de las deformaciones actuales de gobierno puede ser factible a juzgar por ciertos datos. Unos analistas achacan la culpa a la desintegración institucional que se padece como cáncer orgánico. Pero otros ponen el acento en la debilidad del entramado social que ha sido incapaz de presentar resistencia y ganar en esta dilatada transición democrática. El caso es que las oposiciones no han podido conectarse, debidamente, con esa enorme capa de mexicanos agobiados por las urgencias, forzados al exilio, desmovilizados, abandonados por el sistema educativo, desprovistos de salud y de los mínimos de bienestar, en mucho embrutecidos por la miseria y, por tanto, sujetos de chantajes y manipulaciones debido a sus ingentes necesidades, dependencias varias y frágil voluntad de cambio. En tales condiciones es difícil otear el futuro con optimismo.