La Jornada 16 de octubre de 1998

Saber que mi labor importa es lo que me pone otra vez de pie: Argüelles

César Güemes Ť Llega a sus cuatro décadas como dramaturgo a todo vapor. Hoy estrena Los coyotes secretos de Coyoacán, en el Foro Coyoacanense; el día 20 se repone en Washington Aguila real, con montaje bilingüe, una semana en español y otra en inglés hasta acabar la temporada; y el 23, en el teatro de la Casa de la Paz, estrena su Fábula de la mantarraya quinceañera. Hugo Argüelles conversa con nosotros en la sala de su casa, al lado de un maniquí de nombre Lonko, testigo de la escena.

-Cumple ahora 40 años de dedicarse a la dramaturgia, que le implica primero escribir y luego sumergirse en el proceso del montaje. ¿No se descubre cansado?

-No, porque mi carrera me ha resultado muy estimulante desde el principio. Tanto, que incluso podría concluir que con base en las respuestas que he tenido de los actores, la crítica y el público, me encuentro con que siempre tengo ideas nuevas y deseos de continuar con mis experimentos. Gracias a esos estímulos es que sigo trabajando.

Hedonista y con deseos de buscar

-Obras escritas, así no hayan sido todavía representadas o publicadas, ¿cuántas tiene?

-Treinta, de las cuales sólo falta una por estrenar, aunque de esa no podemos hablar ahora. Está comprometida. Y ya comencé a trabajar en nuevo material.

``Habrá otras obras con nuevos enfoques. Se dice que tengo un público que me sigue y yo creo que es verdad, temporada tras temporada está ahí. Todo eso me da la prueba de que como autor recibo el interés de una serie de espectadores que me mantienen vivo, a pesar de los padecimientos físicos que me han sucedido. Apenas me recupero de la intervención de tres by pass y a pesar de los altibajos de una vida que no se puede decir que ha sido tranquila. El saber que mi trabajo importa es lo que me pone otra vez de pie.''

-¿Busca de manera consciente la renovación, el no repetirse?

-Vas trabajando de cierta manera algo que te propones. Si funciona, ya lo probaste. En mi caso soy hedonista y con muchos deseos de buscar. Por eso trato de que los procesos sean distintos cada vez.

-Existe ya un estilo identificable de hacer dramaturgia, que es el suyo. De eso no se sale.

-Hay estudios que lo indican así en México y en Estados Unidos, trabajos nobles, generosos y profundos sobre eso. Me alegro que esto se me haya dado desde mi inicio y que a lo largo de los años se manifieste siempre con diversas formas pero con mi enfoque personal, con mi sello. Hay un estilo, sí.

-México, sobre todo en años recientes, se nos ha vuelto un país muy violento. El teatro que usted hace se ocupa de esa parte oscura del ser humano. Y hoy lo que antes era privado es conocido por diversos medios. ¿Esto no hace que usted varíe sus tratamientos?

-No lo sé, todo está en veremos. Las cosas suceden de maneras imprevisibles. Siempre experimento y el hecho de que se hayan manifestado ahora las fuerzas del inconsciente en sus aspectos más negativos, refuerza mi idea del teatro. Lejos de hacer que deje el tema me parece que debo ahondar más, porque hay nuevas formas de violencia y se manifiestan de manera cada vez más terrible. No dejaré la temática porque es algo que me ha preocupado siempre.

-En su casa, donde estamos, cada vez hay más objetos de todo tipo, en particular estatuillas o imágenes. ¿Qué le dice al respecto la palabra acumulación?

-Sé que de alguna manera aparente esta podría ser la cueva de un cosificador porque tengo todo tipo de objetos. En una primera impresión lo acepto, pero no es así para mí. Cada uno de mis objetos son parte de los estímulos para la creación, los necesito, amén de que los disfruto y de que los quiero, me dan signos de muchos modos de acercarme a otras formas de entender la realidad. No podría vivir sin ellos.

Rencuentro con Alicia Montoya

-Estrena ahora dos obras y el tema es nuevamente la realidad mexicana. Hable de ellas a partir de esto.

-Es una realidad de la que no quiero ni puedo sustraerme. En ambos casos cuento con repartos excelentes. En Los coyotes... la compañía la encabeza Alicia Montoya, bajo la dirección de Luis Francisco Escobedo, que ha puesto varias obras mías. Es el rencuentro con Alicia, a quien tuve por primera vez cuando inicié mi carrera profesional, allá por 1960, con Los cuervos están de luto, que produjo Carmen Montejo. Me da mucho gusto que esté de nuevo esta espléndida actriz en una obra mía, dando muestras de su casta al abordar el personaje que le corresponde, que por cierto extraje tanto de consejas como de mitos y leyendas de Coyoacán, que estudiaron en su momento Salvador Novo o Francisco Sosa, por ejemplo. No quiero hablar del tema porque espero que sea una sorpresa, pero tiene una vigencia completa. Debido a esa vigencia es que decidí escribir la obra con un enfoque más bien brechtiano, esto es, jugar de muchas maneras con la analogía. Los coyotes... será toda una parábola sobre el poder.

-A diferencia de Fábula..., que versa sobre un asunto muy personal.

-Desde luego esta última se coloca en otra atmósfera, es un tema muy distinto. Tenemos que referirnos a una de las vetas que he frecuentado mucho, la descomposición de la familia en la clase media. En este caso, las consecuencias de un padre autoritario que va a ejercer sobre una hija todas las formas de la represión, provenientes de un amor incestuoso. Pero que además ni siquiera se permite llevar a cabo en un sentido carnal, todo es a través de la imposición sicológica que de todas maneras la enferma, la va desquiciando. Me interesa entonces ahondar en ese claroscuro del personaje que al mismo tiempo, pese a sí misma, se queda fijada y enamorada de su verdugo. Y a la vez esto va a propiciar una serie de conductas que podrían parecer fársicas, como el inventarse a los cincuenta y tantos años una fiesta de quince que realiza, en complicidad con unas vecinas, cada aniversario. Es algo que, dicen, se permiten una vez al año. Mentira, se lo permiten todas la veces que pueden. Todas ellas participan de un rito que es verdaderamente bestial.

-Necrológico.

-Así es. Algo caníbal. De modo que aprovecho para dar una revisada a esta clase media sofocante que produce ese tipo de seres, madres frustradas con hijos inútiles que en realidad las desprecian, y que van generando, quiéranlo ellos aceptar o no, un profundo desplazamiento en las mujeres hacia formas anormales, de franca esquizofrenia.

Fábula..., un ritual negro

``De modo que la frustración genera senderos muy curiosos y yo lo que tomo es a un grupo de mujeres que andan por esos caminos. Y las junto precisamente a través de un ritual negro, que es en el fondo lo que pasa con Fábula... Un ritual negro de una mujer que revive ese día todas sus fantasías incestuosas a través del muchacho que alquila por una noche para que sea el catalizador de sus deseos reprimidos. Lo demás ya es la historia y esa no la vamos a contar. Para esta obra cuento con Mónica Serna y un grupo de primeras actrices.''

-Además de estudiar medicina, ¿le interesó la siquiatría para luego aplicar estos conocimientos a su obra dramática?

-No me recibí de médico aunque estudié cinco años y realicé algo de práctica. Fue cuando empecé a ganar premios como escritor, dejé la carrera y me metí a lo mío. Sí contaba con experiencias en el campo de la siquiatría porque desde muy joven tuve la fortuna de trabajar al lado del doctor Salazar Viniegra, espléndido siquiatra, de quien algo aprendí en sus sesiones en La Castañeda. Eso sin duda constituyó un bagaje que ahora se refleja en mi trabajo.

-Está con nosotros un silencioso personaje, un maniquí. ¿No le inspira temor algunas veces?

-No, se trata de Lonko, que representó en una de mis obras un papel específico y que ``decía'' ciertas cosas que eran importantes para el montaje. Lo tengo en esta sala para que me recuerde que lo que fue, fue.