Fernando Benítez
Un merecido grado
Vicente Rojo es un pintor que expresa la vida, a pesar de que la forma humana y cuanto la rodea están ausentes en sus obras. Como todo gran artista, tiene una manera particular de ver, que viene, él mismo lo confiesa, de esa ``tempranísima e incomprensible vocación''.
En una entrevista con mi querida y admirada Cristina Pacheco, incluida en el libro La Luz de México, Vicente Rojo habla del mundo que le rodeaba cuando comenzó a ver. Afirma que la primera imagen presente es la reacción que hubo en Barcelona frente al alzamiento militar de Francisco Franco. Camiones que pasaban con gente gritando o cantando mientras enarbolaban armas y banderas. Vicente se asoma al mundo a partir de esa doble imagen que tiene el sentido de la fiesta y la tragedia. Esa visión vendría a normar todo su trabajo.
Vicente llegó a México en 1949 reclamado por su padre, un refugiado español arraigado en nuestro país. A principios de 1950 ya se encuentra trabajando como ayudante en la oficina de Miguel Prieto, en Bellas Artes. Casi enseguida ingresó en el taller La Esmeralda, del INBA, con Agustín Lazo en calidad de maestro. Seis meses más tarde siguió sus estudios bajo la guía de Arturo Souto, en un taller recién instalado.
Fue Miguel Prieto quien lo encaminó al suplemento de Novedades, ``México en la Cultura'', bajo mi dirección. Prieto se encargaba del diseño, y su muerte temprana convirtió a Vicente --con 18 años de edad cumplidos-- en el sustituto idóneo.
Tengo muy presente que en medio de aquellas disputas fraternales entre mis colaboradores, Vicente se abstraía y en diez minutos componía una página, con sus ilustraciones. A partir de entonces, el joven Rojo dividió su pasión y su quehacer entre la pintura y el diseño gráfico. Continuó estudiando con Souto durante dos años más, para después comenzar a trabajar en su casa de soltero y luego en su estudio, ya casado con Albita, a cuya boda fui invitado como padrino.
Al paso del tiempo la obra de Vicente alcanza la plena madurez. Con su genio, Rojo nos brinda una severa geometría monumental, y microscópica; un formalismo y abstracción notables. Las figuras de su primera época tienen una estructura geométrica; en la segunda etapa, la figura desaparece y queda lo que finalmente más le ha interesado: la forma y el color.
Vicente Rojo confiesa que su trabajo lo realiza sin concesiones de ningún tipo, ``no acepto siquiera la presión del tiempo. Pinto haciendo y deshaciendo: quito, borro, mancho, pego. Me detengo cuando creo que el proceso ha terminado''.
Su obra ha merecido amplio reconocimiento nacional e internacional. Ahora la Universidad Nacional Autónoma de México le confiere, en compañía de otros personajes meritorios, el grado de doctor honoris causa por su excepcional contribución al arte universal.
Amigo entrañable, como un hermano, Vicente me visita con frecuencia. A pesar de su celebridad sigue siendo tan sencillo y cariñoso como lo fue cuando me salvó de tantos tropiezos en mi accidentada carrera de periodista.