José Cueli
De la lluvia que ahoga a un nuevo mundo

¿Lloverá? Se preguntan aterrorizados millones de mexicanos en toda la República. Lo mismo en Chiapas, Oaxaca, las costas o Neza y sus anexas. El cielo entoldado de nubes cenicientas, bajo, nos deja caer una oscuridad suave plateada. Un sol encerrado por jirones de niebla se desgarra en las zonas más miserables -sin defensas- dejando el guión más seguro para continuar en los finales de este siglo, los azares con los que azota la naturaleza a los desposeídos. Aguja marinera en el océano confuso de México que según las horas se nos ofrece en diferentes expresiones de líneas impensadas y matices de color diverso que todo lo arrasan (incluida la economía) y nos ahogan.

En las caídas de las tardes se coloran de neblumo las Nezas y anexas y luego, la noche oscura, parece que se hunde en la profundidad del espacio. Noche que se inicia en Chiapas, Oaxaca, Guerrero y arrastra a sus pobladores hasta Neza y sus anexas, Chimalhuacán, la nueva Chimalhuacán, Chalco, Los Reyes, Santa Marta, Ecatepec... Mágica Neza donde el espíritu indígena halla su centro irradiador de un destino fatal y percibe indistintamente el latido de un tiempo que no es el cronológico y es escritura interna.

Cuando los indígenas en las Nezas se hunden en la profundidad de sus calles -cual cacahuates garapiñados-, los ayes de La llorona, lanza al vuelo su vibrante son monocorde, atemporal, que les permite comunicarse desde otro registro y fundirse en la ola vital de nuestra historia, que es plenitud y eternidad colmada; y al hundirse en las agujas del viejo lago de Texcoco nos encandilan con el movimiento que los lleva a tratar de construir un nuevo mundo que pasa inadvertido para la mayoría de la población.

Construcción de un nuevo mundo, más justo y más libre al que se ha referido en estas páginas don Pablo González Casanova. Un mundo en que desde el hundimiento emergen los indígenas, dueños de un silencio sagrado que nos penetra y absorbe y empieza a penetrar en los países. Un movimiento en el contexto de la corriente globalizadora, que a su vez nos ahoga y no se propone tomar el poder, sino construir el poder, el mundo y es instante de transporte, en el que gradualmente los ojos y el espíritu van recobrando la facultad de discriminación en medio del caos y la miseria ``neoliberadora''.

Desde Chiapas llega a Neza y sus anexas, dentro de la desesperación, una serenidad inefable compuesta de luz, colorido y ``movimiento en calma'' y se pone en marcha la construcción de un nuevo mundo que se extiende, incluidos sus defectos y destellos, en medio de un silencio de infinito.

Se trata de una impresión de quietud trascendente. Una espiritualidad indígena en que la placidez se sobrepone a la desgracia.