Guillermo Almeyra
Para Ripley

Volvamos al caso italiano, que tiene cosas dignas de Ripley. En primer lugar, es la primera vez que de un partido comunista, como Refundación Comunista, se tiene que ir la (exigua) minoría stalinista. Mucha agua ha pasado bajo los puentes... En segundo lugar, es la primera vez que los revolucionarios hacen caer un gobierno en un gran país industrializado, simplemente retirándole el apoyo. En tercero, es la primera vez que los trotskistas, miembros de la mayoría de Refundación, son determinantes para depurar el partido del ala derecha y para desprenderlo del lastre político de su responsabilidad indirecta en la política gubernamental, que dejaba las banderas de la oposición a la crisis y a la corrupción en manos de la derecha. En cuarto, es patética la pérdida de toda lógica por parte de quienes dicen que la izquierda debe hacer la política de la derecha, pero con más prolijidad y que, en nombre nada menos que de la democracia, sostienen que crear una situación en la que se irá a elecciones significa abrirle el camino a la derecha, porque ésta ganará (en vez de pensar por qué, con su impotencia, le ganan adeptos a esa derecha y cómo reconquistar apoyos cambiando de política social). En quinto lugar, es cómico ver cómo esos ``demócratas sui generis'' se desgarran las vestiduras porque ha caído un gobierno, según ellos socialista, cuyo presidente del Consejo pertenece a la Internacional Democristiana y que tenía una política mucho más moderada que la de los socialistas franceses o alemanes, porque había resistido la ley sobre las 35 horas semanales, que le había sido impuesta, ¡horror!, por la amenaza de hacer caer el gobierno con movilizaciones, encabezadas por Refundación Comunista.

En sexto lugar, es propio de Ripley el modo en que reaparecen los cocos de antaño: para esos demócratas, en efecto, los comunistas no son ni siquiera decentes y el hecho mismo de no sentirse a gusto en este mundo de opresión y de miseria y de pensar en cambiarlo sería antihistórico, utópico y signo de escasa cultura. Es una guerra fría resucitada sólo porque un sector pierde las poltronas y debe salir a la intemperie social o quitarse la máscara haciendo un acuerdo con la parte negociadora de la derecha para mantener a la mayoría derechista fuera del gobierno... hasta las elecciones, que son inevitables, y en las cuales estas ajadas vestales de la democracia prostituida, estas ocas guardianas de las instituciones, sin duda perderán. Esa gente jamás podrá aceptar que RC salva en realidad el honor de la izquierda, quitándole a la derecha el monopolio virtual de la oposición social y construyendo abajo diques contra la derecha, nuevas relaciones de fuerza, una base de ideas para una alternativa a la política neoliberal que esa gente aplica y teoriza. Cree que no es posible hacer otra cosa que lo que impone el FMI, o Bruselas, no cree en la posibilidad de otra mundialización, la de los oprimidos, o de otra unidad europea opuesta a la del capital financiero, la de las clases y sectores sociales partidarios de un cambio de régimen.

Por supuesto, en la Europa actual la revolución no es posible, pero eso no quiere decir que el realismo consista en subordinarse al pensamiento y a la política neoliberales. Luchando por un tipo determinado de reformas que permita construir un bloque social alternativo al capital, así como la reconquista de fuerzas y moral, se construye también condiciones para una futura revolución, porque la época de ésta no se ha cerrado ya que, como nunca, el capital aplasta a las mayorías y reúne a todos contra sí. Es obsceno ver a los ex stalinistas de todo tipo escupir sobre su pasado para ser aceptados por el establishmen. Es ridículo, además, creer que el gobierno de Romano Prodi representaba la alianza entre católicos y socialistas, porque ésta se logra en las luchas y no en el gabinete ministerial que resucitaba a la muerta y descompuesta Democracia Cristiana. Prodi es un democrático, un liberal también en lo político, pero tal no es el caso de su ministro del Exterior Dini, ni el de Ciampi, su teórico financiero, ni el de D'Alema, el líder de los llamados Demócratas de Izquierda que proclaman que su modelo es el partido de Bill Clinton, pues aquéllos representan un sector del gran capital ligado al Estado y el último es stalinista en sus métodos y carece de todo principio. Si han perdido el gobierno, por lo menos podrían conservar algo de pudor.

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