José Antonio Rojas Nieto
Apertura, inflación y recesión

Justamente la creciente apertura de las economías denominadas hoy emergentes -México entre ellas-, ha implicado que internamente se sientan en forma más severa los efectos de la especulación financiera del casino mundial. Se han producido múltiples y diversos efectos, según sea la apertura, mayor o menor, y que por cierto, puede ser medida de diversas formas. Una de ellas es la de la relación del valor de mercado de las importaciones expresado en moneda nacional respecto al valor total del gasto de una economía en bienes y servicios.

Siguiendo esta guía, en 1988 nuestro país tenía una apertura de 15 por ciento; alcanzó 21 por ciento en 1992 y el año pasado llegó a 26 por ciento. Esto significa, de manera inmediata, que hoy México es más susceptible -que hace cinco y diez años- de importar inflación, lo que se puede determinar al calcular el monto de la elevación interna de precios de bienes y servicios que se origina con la elevación de precios de las importaciones. Una elevación del tipo de cambio, como la ocurrida recientemente, incrementa las cotizaciones internas del componente importado de la demanda; pero también rápidamente tiende a elevar los precios del componente nacional de la demanda, justamente por la alta dependencia que tienen las manufacturas nacionales de los insumos importados.

Ya sabemos que por la terrible especulación, el tipo de cambio se devaluó casi 4 por ciento en agosto y poco más de 10 por ciento en septiembre. Por eso, es previsible que la inflación al consumidor (INPC) suba prácticamente 10 por ciento entre septiembre y enero, atendiendo a las formas históricas en las que este índice recoge los efectos devaluatorios, a diferencia de otro índice como el Nacional de Precios Productor (INPP) que expresa las variaciones de costos de la producción industrial, y que de manera más rápida recoge dichos efectos, por el encarecimiento de los insumos industriales y de los bienes de capital.

Precisamente por estas situaciones, la inflación de 1998 estará en un rango de entre 18 y 20 por ciento. Y, el año próximo, difícilmente registrará un promedio menor, porque el margen de subvaluación del peso que resultó de las semanas de depreciación, también difícilmente podrá descender, entre otras cosas por el recrudecimiento de la competencia comercial en el mercado mundial por la crisis financiera y los bajos ingresos petroleros.

Es probable que en 1999 el precio medio de la mezcla de exportación no sea mayor a los 12 dólares por barril, como parecen sugerirlo tanto la retracción de la demanda como la creciente presión para que no se respete el control de la producción, también por la presión financiera sobre muchos productores que genera la elevación de las tasas de interés (pese a las bajas de referencia en Estados Unidos).

Esto implica una enorme dificultad para importar insumos industriales y equipo que permitan continuar el impulso industrial interno registrado de manera ascendente de julio de 1995 a julio de este año, luego del cual ha empezado a desacelerarse de manera significativa. Y en cuanto a la inversión extranjera directa, difícilmente se podrá garantizar un volumen ya no sólo mayor, sino aun similar al registrado en 1997 (8 mil 536 millones de dólares), que bajará significativamente en 1998.

Y si a esto sumamos la salida de dólares de mexicanos, podemos asegurar que bajará el ritmo de inversión y que, con todo ello, disminuirá de manera muy significativa el ritmo de la actividad económica, no sólo en 1999, sino en el 2000, dependiendo de la evolución de la crisis internacional y, con ella, de la tasa de interés, del ahorro interno y externo, de la inflación y, sin duda, de los precios internacionales del petróleo.

Esto lleva a muchos analistas a pensar en un crecimiento económico anual no superior a 3 por ciento en 1999 y, en el mejor de los casos, acaso similar en el año 2000, aunque hay quienes hablan ya de tasas negativas del PIB en este año. Esto hace pensar que se deben aprovechar al máximo los escasos recursos públicos con que se contará en los próximos dos años, y que la discusión sobre las iniciativas financieras que se encuentran actualmente en el Congreso exige mucho más racionalidad que la que parecen mostrar los vaivenes del tratamiento del Fobaproa. Faltan unas pocas semanas para que se presenten al Congreso los Criterios de Política Económica, el Presupuesto de Egresos y la propuesta de Ley de Ingresos para 1999. Es fundamental que en esta ocasión se enfrente con mayor rigor la discusión, y se obligue a la Secretaría de Hacienda a ser mucho más seria con sus planteamientos, y a presentar visiones alternativas en caso de que se alteren algunas de las condiciones fundamentales que determinan el entorno económico de hoy.