Con una nueva encíclica a la que llamó Razón y fe, Karol Wojtyla celebra sus veinte años al frente de la Iglesia católica. Veinte años en que han sucedido tantas cosas en el mundo, que lo han convertido en algo completamente distinto al que era en 1978 cuando fue ungido Papa.
Elegido en medio de una de las crisis más severas y soterradas en la compleja e interesantísima historia que guardan los muros de San Pedro, Juan Pablo II se encarga de desplegar un talento pocas veces visto para hacer de la crisis razón de impulso, y para convertir a la incredulidad en motivo de fe.
Fue México, ese ``México siempre fiel'', el que, a los pocos meses de su unción como el 263 sucesor de Pedro, se encargó de brindarle el indispensable testimonio de apoyo a su reinado, cuando el mundo aún no entendía las razones profundas para que un polaco se hiciera cargo de la Iglesia católica después de 455 años de ser custodiada por obispos italianos.
Fueron las multitudes en la ciudad de México, Oaxaca, Monterrey, donde millones de personas acudieron a conocerlo, a vitorearlo, a demostrarle su solidaridad, las que tuvieron el privilegio de entregarle el respaldo que daba sustento político al anuncio que meses atrás hiciera el cardenal Pericle Felici al dar a conocer la mayor decisión en la historia reciente de la Iglesia.
Con humildad, Wojtyla decidió ser el número II después de Lucciani que adoptó el título de Juan Pablo I con el que sólo duró 33 días al frente del Vaticano para, desde lo más profundo de la crisis, darse a una tarea que nunca ha abandonado: reposicionar a la Iglesia universal en un mundo que se mueve rápido y que se distancia cada vez más de los valores que nutren las esencias y los espíritus.
Desplegando una energía inusitada, que ni atentados ni enfermedades ni incidentes han logrado detener, Juan Pablo II ha recorrido el mundo planteando tesis que si bien no siempre son compartidas o cabalmente comprendidas, sí han abierto las conciencias despertando emociones que se creían perdidas, para demostrar que son las ideas las únicas capaces de construir lo trascendente.
Wojtyla ha roto todas las marcas en una época en que eso parece lo más importante y continúa preparando a su Iglesia para el nuevo milenio en el que muchas cosas tendrán que cambiar una vez que los problemas lleguen a su límite.
La pérdida de los valores individuales y sociales, la destrucción de la familia, la pobreza extrema y generalizada, la irreverente actitud ante la naturaleza, la violencia y la intolerancia, la avaricia como paradigma; problemas que sólo podrán enfrentarse si la razón se abre camino y se hace de la fe el motivo del impulso.
Qué mejor motivo de celebración para los primeros veinte años de Juan Pablo II, que reiterar que son ésos los principios que nos permitirán arribar con éxito a la nueva era que está llegando ya con el nuevo milenio.