La Jornada 19 de octubre de 1998

Poniatowska: la memoria sigue viva y la esperanza se mantiene

Angel Vargas Los sonidos del domingo inundan el parque de la Bombilla, en San Angel. Es día de descanso. Remanente de una noche de intensa lluvia, los charcos esperan impacientes que el Sol apague su sed con ellos. La gente comienza a reunirse. Espera.

``Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos...''

Apenas el reloj ha marcado las 10 y media de la mañana. El ruido de los automóviles es aún lejano; éste no logra inquietar la voz de niña traviesa de Elena Poniatowska: ``Aquí vienen los muchachos, vienen hacia mí, son muchos, ninguno lleva las manos en alto (...) muchachas de mini con sus jóvenes piernas quemadas por el Sol, maestros sin corbata, muchachos con el suéter amarrado a la cintura, al cuello, vienen a pie, vienen riendo, son muchos, vienen con esa alegría que se siente al caminar juntos en esta calle...''

De los árboles caen gotas que se evaporan, casi en su totalidad, antes de tocar el suelo. Es el penúltimo domingo de agosto del penúltimo año del siglo XX. Gracias a la magia de la literatura la barrera infranqueable del tiempo se ha superado. Quien así lo desea puede retroceder tres décadas e instalarse en el México que fue anunciado como inolvidable, el México olímpico. Y en verdad que lo fue. Triste realidad la vivida en aquel entonces.

¿De qué se trata?, se preguntan algunos jóvenes que con curiosidad se internan entre la gente que es cobijada con una inmensa y plastificada sábana amarilla (lona) y que, atentos, escuchan el testimonio de Elena Poniatowska. Pronto ese grupo de jóvenes se percata de la situación. Elena rememora lo dicho por Artemisa de Gortari, una madre de familia: ``Para mí ha sido el horror de darme cuenta cómo puede la civilización permitir algo semejante: Tlatelolco, la muerte, lo irracional, la prisión, y, por otra parte, darme cuenta de la fuerza que puede uno sacar de una misma por el amor a un hombre''.

La noche de Tlatelolco habla con más de seis decenas de voces diferentes. El trigésimo aniversario del libro de Elena Poniatowska fue festejado ayer por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México con un maratón de lectura, el primero que se realiza en nuestro país, el tercero en el mundo de la lengua hispana. Antes sólo se había leído de forma completa en un acto similar El Quijote, en Madrid, y Cien años de soledad, en Bogotá.

Ha pasado una hora ya desde que el primer grupo de lectores (Luis Javier Garrido, Carlos Marín, Vicente Rojo y la misma Poniatoswska) dio inicio al acto. Con un ramo de flores, la periodista necesita de otra mano para firmar los ejemplares de su obra que a ella llegan de incontables admiradores: ``A Viridiana, Enrique y Xanat con el cariño de su amiga que los recuerda. Elena Poniatowska. 18 de octubre de 1998''; escribe dedicatorias como ésta al por mayor. Más de una hora, en tiempo.

``Unete- pueblo-únete- pueblo-únete-pueblo-únete-pueblo... México-libertad-México-libertad-México-libertad'', los coros se confunden con el chillante sonidos de las cornetas adaptadas a unos cuadriciclos, que son alquilados para recorrer el amplio parque que en otrora albergara el restaurante la Bombilla, sitio en el que fue asesinado Alvaro Obregón.

Indiferentes, mujeres, hombres, niños, adolescentes, se acercan a ver qué sucede debajo de la lona amarilla, para luego irse. Julieta Egurrola, Andrés Fernández, Emilio Reza y Oscar Chávez recrean en su voz los testimonios de aquellos integrantes de la sociedad mexicana de fines de los sesenta.

Sentado fuera del campo que abarca la lona, en manos de unos novios, otra historia se cuenta. Carlos ha dejado a su esposa, luego de haber tenido amoríos con su secretaria. ¡Qué cruel es la vida, no cabe duda!

Mientras esa pareja continúa con su lectura compartida de su Historias de la vida real, una escena de la verdadera vida real toma forma en voz del senador Carlos Payán, quien recrea palabras de Heberto Castillo, dichas el 21 de agosto de 1968:

``El movimiento estudiantil no es obra de delincuentes ni tiene propósitos de subversión institucional. Los líderes estudiantiles están dispuestos a entablar un diálogo con las más altas autoridades del país.''

El Sol marca que el mediodía ha pasado. Muchos de los paseantes, que por casualidad se acercaron al lugar destinado para el acto, han reconocido en él a personajes de su admiración: ``¿Ya viste, ahí está, esta... esta... ésa, la de Aventurera (Carmen Salinas)?'', dice una muchachita a su compañera, quien emocionada, a su vez, le señala la presencia de Diana Bracho y Daniel Giménez Cacho.

Con un enlodado uniforme de futbol y degustando una de las cientos de garnachas que se vendieron durante la jornada -agosto en octubre, para los vendedores del parque-, Juan se acerca a la mesa de los organizadores: ``Oiga, ¿en cuánto sale el libro?'', fue una pregunta que los encargados tuvieron que responder a lo largo de la lectura: ``No están en venta; son para los participantes'', era la respuesta.

La obra de Poniatowska logró conjuntar la participación de diversas voces de diferentes sectores de la sociedad. Poetas, bailarines, cantantes y músicos convivieron a lo largo de unas diez horas con políticos, locutores y periodistas, para hacer de La noche de Tlatelolco una sola voz que, a manera de cascada, trajo a la memoria viva los preciados testimonios que ese volumen contiene.

``¡Qué bueno que haya muchos jóvenes entre el público! -exclamó Poniatowska-. Ellos han de ser no ya los hijos de los que participaron en el movimiento, sino sus nietos, pues han pasado 30 años. Tanta juventud significa que la memoria sigue viva y que la esperanza se mantiene.''