En las últimas dos décadas, los grandes centros de poder y decisión mundiales insistieron en la necesidad de que los países en vías de desarrollo realizaran reformas internas que tocaran los aspectos claves de la economía.
Para ello los gobiernos tomaron medidas draconianas que, aunque dolorosas, a la larga serían benéficas. En un mundo cada vez más interconectado, se nos decía, era necesario pensar en grande, modernizarse y, de esa manera, entrar a la etapa que garantizaría mejores niveles de vida a la población que ahora sufre carencias. Por su parte, la actividad económica tendría cambios cualitativos y cuantitativos que llevarían al desarrollo, a disminuir la brecha que separa a ricos y pobres. No tuvo que pasar mucho tiempo para comprobar que a la mayor parte de los países de la tierra, la globalización, la modernización de sus estructuras económicas, les ha causado más desajustes de los esperados y que el remedio recetado para curar el atraso, resultó peor que la enfermedad. Los datos al respecto no pueden ser más reveladores.
Por principio de cuentas, la deuda externa total de los países en desarrollo, que en 1970 sumaba 100 mil millones de dólares; en 1980, 650 mil; más de 1.5 mil billones en 1992, hoy se acerca a casi 2 mil billones. Lo que deben cuatro países latinoamericanos asciende a más de 500 mil millones de dólares (225 mil corresponden a Brasil, 150 mil a México, 105 mil a Argentina y 30 mil a Colombia). Estos países han pagado en lo que va del año por concepto de servicio de deuda cerca de 90 mil millones y deberán erogar otros 20 mil antes de que finalice diciembre.
El servicio que por capital e intereses de la deuda deben pagar los países en desarrollo, los ha llevado a dar más de lo que deben. Por ejemplo, en la década anterior, el mundo industrializado recibió de aquéllos una transferencia neta de 147 mil millones de dólares. Esa enorme cifra favorece a los cinco países más ricos del mundo, que controlan casi 85 por ciento de la producción mundial, 84 por ciento del comercio y un porcentaje semejante del ahorro interno.
Pero no solamente la sangría es en dólares muy verdes. La fuga de cerebros de los países pobres sigue en ascenso. El área latinoamericana y el Caribe pierden una alta proporción de sus universitarios graduados. En algunas naciones del área más de 20 por ciento de ellos se ve obligado a emigrar en busca de mejores condiciones de trabajo. Las cifras son más impresionantes para los cuatro mayores exportadores mundiales de cerebros: India, Filipinas, China y República de Corea. En conjunto aportaron a Estados Unidos más 190 mil trabajadores con entrenamiento científico.
Enemigos declarados de los subsidios a la agricultura en el mundo en vías de desarrollo, los principales países industrializados no ahorran, en cambio, un peso en ese renglón. Esta década les ha costado, en promedio anual, cerca de 180 mil millones de dólares. Sólo en los que integran la Unión Europea ha significado al año cerca de 40 mil millones de dólares, de los cuales alrededor de 3 mil millones se destinaron a almacenar excedentes. Pero este subsidio, que cada vez es menor en países como México, lo pagaron los contribuyentes de otros sectores vía impuestos, lo que en no pocas ocasiones levanta polémicas lo mismo en Japón que en la Unión Europea o Estados Unidos.
Y aunque la guerra fría es, según dicen los jefes de las grandes potencias, cosa del pasado, sigue muy próspero el comercio mundial de armas. Diez países, encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética, vendieron en los últimos diez años armas convencionales por cerca de 300 mil millones de dólares. Cabe destacar que un país latinoamericano, Brasil, juega en esta liga bélica.
En fin, las cuentas no salen a favor de los que, en teoría, serían rescatados de la pobreza y de la miseria gracias a la modernización y la globalización. La economía de países como el nuestro, cada vez depende más hasta de la caída de la moneda de las islas Fidji. Mientras, todos los indicadores mundiales revelan que el ingreso y la riqueza se concentraron más en pocas manos y corporaciones, precisamente por los cambios estructurales que llevaron a cabo los gobiernos del mundo subdesarrollado. Por ejemplo, hoy las 225 personas más ricas del planeta acumulan fortunas equivalentes a las que tienen, juntos, 2 mil 500 millones de habitantes. En cuanto a México, las cifras oficiales reconocen las carencias extremas de más de 40 millones de compatriotas, mientras diez empresarios poseen cerca de 30 mil millones de dólares. Entre nosotros, como en el resto de América Latina, la maravilla de la integración global se convirtió en una maldición.