La Jornada 22 de octubre de 1998

Yevtushenko compartió su magia con su recital en Filosofía y Letras

Angel Vargas Ť Más allá de poeta, el ruso Yevgueni Yevtushenko es todo un histrión, un ser capaz de tocar el aire y convertirlo en vivencias, en sueños colectivos que apuntan a la realidad.

Anteanoche, esa magia que se gestó al cobijo de la luz de la tundra siberiana fue compartida en nuestro país después de 30 años de ausencia. Yevtushenko se presentó en el auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Más de 300 personas atestiguaron esa capacidad de vivir la poesía, de hacer con ella conjuros en los que el pasado se convierte en presente y el futuro en certeza. Bastaron 60 minutos para comprender la desilusión por la ineficacia del socialismo ruso, compartir el dolor por el asesinato del Che Guevara, jugar el ajedrez de la política en México y cantar la tristeza de un mundo desigual.

Acompañado por el actor Carlos Bracho, el poeta ofreció un recital con 12 poemas, que sirvió para presentar en nuestro país su libro Adiós, bandera roja (FCE), conformado por una selección de su poesía y prosa realizadas entre 1953 y 1996.

Yevtushenko es un personaje, no cabe duda. Durante esa sucesión de imágenes vivas en que se transformó el recital, su figura brilló por la luz que reflejaban su holgado pantalón gris y su camisa de pequeñas cuadrículas blancas y negras con estampados de cabezas de tigre y de estrellas como las que usan en la cartografía. Podría parecer estrafalario, pero no; es un artista que siente lo que vive y viceversa, y lo comparte.

Agitado, luego de dar lectura a su quinto poema, el vate que en 1968 fue escuchado por 20 mil personas en la Arena México regresó a los años sesenta. Su rostro se tiñó de tristeza y sus palabras de indignación, pues en su mente se agolpó el recuerdo del asesinato del Che Guevara, personaje al que conoció en 1961.

Y sin decir más, sin la ayuda del libro puso a la Bolivia de aquel entonces frente a todos: Nuestros caballos caminan/ hacia La Higuera./ El abismo, a la derecha;/ a la izquierda el abismo./ Pensar en ti, comandante,/ no es una carga ligera./ Dentro de mí hay silencio/ muy parecido al sismo./ Por aquí, para los guerrilleros/ no hay monumentos./ Sus monumentos son las rocas/ con las caras cansadas, humanas...

Víctima de la libertad

Hasta ese momento hubo ternura en su voz, bella nostalgia con la cual se disfruta la memoria de un conocido. Pero, repentinamente, esa calma se transformó en trueno quebrando las tinieblas de la noche:

Comandante, tu nombre caro/ querrán venderlo tan barato./ La industria quiere comprar con tu nombre a sus nuevos clientes./ Comandante, / te juro/ yo he visto en París tu retrato/ sobre los pantaloncitos/ que se llaman ``calientes''./ Comandante,/ tu rostro imprime en las camisas./ Tú fuiste fuego:/ te quieren convertir en humo./ Pero tú caíste abatido por las balas:/ por las venenosas sonrisas/ no para ser una parte/ de la sociedad de consumo/ ¿Dónde está la llave de la escuela? (...) El miedo de no encontrarla,/ el pánico me agarra./ Pero la llave está en nuestras manos,/ estoy seguro./ Muchachos, gritar promesas/ y no cumplirlas es una mierda./ A los demás engaña/ nuestro propio tropezón./ A la izquierda, muchachos/ siempre a la izquierda,/ pero no más a la izquierda,/ de vuestro corazón. El público de pie ovacionó con un minuto de aplausos al poeta, quien no dejó salir ese par de gotas de agua salada que sus ojos anunciaban. Yevtushenko era la voz de la emoción. Abrió sus brazos y tejió con ellos un lazo común entre los ahí reunidos. El Che, en realidad, estuvo en el Che.

Fue el cenit del recital. Sólo se acercó a ese momento la declamación de Los árboles enanos, testimonio en poesía de cómo era la vida en la ex Unión Soviética: ¿Les duele a ustedes, palmas elegantes,/ ver cuán bajo, al parecer hemos caído?/ ¿Y a ustedes, seguidores de la moda, les entristece/ ver hasta qué punto somos Cuasimodos (É) Ustedes consideran, estimados colegas,/ que no somos árboles, sino lisiados, /pero el verde aunque no sea hermoso/ entre los hielos les parece progresista.

Su cuerpo de hombre ruso de 65 años bailó entero sobre el mismo lugar del proscenio que ocupaba. Su voz cobró matices enérgicos, de coraje. ``Somos los abedules enanos./ Con astucia inventamos nuestras poses,/ pero todo eso no es más que una simulación./ El constreñimiento implica una forma de rebeldía./ Creemos, achatándonos como lisiados,/ que la congelación eterna no es posible./ Su horror cederá./ Alcanzaremos el derecho de la gallardía./ Pero si cambia el clima,/ ¿tomarán de repente nuestras ramas nuevos contornos más libres?/ Es demasiada larga la costumbre de ser jorobadosÉ

Las vivencias de Yevtushenko concluyeron con un reconocimiento a Gorbachov, con la lectura de un poema reciente. El poeta agradeció a ese personaje la libertad que le dio a su pueblo, ``aunque él hubiera sido la primera víctima de esa libertad, pues ahora vive en el destierro, solo''.