Manuel Vázquez Montalbán
Lo que quede de España
De la noche a la mañana el lenguaje convencional con que se aborda en España el problema vasco ha sufrido una mutación sorprendente y palabras como autodeterminación, que en el inmediato pasado rimaban con traición, han adquirido valor de uso y de cambio. El imaginario de una posible paz tras la tregua de ETA, ha puesto alas a las palabras prohibidas y se forma una conciencia de diálogo que antes hubiera parecido de rendición frente a las demandas terroristas. El partido del gobierno en España hereda la tradición nacional-católica del franquismo y sin embargo reacciona ante las elecciones de Euskadi con menor fervor patriótico que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Los socialistas ac- túan en Euskadi desde la más desconcertante estrategia que se les habrá ocurrido, seguro, a los intelectuales orgánicos expertos en cómo ganar las elecciones en España y perderlas en el País Vasco. Los socialistas juegan a demostrar que son más españolistas que el Partido Popular (PP) para quitarles votos españolistas, pero están destruyendo la posibilidad de un discurso socialista vasco no españolista, lo cual no hubiera querido decir que renunciaban a una idea de España. No sé si España es una nación, pero debería ser un compromiso entre gente y me parece hoy insalvable una idea de España fundamentada en la metafísica o en una no modificada identificación marxista --clase obrera unitaria igual a Estado unitario, mercado nacional igual a Estado nacional-- que no responde al nuevo orden nacional e internacional.
Ni el PSOE ni el PP están actuando en la cuestión vasca más allá de sus intereses partidarios. El secretario general socialista, Joaquín Almunia, ha propuesto un trasnochado pacto de Estado a José María Aznar cuando los esfuerzos del PSOE, la formación hegemónica de la izquierda española, debieran olvidarse de la derecha e ir en otra dirección: la reconsideración del idearium español y la propuesta de un nuevo imaginario para oponerlo racionalmente a la ofensiva de los nacionalismos periféricos y centrífugos. Frente a esos nacionalismos, reivindicar la idea de la España metafísica, me parece un esfuerzo obsoleto y algo simple, en cualquier caso una ofensa a la inteligencia.
Los comicios vascos van a ser algo más que unas elecciones vascas, como antes se decía que un club de futbol como el Barcelona, el Real Madrid o el Atlético Bilbao eran más que un club y revestían cierto carácter de ejércitos simbólicos de Cataluña, España y el País Vasco. En Euskadi puede fraguar la necesidad objetiva de un nuevo proyecto de Estado o de la corrección del modelo establecido, como consecuencia de la correlación de fuerzas poselectoral. Llegará la hora de la verdad para el Partido Nacionalista Vasco si puede gobernar sin la ayuda de los partidos llamados españolistas, PP o PSOE. También la hora de la verdad para ETA y su tregua, según administren los resultados políticamente o vuelvan a las armas. El PP y el PSOE algún día han de dar una respuesta inteligente a los partidos nacionalistas y ofrecer algo más que la defensa de Numancia para garantizar el imaginario de España. En cierto sentido, la hora de la verdad en la relación España-País Vasco-Cataluña está aplazada desde la crisis de Estado de 1989, contando con los 40 años enmascaradores, militarizados y perdidos bajo Francisco Franco.
Los que no somos testigos de Jehová porque ni siquiera creemos en la religión verdadera que es la católica, también dudamos de los esplendores nacionalistas, incluso del nacionalismo verdadero que es el serbio. Pero hemos de agradecer la ascensión de los nacionalismos vasco y catalán, y cuanto antes se instalen, mejor. Ya sin el mejor complejo de culpa de nacionalismo español dominante, llegará el momento en que se reconstruya un discurso primero autocrítico y luego crítico que lleve a nuevos desafíos del espíritu. Ante todo se ha de pacificar Euskadi, cueste lo que cueste, y luego ya vendrá el verano. El día en que los jóvenes nacionalistas radicales crezcan y descubran que el nacionalismo no puede seguir enmascarando los problemas de la globalización, ese día construiremos por fin el territorio de la lucidez. Pero para llegar a esa tierra prometida hay que dejar solucionados pleitos mal aplazados, desde la razón democrática, que a veces no coincide con la democracia cuantitativa.
Que los nacionalistas se sientan tranquilos cuanto antes, para que se supere este ya agotador, roñoso pleito esencialista de si España es una nación o un comistrajo y podamos volver a pensar en un mundo solidario por encima de la frontera de fondo. La que separa la riqueza de la pobreza.