José Cueli
El ímpetu del agua

Honda, retorcida, sinuosa es la lluvia que nos ahoga y donde las piedras desprendidas -Fobaproa, inseguridad, corrupción, muerte, caos- son ímpetu loco que llena de pánico los aires. ¿Desde qué pinche lugar viene tronando esta agua salvaje, deshecha en flecos irisadores, remolinos angustiosos? Allá lejos, tal vez, era un borbollón manso, oculto bajo las ramas del helecho. Nadie sospechó nunca su presencia. El agua filtrándose taimadamente, caía y caía por la falda del monte, en hilos -deudas- lustrosos. Después el azar trenzaba las hebras deudoras que iban fundiéndose una a una y el agua atentada por los primeros obstáculos empezaba a ser desmadre, muerte, locura.

El ruido alucinante de la gota -intereses-, el tintineo fugaz ascendía al rango de murmullo o se volvía un ruido insoportable -intereses de intereses. Ante el avasallador ímpetu de la cascada, el terreno cedía. La arrogancia coincidía con la mansedumbre. Triunfadora definitiva el agua, torrente ya, era fragor, espanto, vesanía. Todo el conjunto se estremecía de pavor. Sólo unos cuantos celebraban jubilosos. El agua y sus piedras perseguidoras, cobradoras, corrían tumultuosas, bravías, desbocadas, frenéticas, sin importarles estrellar a millones. Su imperio está caracterizado por la prisa y su poder por la ceguera ante el sufrimiento.

Por los aires el agua endeudadora esparcía el ronco trueno de su furia. Nada ni nadie la detenía, la detiene. Rueda, rueda y rueda siempre en interminable cascada de intereses. Monstruosa serpiente que se desliza ágilmente. Vértigo que marea y a veces casi todo parece trocarse en humo. En el profundo cauce de una persecución interminable, en que las piedras desprendidas no resisten la turbulencia de la corriente y arrastran. El suceso no depende del tamaño de la roca, sino de la invencible sugestión del agua.

Pero entre las piedras y el agua, lo que se va y lo que permanece, surge un diálogo extraño que muchos soñadores -deudores- creen percibir en las noches de insomnio. El agua dice a la piedra:

¿A dónde vas ilusa?, ¿qué desmadre es el tuyo?, ¿por qué esa persecución que no te permite ni dormir?

¡Déjame! -responde la piedra. Deja de verme la cara, con tu palabrería engañosa basada en leyes fugitivas. Sabes que soy la razón.

Ante esto el agua se echó a reír y arrollándolo todo, desdeñosamente, reanudó la destrucción que la instruía a ella misma.