La Jornada viernes 23 de octubre de 1998

Adolfo Gilly
Tres ciudades: el Vaticano

El pontificado de Juan Pablo II cumplía veinte años el 16 de octubre. Unos días antes, el lunes 12, el pontífice máximo de la Iglesia católica y jefe del Estado vaticano, recibió en audiencia privada a Cuauhtémoc Cárdenas, jefe de gobierno de la ciudad de México, la mayor urbe de población católica en el mundo de hoy.

Juan Pablo II vendrá a México entre el 22 y el 26 de enero de 1999. Todas sus actividades tendrá lugar en esta ciudad. El jefe de Estado vaticano será recibido por el presidente Ernesto Zedillo. Recibirá las llaves de la ciudad de manos del jefe de gobierno del Distrito Federal. En esos días y en diversas ceremonias se encontrará con el pueblo católico de México.

Los años del pontificado de Juan Pablo II fueron también los de la restructuración del mundo en que vivimos. La rebelión de los países del Este contra las dictaduras burocrático-colectivistas culminó en 1998 con el derribamiento desde adentro del muro de Berlín. El carcomido régimen soviético se hundió y fue sustituido, no por la democracia y el bienestar, sino por el capitalismo de las mafias, la apropiación privada de los bienes de la nación por los nuevos ricos y la pobreza y el desamparo para la mayoría.

Ese derrumbe arrastró consigo antiguas quimeras e ilusiones. Pero no abrió paso a una nueva esperanza, sino al desenfreno de todos los cinismos. Podía ser previsible: las esperanzas no nacen de los desastres, sino de una larga y fatigosa construcción de los espíritus en las vicisitudes de la vida de las comunidades humanas. Abrió paso también a una nueva fase de la dominación mundial del capital, cruel, irreversible y poderosa: ésta que se ha dado en llamar globalización. Disgregadora de comunidades nacionales y locales, esta expansión sin fronteras del capital financiero desestructura formas y creencias en las cuales innumerables hombres y mujeres en todas partes encontraban o daban un sentido a su vida. El vacío de sentido parece ser la bandera incolora de esta fantástica distopía universal.

En su vejez, Juan Pablo II ha emprendido un renovado empeño: que la Iglesia católica, a partir de sus regiones fuertes en Europa y América, sea una dadora de sentido para ese mundo donde otras esperanzas se han hundido; un sentido arcaico, integralista y protector frente a una modernidad que a los más sólo parece ofrecer soledad y desamparo. En esa empresa se ubica su próximo viaje a México. Por eso tal viaje es también y ante todo el de un jefe religioso.

Si la democracia es una práctica y no una declaración, el gobierno de una ciudad cuyos habitantes, en mayoría, reconocen esa guía, tiene de sus electores el mandato de abrir sus puertas a quien encarna esa representación y viene a dirigirse a ellos. La laicidad del Estado mexicano se manifiesta en que asegura la libertad de movimientos y la igualdad de cada culto con todos los demás, o con la libertad de pensamiento y de movimientos de quienes no tienen ninguno. Bastarían estas razones para explicar el significado institucional de la entrevista del 12 de julio en el Vaticano.

Pero en esta entrevista hay además otros contenidos nuevos, propios de las funciones inéditas de un primer jefe de gobierno electo, no subordinado como en el pasado a la designación o la remoción por el gobierno federal. Pues es en la dignidad de las prácticas donde irán tomando cuerpo esas funciones jurídicamente enunciadas en las leyes.

En ejercicio de esas funciones, y sin menoscabo de las del Ejecutivo Federal ni interferencia con ellas, el jefe del gobierno de la ciudad de México establece una relación operativa con la Ciudad del Vaticano y, después de la audiencia privada con Juan Pablo II, se reúne con el representante de su Secretaría de Estado, cardenal Giovanni Batista Re, para precisar aspectos específicos del evento, entre ellos la ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad. Es responsabilidad que el gobierno del Distrito Federal no puede eludir ni delegar, porque será delegar las funciones que sus electores le confirieron.

En lugar de ver en un viaje como éste una actitud y una tarea de gobernante, mentes aldeanas han querido ver una maniobra casera de publicidad electoral. El Papa no se concibe a sí mismo como un fetiche de la buena fortuna, sino como un hombre de Estado de la Ciudad del Vaticano, uno de los focos grandes de la política mundial que mide con cuidado cada uno de sus pasos. Siendo esto así, aquellas mentes harían bien en preguntarse por qué el Vaticano, que no es juguete de nadie, preparó con cuidado esta entrevista privada y recibió en su espléndido palacio renacentista la visita oficial del jefe de gobierno de la ciudad de México.

Por otra parte, algo más está revelándose en la creciente presencia de la ciudad de México en ámbitos diferentes. A partir de iniciativas diversas y no concertadas, se están conformando en el mundo relaciones sociales y políticas que dan un contenido sin precedentes a la idea de democracia. Dentro de esas relaciones, están tomando cuerpo una presencia y una función más intensas y más densas de las ciudades. En el retroceso o la disgregación de las anteriores funciones sociales protectoras de los Estados, los ciudadanos conceden ahora funciones y atribuciones nuevas a los gobiernos municipales y, sobre todo, a los de las grandes ciudades, a los cuales sienten más cercanos a su control y a su intervención. En este contexto, las conexiones directas entre ciudades de países y continentes diversos van ocupando espacios antes encuadrados sólo en las relaciones entre los Estados.

En el mundo de la globalización, por debajo de la dominación sin fronteras del capital financiero sobre Estados e instituciones, otras conexiones van apareciendo. Empiezan a manifestarse, con inéditas flexibilidad, multiplicidad y dinamismo, nuevas articulaciones de las sociedades en el mundo globalizado. Una de esas articulaciones pasa por la red emergente y global de las ciudades, de sus derechos, autonomías y potencialidades, una red que también ignora las fronteras y en modos inesperados conecta y une entre sí a las realidades.