Enrique Calderón A.
Un proyecto de nación

Si hoy tratáramos de hacer un recuento de lo que ha sucedido en los diez meses del año, poniendo juntas las noticias y declaraciones de nuestros gobernantes sobre el desarrollo económico y social del país, lo único que nos quedaría claro es que los señores se dedican a capotear las dificultades y problemas de cada día o, a lo más, de cada semana, para luego cambiar de escala y decir que quizás tomará 20 años antes de que las cosas mejoren, lo cual equivale a decir que los problemas van para largo, y que no cuentan con la más vaga idea de cómo salir adelante, y tanto no la tienen que en lo que va del año han tenido que modificar los presupuestos de ingresos y gastos federales preparados por ellos mismos al menos tres veces. Cuando algo así sucede en una empresa privada, los directivos financieros son substituidos antes de llegar a tales extremos.

La situación es similar a la de un capitán de barco, cuyas preocupaciones y prioridades se circunscriben a sortear cada ola y cada ráfaga de viento sin preocuparse mayormente en definir a donde se dirigen. En este sentido la Historia tiene lecciones muy valiosas para nosotros; las naciones exitosas han sido aquellas que han contado con proyectos bien definidos y ambiciosos, los cuales representaron ciertamente sacrificios y les hicieron enfrentar riesgos desconocidos, por la confianza que tuvieron en ellos mismos. Cada proyecto se inició con la convocatoria de un líder reconocido y respetado por la comunidad. La gloria y resplandor de las naciones ha estado definida por la dimensión y relevancia de sus proyectos. Ellos fueron, en unos casos, murallas y templos que debieron ser edificados, en otros casos fueron guerras contra enemigos temibles, o caminatas de cientos de kilómetros para llenar pequeñas bolsas con la sal de la arena de sus playas, o programas para lograr que toda la población de un país aprendiera a leer y a escribir.

Hace muchísimos años que los mexicanos no hemos sido convocados a nada, y esto en buena medida obedece a que no ha existido un proyecto nacional, no obstante las enormes carencias materiales e intelectuales que enfrentamos.

Así, en este año, para las más altas prioridades gubernamentales, el objetivo último de sus esfuerzos, la demostración más clara de su capacidad de dirección, ha estado abocada ¡A impedir que el dólar sobrepase la barrera del $10.50! Y si lo hace, a preparar la barrera siguiente. De ello y del tamaño de sus miras, dan cuenta sus propias declaraciones, recogidas por la prensa nacional.

¿Cuánto tiempo más puede aguantar y sobrevivir una sociedad cuya única cohesión parece estar en los intereses que los Cetes registran cada día? ¿Hasta dónde se puede llegar? Es claro que a ningún lado. Por ello hoy es posible escuchar un murmullo que toma fuerza, que habla de la necesidad de contar con un nuevo proyecto de nación, un proyecto capaz de mover a la sociedad mexicana, de generar esperanza, de lograr la cohesión nacional, de restablecer nuestra identidad propia con sus valores y su cultura. Para dar respuesta a esta expresión, que pronto se convertirá en una necesidad expresa de la sociedad, será necesario establecer foros, discutir propuestas y enriquecerlas con experiencias reales, con planteamientos plurales.

Toca a los partidos políticos y a sus líderes enfrentar este reto, con la visión de grandeza que los tiempos apremian; difícilmente la respuesta puede estar en el PRI, incapaz hoy de sacudirse las redes de corrupción y de complicidad que lo dominan. Por ello, como nunca antes en este siglo que termina, la oposición ha tenido un reto tan grande, y la oportunidad de tomar el mando del país para cambiar el rumbo, con un proyecto de nación que renueve las esperanzas en nosotros mismos.